jueves, 31 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA y XIII)



Cualquier viaje tiene al menos dos tipos de comienzos y dos tipos de finales. Uno es de carácter físico y otro de tipo mental. Si la segunda fórmula dura más que la primera, será señal inequívoca de que el resultado ha sido positivo, o al menos desequilibrado en favor de los sentimientos y de los recuerdos. A veces no es ni siquiera necesario levantarse del sillón para viajar a cualquier lugar con la imaginación.
Esta vez había recorrido varios miles de kilómetros surcando mares y cielos, había retrocedido en el tiempo hasta los momentos en los que todo se cubre de bruma y de misterio. Ahora tocaba volver a la medida biológica y de calendario.
La mañana apareció gris en el cielo de Atenas. Los equipajes estaban preparados y apenas quedaba tiempo para un último paseo por las desiguales aceras, mezcla de paseantes, de coches alborotados y de plantas invadiendo gozosamente los espacios. Hasta un hermoso mercado, con sabrosos productos mediterráneos nos llenó los ojos y las ganas de saborearlos. Pero había que medir los trayectos y llegar con tiempo al aeropuerto.
A medida que íbamos dejando atrás el centro de Atenas, volvíamos a ver, a los lados de la carretera, industrias ajadas, muchas de ellas relacionadas con el mar y los barcos, y algunos cultivos desiguales. La esencia de la cultura y de los mitos iba quedando atrás y se iba desdibujando. Ahora ya las conversaciones volvían a tomar tierra y a rebajarse a los niveles cotidianos y mostrencos, las colas y las faltas de educación volvían a renacer y los pequeños egoísmos tomaban cuerpo entre los pasajeros.
Un aeropuerto es un cruce de personas de todo tipo y condición. Lo mejor es sentarse y observar. Hay como un cruce de caminos que lleva a todas partes y que se evapora por los pasillos y por las esquinas. Si el aeropuerto es internacional, todo se hace más notable.
El avión despegó con muy poco retraso. Desde una de sus ventanillas contemplé cómo todo se iba quedando allá en el suelo. Toda la bahía de Atenas, las islas, el mar Egeo… Todo. Este cielo no era el cielo del Olimpo, aquí los dioses eran los motores, que transportan pasajeros hacia occidente, por los cielos del Adriático, por encima de Italia y camino de las Baleares y la Península Ibérica. Por un momento, todo volvió a concentrarse en mi imaginación: la Grecia oriental y sus ciudades del Asia Menor, las islas dispersas por el Mediterráneo, la región de Salónica y de Athos, el norte macedónico de Alejandro, el Peloponeso, las islas del Adriático, la Magna Grecia y el resto de tierras que componen y compusieron la Hélade. Atenas era su epicentro y el lugar en el que convergían tantos tiempos, tantas ideas, tantas palabras, tanta mitología, tanta razón, tantas…historias y tanta Historia.
Pronto, el avión adquirió velocidad de crucero y se superpuso a un enorme mar de nieblas. Volábamos por encima de ellas, como en el territorio de los cielos, lejos de la tierra y en el silencio de las alturas. Si en la ida pensé que el mejor homenaje a mis ilusiones por la cultura clásica griega era la lectura de un texto de Platón en el cielo, ahora me dejé llevar por algo mucho más mostrenco y grosero: un libro de crucigramas ocupó el tiempo y me ocupó en buena parte del trayecto. A ratos, si la niebla, casi interminable, me lo permitía, dejaba que la mirada descendiera desde la ventana hasta las aguas del Mediterráneo, hasta las olas que lo surcan desde Algeciras a Estambul, y en él me recreaba haciendo concentración a ráfagas de espacios y de tiempos. Cuando sentí el paso por el sur de Italia, no pude por menos que unir y tejer los dos mundos clásicos, el de Grecia y el de Roma, padres ambos de la cultura en la que el tiempo me ha permitido vivir este pequeño relámpago de la Historia y de mi historia. Y no me sentí desafortunado.
Cuando mediaba la tarde, aterrizamos en Madrid, en el amplio y moderno aeropuerto de Barajas. Maletas, taxi, atascos y llegada a casa de mi hermana. Pequeño descanso, corto paseo, cena y descanso. La misma hospitalidad de siempre en casa de Fide y Pedro, el mismo cariño. Siempre gracias y un beso muy fuerte. Así da gusto terminar un viaje. El día siguiente nos esperaba aún el trayecto hasta casa.
La maleta de las sensaciones llegaba repleta, también la de las fotografías y la de las anécdotas. Hay que darle tiempo a la descompresión antes de volver a todo ello. El fin del viaje solo se producirá cuando la imaginación ya no llame a lo vivido durante estos días. Creo que eso no se producirá muy pronto. El almacén queda en tiempo muerto, esperando volver al recuerdo y a tomar vitalidad en cualquier ocasión y momento. Hasta otra.

miércoles, 30 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA XII)



