Con relativa frecuencia, todos -o
casi todos- nos planteamos, en planos muy diversos, alguna consideración acerca
de algo tan abstracto, esencial y general como es el concepto de la libertad.
No me propongo en estas escasas líneas ni siquiera una aproximación rigurosa a
lo que significa ni a la realización que de ella se haga por ahí. Solo algún
eco de la misma.
Un plano filosófico: ¡Qué
diferencia tan grande entre la libertad de obrar y la libertad de la voluntad!
La primera está restringida por todos los corsés que nos imponen las
circunstancias; son ellas las que nos acotan el terreno y las que dictan las
normas en las que nos tenemos que mover. Aquí el recuerdo de las palabras de
Ortega: “Yo soy yo y mis circunstancias”. La segunda parece más amplia pues es
decisión personal y responde a una escala de valores que persigue cada uno,
siquiera sea solo en el plano teórico, pero que impulsa la posterior libertad
de obrar. Tal vez, por ello, personas tan animosas y voluntariosas que se
quedan en la voluntad y en tantos casos con el fracaso en la conciencia por no
poder desarrollar la libertad de su voluntad en las trabas y restricciones de
la libertad de obrar.
Pero, por si acaso, y para no
venirnos abajo del todo, ahí la idea de Kant que postulaba para sí la
conciencia de contribuir en su medida a asegurar un orden que permita a todo
individuo gozar un día de toda la libertad que sea compatible con la libertad
de los demás. O sea, aquel límite único de que mi libertad termina donde
empieza la de los demás, y nunca antes, pero tampoco después. Y, además, con un
uso de valor universal. Hay pues un nivel de uso individual y otro colectivo.
El segundo es nuestro y a nosotros se
nos debe achacar su desarrollo o su sueño en el olvido; el segundo resulta más
problemático, pero hemos de ir a él con la seguridad que da el saber que
nosotros también formamos parte de la colectividad y de las circunstancias en
las que nos desarrollamos.
Un plano lírico. Copio la letra
de un poema de Agustín García Calvo que se comenta solo. Las licencias líricas
seguramente permiten no tener demasiado en cuenta las restricciones externas;
por eso, tal vez, se exprese todo en forma de deseo:
“Libre te quiero
como arroyo que brinca
de peña en peña,
pero no mía.
Grande te quiero
como monte preñado
de primavera,
pero no mía.
Buena te quiero
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mía.
Alta te quiero
como chopo que al cielo
se despereza,
pero no mía..
Blanca te quiero
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mía.
Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera”.
Un plano narrativo: Cap. LVII
Quijote II:
“La libertad, Sancho, es uno de
los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden
igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la
libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por
el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.
En este trajín de ida y vuelta,
de presencia y de ausencia, de añoranza y de olvido, de realidad y de deseo, se
desarrolla este concepto que abarca tanto y que se deja abrazar tan poco. Tal
vez porque pertenezca más al mundo de los conceptos que al del desarrollo de la
vida cotidiana. Tal vez.