LICAÓN
Cuando los tiempos de la
Edad de Hierro
sembraron el dolor entre los
hombres,
y en la época del fruto
intentaron el árbol de la
ciencia,
Júpiter convocó pronta
asamblea,
lanzó un gemido y señaló un
banquete
en los salones de la Vía
Láctea.
Allí todos los dioses,
expectantes,
escuchan su discurso y sus
lamentos:
“Nunca sentí en mi pecho
tanta angustia,
ni con la rebelión de los
gigantes;
todos los seres del celeste
empíreo
acatan mis deseos y se suman
al reino de los dioses,
sólo Licaón se enfrenta,
fiero entre los más fieros,
a la fuerza sagrada del
Olimpo,
maquina destruirme por la
noche,
dejar al descubierto mis
flaquezas,
como si de un mortal
jugara la fortuna.
Con llama vengadora,
derribaré la faz de su
techumbre,
y huirá en alaridos por el
campo.
Sus vestidos, sus patas y
sus brazos
cuerpo darán a la visión de
un lobo”.
Todos los dioses firman con
sus risas
semejante venganza.
Los dioses son los dioses, y
los hombres
no han comido los frutos
del árbol de la ciencia
para alcanzar las salas del
Olimpo.
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