No solo de pan vive el hombre. Pero también de pan y de diversión, de dejarse llevar por la vista y por las olas.
Grecia es continente, pero es asimismo península e islas, muchas islas.
Habíamos acotado un día para hacer un pequeño crucero de descanso por algunas de las islas del Golfo Sarónico. Se seleccionaron tres: Ydra, Poros y Egina.
El barco salía temprano de alguna dársena del Pireo, y el tráfico farragoso de Atenas no nos permitía descuidos. De modo que madrugamos y a eso de las ocho ya estábamos embarcados varios centenares de pasajeros en un cómodo barco que zarpó hacia las aguas del Golfo Sarónico. Habíamos dejado atrás el puerto y un hermoso y gigantesco campo de baloncesto, al borde del mar.
Enseguida el barco avanzó hasta dejarnos a la espalda todo lo amplio del puerto y de la bahía, y, ahí mismo, enfrente, la isla de Salamina. No íbamos a detenernos en ella, pero, otra vez, la imaginación no me dejaba en paz evocando la famosa batalla, las ciudades-estado, Temístocles, su ingenio naval, los persas, las guerras médicas, el siglo quinto antes de Cristo. Otra vez la Historia en torrentera.
Pero el barco bordeó la isla y siguió camino de su destino, la isla de Ydra. Es esta isla un lugar en el que apenas viven unos pocos miles de habitantes, en un recodo recogido del mar, al amparo del turismo y como dejándose llevar por el paso del tiempo y de lo que el mar les quiera ofrecer. Todo parece indicar que en los últimos años el turismo les viene confortando la vida y manteniendo los recursos. Apenas unos ratos para dar un paseo por el pueblo y por el paseo marítimo, tomar unas cervezas al lado del agua y vuelta a cubierta.
Poros es una isla más pequeñita y más bien parecía un recurso técnico que un lugar para bajar y descansar. NI siquiera bajé del barco, sentado como estaba contemplando el mar, las demás islas -sobre todo Salamina- y el fondo lejano de Atenas.
Más tiempo paró el barco en Egina, la isla que, en algún tiempo, fue incluso capital de Grecia y que hoy debe su fama a su clima y a su producto estrella, los pistachos. Tuvimos tiempo de subir a un autobús y de bordear la isla para volver al punto de partida un par de horas más tarde. Con el recuerdo de su habitante más célebre, el escritor Nikos Kazantzakis y su Zorba, el Griego, o el recuerdo de Anthomy Quinn e Irene Papas (ya se ve que, de alguna manera, volvemos al mito, a otro tipo de mito), hicimos varias paradas rápidas y una algo más extensa en el monasterio dedicado a san Nectario, santo ortodoxo de amplia devoción en Grecia, una hermosa edificación, próxima a restos de eremitorios antiguos. De nuevo el recuerdo de Athos y de Meteora, la influencia de la religión y el tipo de construcción en los templos ortodoxos.
En el puerto nos aguardaba el barco para devolvernos a Atenas. La tarde empezaba a caer y a teñirse de rojo en el horizonte. Quedaban un par de horas de navegación. Al frente, Atenas; a la izquierda, el Peloponeso; a la derecha, todo el mar; muy cerca, Salamina, sin barcos y sin persas.
La organización del crucero tenía preparada una actuación musical en la que se presentaba toda una panoplia de canciones y bailes griegos, traídos de sus diversas regiones. Sí, también el sirtaki, claro. Faltaba en el viaje la voz sonora y la imagen de la danza. Allí estaba.
En ese ambiente marino, musical y festivo, se fue apagando la tarde y encendiéndose el puerto del Pireo. Y con él toda la bahía de Atenas. También lo alto de la Acrópolis y las diversas islas, que acaso parecieran como barquitos encendidos flotando en la inmensidad del mar. Tal vez los dioses también bajaran a mirar aquel misterio en el nacimiento de la noche.
Lo demás ya fue hotel, paseo por las calles cercanas y recuento de experiencias. La noche era ya profunda y el cansancio ganaba la partida. El día siguiente marcaba la fecha de regreso.

lunes, 28 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA XI)



Claro que Atenas guarda en sus estratos los ecos de toda una civilización que se extendió por lugares y por tiempos muy extensos. Aún hoy día andamos sobreviviendo, naufragando o venciendo tempestades, en los principios que allí se establecieron. Atenas es patrimonio de los siglos y de las personas que habitan occidente.
Pero el epicentro del recuerdo y de los restos más visibles se halla en la Acrópolis y en los lugares que la rodean. Subir a la Acrópolis es casi un ascenso físico y una ascesis pues ambos niveles se cruzan y se dan la mano. Parecería que a cada metro de subida uno se fuera concentrando para ver la amplitud de todo lo que por allí se “coció” físicamente, pero también, y sobre todo, mentalmente. La vista se iba extendiendo en toda la llanura hasta el mar o hasta el monte Licabeto y sus canteras, y la mente comenzaba a evocar en tropel tantos elementos artísticos, filosóficos, sociales, religiosos o morales…
La primera ocupación, claro, era la visual. Las construcciones del majestuoso Partenón presidiéndolo todo; el teatro de Dionisos; el Odeón de Herodes Ático; el templo de Asclepio; el templo de Atenea Niké; el Erecteion, con la copia de las cariátides… Todo un gozo para la vista, para el arte y para la concepción de la belleza. No importa que uno esté rodeado de otros turistas ávidos de ver y hasta de tocar, todo allí es mirada, evocación y sensaciones en cascada. También ahora, renuncio a cualquier intento de descripción, siquiera sea elemental, de datos artísticos o históricos de todo este monte. Los datos están en cualquier lugar publicados y a ellos me remito. A mí me interesan más mis sentimientos que los elementos arquitectónicos o escultóricos que allí se conjuntaron.
Pero acrópolis significa la parte alta de la ciudad, lugar desde el que la vista y el poder se pueden extender a lo largo y a lo ancho. Y había que mirar y entender. Allí abajo, a los pies del monte, se extiende el Ágora antigua, el espacio público, el sitio en el que se desarrollaba la vida social de Atenas. Y en la vida pública caben las calles y los mercados, las plazas en las que comentar y discutir, donde convencer con la palabra, los espacios en los que decidir los modelos sociales y las leyes, los conceptos y la vida en todas sus variantes. Para completar espacio, a su lado, se alza, con menor altura que la Acrópolis, el Filopapos, el monte donde se hacía justicia y se cumplían las penas; o el Ninfeon, donde descansaban las musas.
¿Cómo no evocar, entonces, mil imágenes y escenas? De teatro, de justicia, de filosofía, de poesía…
Por ahí anda Sócrates pervirtiendo a los jóvenes y llevando a su redil a cualquiera con su manera de acceder a las verdades; y Platón en su Academia, sentando las bases del pensamiento occidental; y Aristóteles, en su Liceo, haciendo más visible todo lo que había concebido su maestro Platón. ¿No los veis por ahí abajo, de un lado a otro? Si dan ganas de bajar a disputar un rato con ellos. Pero es que en cualquier esquina te puedes encontrar con Esquilo, o con Eurípides, o con Sófocles, o con Pitágoras, o con Heráclito, o con Parménides, o con cualquier sofista, o con cualquier epicúreo, o cínico, o estoico… ¿No los veis? Andan todos a la gresca. Qué maravilla contemplarlos desde aquí arriba.
Y, si hago un esfuerzo por comprimir el tiempo, los observo, a ellos y a tantos otros, juristas, políticos, libres y no libres… pasando por la Historia y dejándonos tantos asideros a los que volver y en los que sujetarnos. Ahora el tiempo no es tiempo ni el espacio es espacio, a pesar de las aglomeraciones que siempre llenan todo y apenas te conceden un metro cuadrado en el que situarte para buscar perspectivas; ahora es imaginación y, en alguna medida, acción de gracias por todo lo que allí se acoge. Con mis respetos para Atenea, más por los humanos que por los dioses.
Entre aquel barullo de visitantes discurrió el paseo por la Acrópolis, contemplé las panorámicas y evoqué lo que mi imaginación quiso. Y no fue poco.
Como han hecho en otros lugares, también aquí se ha construido recientemente un museo arqueológico de la Acrópolis. La visita al mismo es obligatoria. En él se recogen todos los elementos grandes y pequeños que en las excavaciones y reconstrucciones van apareciendo, e incluso, como es el caso de las Cariátides, de aquellas que el paso del tiempo puede deteriorar. La descripción de sus tesoros se haría interminable y solo es abarcable en una visita con las excelentes explicaciones de una buena guía como la que nos correspondió. A ver si con construcciones como esta se quedan sin argumentos falaces los rapiñadores de tesoros de otros países con imperios más recientes. Como el recinto es cerrado, aquí la imaginación se contrae y fija el foco en elementos artísticos. A mí, lo repetiré, me interesa algo más todo el mundo del Ágora antigua y el mundo civil, aquel que me acercaba, después de varios días evocando mitos, dioses y religiones, al mundo racional de los conceptos elaborados por la mente humana.
Para distenderse y volver a la realidad más inmediata, un paseo por los barrios y calles centrales de Atenas resulta como una ducha en pleno verano. El Agora Antigua, Monastiraki, Plaza Sintagma, Plaka, Parlamento o Estadio Olímpìco… te siguen meciendo en el recuerdo, pero te vienen trayendo lentamente a la playa de la realidad más histórica y moderna. Por ello y por ellas anduvimos unas horas rumiando lo eterno y lo histórico, lo mitológico y lo real, lo nuclear y lo superfluo.
Con todo este bagaje, con las maletas mentales llenas de imágenes, recuerdos y sensaciones, volvimos al hotel. Yo llevaba la satisfacción de haber cumplido la visión de muchas de aquellas horas dedicadas al pensamiento a lo largo de mi vida, con elementos que tenían allí mismo sus raíces. Era como hacer real el poso de tantas páginas, como dejarse decir “mira, ahí lo tienes todo, contémplalo, saboréalo, digiérelo, llévatelo para siempre”.
En realidad, el viaje cultural podría darse por terminado; pero aún nos faltaba alguna parte que sumaba distensión y divertimento con cultura y recuerdo. El apéndice sería sabroso.

