domingo, 27 de agosto de 2017

METAMORFOSIS (XIII): CALISTO

CALISTO

En los bosques umbrosos de la Arcadia,
donde fuentes y ríos
retornan a dar vida con sus aguas
al resto resecado de la tierra,
los fuegos amorosos
ardieron en los tuétanos de Júpiter.
Calisto era de Diana
la más linda doncella.
Penetrando en un bosque,
desata de su hombro la honda aljaba,
descansa sobre el suelo,
sus muslos en paréntesis,
sus pechos como montes cara al cielo.

El señor de los dioses se disfraza
con ropas y con rostro de Diana:
“Salve, diosa -la saluda Calisto-,
más hermosa que Júpiter”.

El ardor de los besos, los abrazos,
descubren los propósitos de Júpiter
y nada se resiste
a consumar de amor las intenciones.

Diana regresaba de la caza
cuando Calisto muestra
las huellas de su culpa.
El murmullo de un río en fresco bosque
detuvo la carrera de las ninfas,
y sus desnudos cuerpos
sumergen en las aguas.

Con el cuerpo desnudo,
Calisto proclamaba su delito.

Ya la esposa de Júpiter se alza
a cólera infinita:
“Adúltera y fecunda, tu castigo
será la fealdad de tu figura”.
Sus brazos comenzaron a erizarse
y a ser curvas sus manos,
sus fauces se deforman formidables,
su voz queda velada y sólo emite
gemidos de terror.

Mas no desaparecen de su mente
sus tristes pensamientos.
Y cuanto más se mira
mejor se reconoce
salvaje por los bosques, cazadora
de perros y alimañas.
Sus ojos, sus cabellos y sus pechos
daban miedo a los hombres y a las fieras.

Por los bosques respira y en las tardes
se escuchan sus gemidos suplicantes
a Júpiter, que mora en el Olimpo,
en busca de su cuerpo y su figura.

Con quince años cumplidos
Arcas persigue fieras por los bosques.
Nada sabe del rastro de su madre,
pero un aroma extraño
pareció presentarlos cara a cara
cuando un dardo homicida
estaba preparado para el pecho
de la triste Calisto.

El todopoderoso de los cielos
impidió que la muerte se acercara
y en un viento rizado
los transportó hasta el cielo donde lucen
como la Osa Mayor, como el Boyero,
constelaciones próximas
para la madre e hijo
que se miran de noche eternamente.

La cólera de Juno pidió ayuda
a Tetis y a Oceano:
“Que las constelaciones
se aparten de los cielos,
que la rival no moje
su cuerpo con el agua en la llanura”.

Los dioses de los mares se complacen
y dan su asentimiento mientras Juno
pasea por el éter su ágil carro

de gráciles pavones.

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