viernes, 25 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA X)



Después de varios días por el interior de Grecia, bordeando costas, visitando conjuntos arqueológicos y dejándonos llenar de elementos mitológicos, heroicos y religiosos, llegaba la hora de volver al Atenas, de cerrar allí círculo con el territorio de la razón, de la filosofía, de la literatura, de la política. Volvíamos a la metrópoli.
Grecia es un país montañoso y muy expuesto a los movimientos sísmicos. Ahora dejábamos atrás la cadena montañosa de Pindo y los paisajes del monte Olimpo (con sus dioses dormidos para siempre o enfrascados en esas guerras interminables por un quítame allá esas pajas) y surcábamos las llanuras del centro de Grecia, camino del mar y de Atenas. El día se presentaba lluvioso y el cansancio ya hacía mella entre los viajeros. Buen momento para dormir un rato, al amparo de la lluvia y de la comodidad de la autovía que enlaza el sur con el norte y con el este del país. Pero aún más productiva podía resultar la contemplación de la geografía por la que transitábamos. Eso hice durante mucho rato, a la vez que evocaba la Tesalia, al noreste, con Tesalónica en el recuerdo, su acogida y los viajes a Athos.
Pronto trabé conversación con nuestra guía, que me fue contando algunos datos de su pasado y de su presente, de la situación de muchos griegos de clase media, que subsistían, después de una crisis larga y profunda, con los ahorros de los años anteriores. Cansados y hasta desesperados de la situación política, el país había dado un giro en las últimas elecciones y andaban a la expectativa de futuro. El cambio se había producido, me decía, más por rechazo que por ilusión y convencimiento. A la conversación vinieron hechos personales y detalles de comparación de lenguas, de enseñanza de las mismas y de comparación de los dos países.
Tras un largo rato de charla y con la reparación del sueño de los pasajeros cumplida, las explicaciones acerca de diversos aspectos (religiosos, económicos, sociales, de costumbres…) se abrieron paso en el micrófono del autocar. No se le veía demasiado interés a Angélica en hablar públicamente de asuntos siempre opinables y que la pudieran comprometer con las opiniones de los pasajeros. A pesar de todo, hubo tiempo suficiente para glosar algunos aspectos y para que todos los que quisieron escuchar conocieran algunas notas de la forma de vida en la Grecia de nuestros días. En términos generales, no era demasiado positiva la descripción que se hizo, tal vez porque la realidad no daba tampoco para más. Se la notaba especialmente recelosa con la Comunidad Europea y con aquel llamado rescate económico.
Entre sueños, explicaciones y conversaciones, la autopista nos fue acercando a la ciudad. Primero al tráfico y más tarde al mar (¡Zálata, Zálata!) y a las edificaciones. El día se apagaba, pero se encendían las luces de la noche, con sus faroles guiñando a toda velocidad y todo un mar de bombillas en el horizonte. Así, con la lentitud y el tráfago de coches, nos engulló la ciudad de Atenas y nos depositó en las puertas de hotel, aquel que habíamos dejado para ir al encuentro de la antigüedad y de la prehistoria, de los mitos y de los dioses. Ahora volvíamos a la civilización, a la historia, a la razón, a la línea del tiempo que nos arañaba y que nos llamaba por nuestro nombre.
Aún nos quedaron fuerzas para recorrer en un paseo tranquilo algunas calles del barrio con el fin de tantear el pulso de Atenas. A pesar de la muy fuerte crisis sufrida en los últimos años, la ciudad se mostraba alegre y bulliciosa, con sus terrazas llenas y sus escaparates repletos de modas. No se podía decir lo mismo del aspecto de sus aceras y de sus calles. En fin, una ciudad mediterránea, que no puede vivir demasiado de puertas para adentro y que sale a las calles a gozar y a desparramar la vida entre sus habitantes y a compartirla con la naturaleza, cuyos brotes invaden las calles para disfrute de todos.
Pero Atenas guarda los recuerdos de todo el esplendor de la civilización griega. La visita por los lugares más emblemáticos y evocadores es imprescindible. Nos esperaba y la aguardábamos para las horas siguientes.

jueves, 24 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA IX)



La visita a Delfos me había dejado con la mente repleta de imágenes, de mitos y de celebraciones en su historia, de botellones místicos y de señuelos para el engaño y las exhibiciones de poder. Todo en una confusión y en un revuelto que tenía que dejar que posara para deglutirlo con más calma en otro momento.
Pero un viaje de este tipo no da tregua y, nada más comer, nos dirigimos en autobús hacia Meteora, hacia Kalambaka (o Kalampaka), hacia la región de Tesalia, en Grecia Central.
En medio del trayecto, una parada breve para conocer y evocar lo que significó la batalla de las Termópilas y la estatua erigida, al borde de la carretera, para honrar a su héroe, Leónidas. Los restos geográficos están muy desfigurados, pero la evocación permanece intacta. Siempre los mismos contendientes: las ciudades griegas contra Persia y su intento continuo de conquista y de expansión. La gesta anda recogida, como casi todo, en diversos textos y yo no tengo nada que añadir. A mí interesan mis impresiones, que son mías y tal vez puedan añadir algo personal para ser compartido, o no, por alguien más; no los datos, que puedo también adquirir en otros medios más documentados que yo mismo.
El principal atractivo la comarca de Meteora son sus monasterios y su entorno natural; de mucho más alcance el entorno natural y de más sensación inmediata sus monasterios. A su amparo han crecido diversos hoteles lujosos. En uno de ellos nos hospedamos en espera de ascender el día siguiente hasta estos centros religiosos.
El paisaje está constituido por unas enormes rocas de forma casi cilíndrica en cuya cresta se alzan monasterios ortodoxos. Parece que la teoría más consistente afirma que son restos geológicos de lugares invadidos por el agua (en forma de desembocadura de río o de mar) que han solidificado y que guardan restos visibles de elementos marinos. A la vista de lo que pude ver, no me parece desencaminada esta hipótesis. Sería suficiente la contemplación de tal maravilla natural para acudir hasta Meteora y dejarse llevar una vez más por las ensoñaciones (en este caso en forma de naturaleza) que aquello despierta en la imaginación de cualquiera. Por si fuera poco, se han separado unas de otras y han quedado algunas como testigos y centinelas aislados, desafiando al cielo y contemplando lo lejano y hondo del suelo, la llanura que se extiende a sus pies y la soledad y el silencio que albergan allá en lo alto. No era difícil tejer aquel paraje, tan racional y científico, pero tan alejado del paso del tiempo biológico, con lo que habíamos dejado atrás en lo mítico de Delfos. Cuando la razón y los sentidos no abarcan, todo se torna confuso y propicio a la imaginación.
Por si esto fuera poco, en lo alto de estos enormes cilindros pétreos se han construido varios monasterios ortodoxos que siguen habitados por monjes y monjas de esta religión. Hasta ellos se asciende por escaleras de piedra excavadas en las rocas, desafiantes de enormes precipicios.
Para mí resultó inevitable rememorar mis visitas a Athos, aquella península, también griega, en el noreste del país, donde se alza una veintena de monasterios masculinos con unas características muy especiales. Geográficamente tienen muy poco que ver unos con otros. Apenas tal vez un poco el monasterio de Simonos Petras, colgado en la roca y mirando al mar. Aquí son todos los que están subidos en lo más alto de las inmensas rocas. Esto les concede un atractivo especial para la vista y para la evocación religiosa.
Los monasterios de Meteora tienen una larga historia cada uno y en conjunto, y vienen a representar la muestra de esa vida retirada del mundo en busca de una perfección espiritual diferente. En principio son personales y eremitorios, y después de hacen colectivos. Me contaron que las vocaciones no eran tantas ahora como en otros tiempos; algo muy diferente a lo que sucede en Athos, donde los aspirantes han de pasar por numerosas pruebas de acceso. A diferencia de lo que sucede en Athos, tan ridículamente celoso de los elementos sexuales, aquí existe al menos un convento femenino con unas treinta monjas.
La riqueza arquitectónica de los conventos ortodoxos es evidente. Me causó sorpresa agradable el grado de conservación y hasta de modernidad de los dos que visitamos. En el centro siempre el Catolicón, su iglesia repleta de decoración y de elementos religiosos. Curioso el nombre de Catolicón en una iglesia ortodoxa. Cosas del vocabulario.
Subido en aquel alto pensaba si Dios, Zeus o los otros dioses no se reirán de las diferencias teológicas y de práctica religiosa que separan a los católicos de los ortodoxos. Aquello del Espíritu Santo y su procedencia solo del Padre, o del Padre o de Hijo a la vez. Oh my God! Lo del Paráclito en pleno siglo veintiuno. La otra es la de la comunión bajo las dos especies de pan y vino. Parece que, en el fondo, existen -una vez más- asuntos de poder, de distancias geográficas (importantes en la época del cisma) y de sometimiento de fieles. Lo de siempre. Pero ahí siguen, erre que erre, unos y otros sin dar su brazo a torcer, no siendo que se queden los dos sin él.
Aproveché el tiempo para conocer algunas de las prácticas más importantes de la liturgia ortodoxa en las explicaciones de Angélica, ortodoxa ella y practicante. Me contó, para mi sorpresa, entre otras cosas, que los popes-curas (no los monjes) son ¡funcionarios del Estado! ¡Y cobran del erario!
La principal diferencia con los monasterios, solo masculinos, de Athos es, sin duda, el desarrollo de la vida diaria en estos y en aquellos. Los de Athos obedecen exclusivamente a la vida de los que los habitan y a la acogida generosa y gratuita de los que temporalmente se quieran acercar a compartir esa vida; los de Meteora dedican una parte importante del día a la exposición turística; tal vez para compensar el silencio absoluto que allí arriba se tiene que sentir y vivir en el resto del día y de la noche, cuando las riadas de turistas se marchan. Cómo no evocar en aquellas alturas los versos de fray Luis: “Qué descansada vida / la del que huye del mundanal ruido…”
Lo malo, o menos bueno, es que el mundanal ruido ha escalado hasta lo más alto de las rocas y ha invadido en buena parte la soledad sonora, el aire que recrea y enamora de aquellos cielos.
Con esta nueva mezcolanza de cielo y suelo, de silencio y de bullicio, de razón y de fe, de geología y de naturaleza, de tiempo tasado y de tiempo dormido, de… descendimos hasta el autocar para mirar de nuevo y desde abajo el paso del tiempo, la geología, la memoria perdida, la espiritualidad, el bullicio, el sentimiento religioso, la explotación turística… y todo lo que aquellos parajes y aquellas edificaciones aisladas y casi en el cielo guardaban. Seguro que alguna sensación dejábamos en las rocas y en las paredes de los monasterios, y alguna otra nos llevábamos con nosotros. Seguro. Y no solo las de las fotos.

miércoles, 23 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA VIII)



Hasta el templo se accede por la llamada Vía Sacra, en una ascensión que ha dejado muestras de exvotos, ofrendas de todo tipo y señales de la importancia del oráculo. Porque, después de matar a la serpiente Pitón, Apolo consiguió que su santuario-oráculo se convirtiera nada menos que en el ombligo del mundo, en el centro del universo conocido, en aquel lugar en el que llegaron a encontrarse las aves enviadas por Zeus. Someterse a ese criterio los diversos pueblos de Grecia suponía, sobre todo, dar carta de naturaleza a un poder superior, conceder fuerza a los más poderosos como intermediarios entre el dios y los seres humanos, y justificar casi todo, lo justificable y lo injustificable. Como, además, cualquier tipo de religión lleva incorporada una buena dosis de tranquilizante y de consuelo para la debilidad del ser humano, todo se conjugó allí para elevar el santuario hasta los más altos grados de espiritualidad y de influencia.
La historia-leyenda del oráculo está desperdigada por numerosas referencias históricas y literarias de la literatura griega y romana, y, en nuestros días, en muy variadas páginas al alcance de cualquier curioso. A la mente del visitante llegarán aquellas que mejor recuerde y que menos polvo acumulen en el desván del olvido. Una buena guía, como Angélica, ayuda a desempolvarlas y a revivirlas.
Otro tanto sucede -tal vez con mayor profusión y detalle- con lo referido a los aspectos de construcción, escultóricos, de destrucción, de conservación y artísticos en general.
Como visitante interesado y al amparo de mis recuerdos y explicaciones de la guía, iba admirando todo lo que en la Vía Sacra se intuía: la recepción de los asistentes, la importancia de los representantes de las distintas ciudades, los regalos que aportaban al templo, las maneras en las que se producían los oráculos y las respuestas, siempre ambiguas, que se daban, las pitonisas y su estado anímico y sensorial en el momento de interpretar los ecos del dios…, todo el montaje de ese botellón místico que significaba la propia existencia del recinto sagrado y lo que lo mantenía. Que no se me enfade Apolo, pero es sin duda uno de los principales gurús de la Historia. Todo, por supuesto, envuelto en misterio y en procesos alejados de la naturalidad. Como sucede en todas las religiones.
Por encima de todo, me sigue sugestionando la capacidad de aunar voluntades y egoísmos de estos centros religiosos. A Delfos acudían todas las principales ciudades griegas, con sus representantes más distinguidos, a suplicar consejos al dios y a agradecer supuestos favores concedidos por la divinidad. Con el resultado de todo ello, mantenían aquietadas las voluntades de los súbditos, sacaban pecho delante de las demás ciudades y seguían adelante con sus calamidades y desigualdades. Y así una vez y otra, un siglo y otro siglo.
Ya se sabe que los oráculos respondían a las peticiones siempre a su manera y de forma ambigua. A ver, si no, cómo se iban a mantener los sacerdotes y las pitonisas y como se iba a mantener todo aquel tinglado. Se cuenta que la pitonisa masticaba laurel, bebía agua de la fuente Casotis y se sentaba en un gran trípode situado sobre una grieta natural del suelo de la que salían vapores. Al inhalarlos, la sacerdotisa entraba en un frenesí o delirio gracias al cual pronunciaba las palabras, quizás incomprensibles, que los sacerdotes del templo escuchaban y escribían, y que luego se entregaban al consultante. Qué sicodélico todo, ¿verdad? Pero el ritual de la consulta tal como se ha descrito aquí presenta un problema: es tardío y se trata más bien de una elaboración esotérica de la realidad. Pero es que se conservan bastantes de esas respuestas, que fueron incorporadas a los textos literarios tan absolutamente fundamentales como, por ejemplo, toda la saga de Edipo y sus ramificaciones familiares.
Y ahora es absolutamente necesario detenerse y dejar volar la imaginación hasta las lecturas de todas estas obras clásicas y esenciales para la cultura occidental por todos los conceptos que incorporan. Suficiente como para dejarse perder por esa Vía Sacra y hasta para dejarse picar por una araña en el descanso bajo la sombra placentera de cualquier árbol, sobre todo olivos o laurales, allí todos sagrados.       
Hay que seguir para contemplar el conjunto del recinto arqueológico. En medio de todo se alza el majestuoso templo del dios Apolo, con sus ciclópeas columnas resguardando el interior sagrado del santuario, el lugar de la estatua sagrada, el sancta sanctorum. Imaginar, desde la explanada que precede al tempo y contemplando todo lo que la vista alcanza en los alrededores, lo que aquello pudo ser y ya no era supone una experiencia única y reveladora.
Porque alcanza consideraciones sociales, artísticas, religiosas, racionales, económicas…, humanas, en definitiva. ¡Y todas concentradas en aquella ladera sagrada y mítica! En algún sitio he dejado escrito, a propósito de algo que tenía que ver con este mundo algo así como “del caos al mito, de este a la razón, y de esta ¿hacia dónde?”. Todo se me aparecía allí reunido. Como si la Historia se hubiera disgregado en historias y estas, a su vez, se hubieran vuelto a comprimir en una sola Historia. Cada uno de los episodios que convoca y que evoca aquel recinto arqueológico, mítico, sagrado se agranda y se desarrolla por su cuenta. Allí se daban la mano y bailaban un hermoso baile acompasado por la lira de Apolo y aderezado en las crateras que servía Ganimedes. Yo sencillamente contemplaba y me dejaba llevar al compás de la memoria. Ya tendría tiempo de serenar y de evocar por separado cada elemento de aquel baile o acaso aquelarre. No sé si incluso estaban invitados al sarao el resto de los dioses.
Como no hay santuario u oráculo que se precie que no desarrolle otras posibilidades, alrededor del templo de Apolo se extendió todo un conjunto de edificaciones de tipo religioso o civil que han dejado sus restos para los siglos posteriores. Tal vez uno de los mejor conservados sea, una vez más, el Estadio. Junto a las exhibiciones religiosas, las exhibiciones humanas, y, en el mundo clásico, las atléticas son fundamentales.
Lo mismo que sucede en otros lugares, las excavaciones han recuperado muchos restos originales, que han pasado a museos cerrados en los que la conservación resulta más sencilla y más segura. En el museo arqueológico de Delfos se contemplan la serenidad de una preciosa esfinge, la figura altiva de Antinoo, partes de frontones, los Kouroi, o numerosas piezas de cerámica o monedas… Todo un tesoro que ilumina un poco la imaginación acerca de todo lo que pudo ser aquel lugar.
Con esa mente confusa y repleta de elementos míticos, religiosos, de poder, de relaciones humanas y hasta de sustratos naturales, nos marchamos de Delfos, dejamos al dios Apolo en sus sueños y a todo lo que generó un lugar y una superestructura que aunó tantas voluntades y tantos intereses.
Mi mente iba esponjada de sensaciones múltiples. No tendría mucho tiempo para ordenarlas entonces pues me aguardaba y nos aguardaban otros lugares, también repletos de elementos religiosos y naturales.
Vamos a ellos.

lunes, 21 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA VII)



A rumiar un poco las imágenes y las explicaciones nos fuimos a un hotel escondido entre montañas y bordeando durante muchos ratos el mar por una carretera estrecha que dejaba ver pequeños pueblecitos al lado del agua, en un estrecho y en un mar tranquilo y en calma. Llegamos tarde, con cansancio, con hambre y con sueño; así que a cenar y a descansar. El pueblo estaba un poco alejado de nosotros y casi nada invitaba a acercarnos andando a pasear por sus calles. Habíamos subido desde la orilla del mar hasta una altura considerable y la noche se cernía sobre nosotros, sobre las montañas y sobre el valle. Un ligero paseo después de la cena y a descansar, que el día siguiente nos guardaba muchas sorpresas.
Cuando por la mañana, bien temprano, pudimos extender la mirada, un largo valle se hundía a nuestros pies. A nuestra altura, un grupo de montañas se alzaba como haciendo de intermediarias entre el cielo y el suelo. Misterio, dejemos paso al misterio y a la imaginación. Estábamos en el reino de los dioses y estos dioses griegos son juguetones, vengativos, poderosos…, y, como todo dios que se precie, misteriosos. Íbamos a visitar Delfos, el oráculo de los oráculos, el vértice de las súplicas de los héroes y de los humanos en los tiempos de la Grecia Antigua. Pues vamos a ello.
A escasos kilómetros de nuestro descanso y a la izquierda de la carretera, se deja ver lo que fue el templo de Hera, hija de Rea y de Cronos, y esposa legal de Zeus, siempre a la greña con este por sus continuos devaneos con dioses, héroes y humanos, que estos dioses eran así de divertidos, como si fueran niños pequeños. Tal vez algo más antiguo que el de Apolo, pero aislado de este y menos majestuoso. Parece que ya erigido sobre otro anterior, aunque todas estas conjeturas a mí me interesaban menos. Era momento oportuno para recordar alguna de esas correrías de los dioses, de alguna de sus peleas y de alguna de tantas idas y venidas como se traían entre manos. Termina por ser un mundo que por una parte que da terror y por otra divierte muchísimo. Cosas de dioses.
Muy cerca de allí y al otro lado de la estrecha carretera, se divisa muy pronto el majestuoso templo de Apolo y de todo un recinto arqueológico que representa el lugar sagrado por excelencia -dejémoslo si no en uno de los más importantes para no pillarnos las manos- y hacia él volví enseguida la vista.
Pero antes había que descender del autobús para contemplar una fuente mítica, la fuente poética por excelencia, la Fuente Castalia, la del agua sagrada, la que ofrece e inyecta en vena la inspiración poética. ¡!!A beber!!! Mejor más despacio porque la fuente casi se ha secado y apenas destila un hilillo de líquido que viene desde lo alto de la montaña. ¿De qué montaña? Escucha bien y atentamente: ¡!!Del PARNASO!!! Estás a los pies del monte Parnaso, junto a la Fuente Castalia y llegando al templo de Apolo y a todo el recinto sagrado que lo rodea. Déjate llevar y sueña. Desde hoy ya podrás decir que has hecho un viaje real al Parnaso, aunque no te hayas dado de bruces con Cervantes por sus laderas.
Así que, con el halo de la poesía y en posición de espera por las musas, empezamos a subir hacia el conjunto arqueológico de Delfos.
Dicen que Apolo fundó el templo y su oráculo disfrazándose de delfín y atrayendo a todo un barco de marineros. Pero hay muchas más teorías que tejen esta fundación en los tiempos remotos y misteriosos. Que cada cual elija la suya. Es el caso que Apolo se empeñó en que los humanos lo adoraran y en que él les pudiera mostrar su poder, y allá que se fue, a fundar un lugar de oración, de interpretación y de muestra de poder. También, y mucho, entre los demás dioses, que esto de la lucha por el poder no es cosa reciente. Y de unas formas o de otras, el caso es que se salió con la suya y aquello se vino arriba hasta conseguir ser un centro fundamental en la época antigua. Así, como de entrada, me vinieron a la memoria los santuarios marianos en todas sus variantes, apariciones, cultos y edificaciones. No es cuestión de estropear el misterio, porque se nos caen los palos del sombrajo y no es plan.
Venga, vámonos con Apolo.

viernes, 18 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA VI)



En ese mundo inconcreto y lejano andábamos inmersos cuando seguimos viaje hacia un lugar de referencia más próxima y universal, pero no más misteriosa que la que habíamos dejado atrás y que la que conoceríamos en otro lugar. Los viajes se ordenan de acuerdo con diversas necesidades y no siempre prevalecen los criterios menos económicos.
Habíamos dejado atrás el mundo mítico de Micenas, de su eco apenas histórico, y nos aproximábamos a un lugar y a un símbolo más reconocido, algo más próximo. Aunque todo depende de la perspectiva que le apliquemos.
Olimpia es, ante todo, un sitio arqueológico al oeste de la península del Peloponeso, por la que andábamos felizmente perdidos y lejos del tiempo. Recoge, en una extensión muy grande, los restos (siempre restos) de todo un conjunto de hechos, edificios religiosos y civiles que resumen en buena medida el índice de la historia de muchos siglos de Grecia. Hay datos de restos prehistóricos, de asentamientos varios…, pero, por encima de todo, es un lugar de culto, un centro que servía para la aproximación de las ciudades griegas, para la demostración de sus poderíos ante los demás y para amalgamarlo todo con elementos religiosos y mitológicos, esa mezcla que tan bien ha servido siempre a los que andan en el ápice de las estructuras de poder para tener calmada a la comunidad.
Por eso, al lado de los majestuosos templos de Hera o de Zeus, se pueden observar restos de construcciones en las que trabajaban tanto los arquitectos como sobre todo los escultores o los adiestradores de atletas. Allí el monte Cronio (Cronos) presidiéndolo todo y como bendiciéndolo, el Pritaneo, el Gimnasio y la Palestra (algo así como los campos de entrenamiento de nuestros atletas actuales), el taller del famoso escultor Fidias y sus herramientas, los Baños, el Hostal para los sacerdotes de los templos, el Templo de Hera y el de Zeus, el Estadio…, y muchos otros lugares que componían todo un conjunto monumental único. Todo ello bordeado por el río Alfeo. ¡Todo en directo y en el sitio original!
Mejor dicho, todo no, porque los elementos reales tienen que ser ordenados y compuestos desde los datos historiados y conocidos por los expertos, pasando por los elementos que la imaginación añada. Y, así como cada resto o edificio tiene una historia concreta, esta no se completa y no adquiere todo su sentido y significado hasta que no entendemos su valor y lo que desde cada uno se jugaba. Si se recoge la historia conocida y se conjuga en sus diversos elementos, creo que enseguida nos damos cuenta de que todo termina respondiendo a un esquema de poder. Desde los primeros asentamientos, pasando por los elementos de culto a los dioses (después suplantados y destruidos por los cultos a los dioses cristianos) o por las demostraciones deportivas como muestra de poderío y de ostentación ante los demás.
Olimpia tal vez recoge casi todos los aspectos: la aparente sumisión a un dios en su culto por parte de todas las comunidades como último elemento al que recurrir, pasando por las ofrendas de las ciudades, a cada cual más potente y ostentosa, hasta todas las demostraciones más aparentemente humanas en el campo deportivo. Eso explica la majestuosidad de los templos, las estatuas colosales de los dioses, como la de Zeus esculpida por Fidias y considerada maravilla del mundo antiguo, o las edificaciones deportivas de los estadios y los hipódromos. Son esas superestructuras que, con otros colores, se mantienen en nuestros días.
Si tuviera que destacar aquellos lugares que más me empujaron a la admiración y a la consideración de lo que pudo ser todo aquello, me quedaría con el Tholon (tempo redondo) de Filipo, o Filipeo, los templos de Hera y Zeus y el Estadio Olímpico. Me conmocionan, no solo por sus aspectos arquitectónicos o esculturales, sino por lo que aúnan, explican y conservan. La superestructura religiosa amparaba las disputas de las comunidades (ciudades estado) y estas se dirimían en tiempos de paz con demostraciones de poderío en ofrendas (fundamentalmente estatuas para los exteriores de los templos), y en tiempos de guerra con invocaciones a los dioses como elemento de poder o de reconciliación.
Perderse por aquellos lugares es encontrarse de nuevo con el sueño del tiempo y tal vez la constancia, cuando la conciencia se recupera, de que en el sueño y en la realidad de las distintas épocas acaso las diferencias no son tan notables. Después, todo hay que adobarlo con los recuerdos de las lecturas y con todo el poso que el tiempo haya ido dejando en cada uno de los visitantes.
Tal vez lo más próximo a nuestros días sea el reclamo de las olimpiadas, esa especie de reunión simbólica de pueblos en competición con sus mejores atletas (Menos mal que después nos hemos inventado olimpiadas matemáticas, de filosofía…). Si examinamos con calma, tampoco hay tanta diferencia entre lo que se sustanciaba entonces en una olimpiada y lo que se dirime hoy. En el fondo es una demostración externa del poderío de una comunidad ante todas las demás en el aspecto más físico. Es verdad que hay que cambiar todo lo que nos pide el paso del tiempo en casi tres mil años, pero la raíz y la esencia siguen ahí, mutatis mutandis.
Curiosidad estética y cultural: los atletas se representan desnudos (hay anecdotario para explicar por qué corrían desnudos), lo mismo que los dioses; solo a ellos les corresponde tal privilegio. A los vencedores les correspondían muchos otros. Nada demasiado alejado de lo que sucedía en Roma con los gladiadores y en nuestros días con los campeones deportivos. Pero de este hilo no debemos tirar más porque la madeja es muy larga.
Allí, en la antesala del templo de Hera, se halla el lugar en el que cada cuatro años se enciende la llama olímpica para ser llevada, después de un recorrido por medio mundo, hasta el lugar de celebración de las correspondientes olimpiadas. Se procura encender con los rayos solares, pero a veces Zeus o Hera juegan malas pasadas.
¿Cómo no va a perderse uno por aquellos parajes, en medio de los templos de los dioses del Olimpo (a pesar de que el monte Olimpo se halla más al norte) y evocando los restos de un mundo que andaba ya poniendo las bases para todo lo que después hemos sido nosotros?
Los griegos de nuestros días han acordado, con muy acertado criterio, resguardar las principales muestras de su historia antigua en museos arqueológicos; allí pueden resguardarlas del paso del tiempo y de su inevitable deterioro. Las excavaciones siguen y las reconstrucciones también. Por ello se puede observar en el museo de Olimpia lo que pudo ser la estatua de Zeus, hoy perdida y rapiñada por todos, o los frisos y frontones de los diversos templos, entre otra serie de restos de diverso tipo.
De nuevo, los detalles de carácter técnico y artístico me interesan menos, o, mejor dicho, no me importa demasiado exponerlos aquí porque andan expuestos muy bien en otros lugares. Me interesa, y mucho, lo que en conjunto simboliza todo este conjunto, el mundo que hay detrás de él y las repercusiones que haya podido tener, también y sobre todo en nuestros días, en mis días y en mi vida. Son muchas y muy importantes.
Por ello salí saciado de imágenes y de sensaciones, cansado pero contento, con el almacén lleno y hecho un caos. Tiempo habría de ordenarlo. Unas decenas de imágenes y de fotografías personales ayudarían a ordenarlas y a degustarlas.
Dioses, sacerdotes, creadores, atletas, ofrendas, demostraciones, sacapechos, superestructuras, esclavos agradecidos y hasta entusiastas, escalas de valores… Qué sé yo, todo un mundo en revoltijo dando vueltas por mi cabeza. Allí, en la cuna de mi civilización, en la escala de valores de la que yo sigo bebiendo. Acaso cualquier ser humano. Y yo allí, como niño de escuela, dejándome empapar como esponja que absorbe todo lo que le llega.
Bueno, vale por hoy.

jueves, 17 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA V)



No está muy lejos Micenas de Epidauro y alguna vez había que nombrar a un conductor que te lleva y te trae durante más de una semana. Su nombre era Georgios y su destreza al volante, de muchos quilates: ni un mal frenazo ni un pequeño despiste; su desconocimiento del español le sometía a la discreción y casi al silencio.
Pero vayamos a MICENAS. Lo hacemos por carretera estrecha y no tardamos en llegar. Comemos con rapidez y nos acercamos a contemplar la zona de dominio de esta ciudad estado  y los restos arqueológicos que atesora.
Llegar a Micenas es lo mismo que retroceder en el tiempo y olvidar los elementos que nos ayudan a dividirlo y a tratar de dominarlo. A mí, como siempre, solo me interesan los elementos históricos en tanto que sean capaces de remover mi conciencia si veo su repercusión en el presente o me animan a dejar correr la imaginación a mi antojo.
Existen muy sesudos estudios acerca de la época de esplendor de Micenas. Todos la sitúan entre 1600 y 1100 antes de Cristo. Es este el tiempo en el que su dominio sobre la región y sus luchas contra otras ciudades estado del contorno y de la Hélade se muestra más activo. Aquí cabe toda una lista de hechos que se hace interminable y que a mí me ocupan menos ahora, porque no caben en apuntes tan breves y porque andan aguardando en los libros de historia de la Grecia Antigua.
Lo más importante ahora es que Micenas representa ese espacio nebuloso en el que la Historia se pierde para hacerse gas en la memoria y en la imaginación; es el espacio y el tiempo del mito y del aporte de las connotaciones que cada uno quiera añadir. Yo llegaba con las ideas dormidas en mi imaginación de Agamenón, aquel rey jefe de los aqueos que fueron hasta Troya en busca de la venganza por el rapto de Elena. Habría mucho que comentar acerca de si este fue realmente el motivo, pero demos todo por bueno para no perturbar nuestra imaginación. Y en mi mente se abrían las páginas de la Iliada y los ojos ciegos de Homero, su cantor. Siempre me ha gustado más la Odisea (Odos=camino; Odiseo=el caminante, el aventurero), la primera novela de aventuras de la Historia, que la Iliada; pero, para este momento, había que dejar paso a las luchas de guerreros, de héroes y de dioses protectores de uno y otro bando a las puertas de Troya. Con Homero y sus relatos se juntaban todas las genealogías de dioses contadas por Hesíodo en su Teogonía; y la mezcla daba un conjunto de niebla y de misterio que empujaba a la contemplación y al silencio. Porque de por aquí habían salido Agamenón, pero también Helena, y Ulises, Aquiles y Patroclo… Y les aguardaban Príamo, Ayax, Paris, Eneas con Ascanio o el anciano Anquises. Por encima y por debajo, los dioses y las diosas protectores de unos y de otros, y jugando siempre a la guerra y a la venganza como si de una fiesta se tratara. En fin, la Iliada y la Odisea al descubierto en espacio y casi en tiempo.
Y, en la acotación de Micenas, la confusión de los aspectos más heroicos con los más humanos y deficientes en la persona de Agamenón. Porque su historia personal no es precisamente un caminito de rosas, ni su final el más deseado. Acaso su mujer también tenía un límite en sus comprensiones y terminó por decir hasta aquí hemos llegado. Pero con esto de los héroes hay que tener cuidado para que no se nos caigan los palos del sombrajo y volvamos a la realidad más mostrenca y grosera. El que quiera más historia, que se acerque a estas figuras y verá que en todos los sitios cuecen habas y que no todo el monte es orégano; ni mucho menos.
Yo preferí quedarme en el ensueño y en el engaño, pero sabiendo que me estaba engañando. La guía, Angélica, con sus explicaciones, dio la vuelta al tiempo y nos llevó hasta tres mil años atrás. Y allí soñamos (yo al menos) ver algunos de los primeros vagidos de la Historia. Visitamos la acrópolis (acros+polis) de Micenas, en sus diversas construcciones y restos, imaginamos (imaginé) los pasos de Agamenón por las estancias y otro tanto hice con los apartados destinados a soldados, vendedores, difuntos o consejeros. Los detalles técnicos están en color y perspectivas hermosas en cualquier ventana de internet.
Cuando la imaginación había tenido tiempo de navegar por las olas de lo confuso y de lo alejado, volví a mi consideración más frecuente cada vez que visito una muestra monumental en un arte cualquiera, sobre todo en escultura y en pintura. Trato de visualizar la sociedad que hacía real estos espacios y estos tiempos. Y el resultado, entonces, no me parece el más saludable: reyes, poderosos, mandones, esclavos, servidores, dioses que sirven para justificar las desigualdades e injusticias…, desigualdades por todas partes. Y el ánimo se me viene al suelo si considero lo que sigue sucediendo en los días que me toca vivir. Todo ha de ser explicado desde su contexto para poder ser entendido realmente. Las ciudades estado tenían sus propias características; pero el panorama no deja de ser para mí desolador.
Desde la acrópolis de Micenas, se dominaban los campos de la región, todas aquellas tierras dominadas por el centro de poder y desde la altura, defensa y muestra de ese poder para todas las tierras.
Aparte de la acrópolis, en Micenas se conserva la tumba del Agamenón, el rey Atreo jefe de los aqueos en la guerra de Troya. Poco importa que haya discusiones acerca de si realmente corresponde a tal rey o no. La imaginación lo quiere (muchos estudios también) y es bastante. También los detalles técnicos se pueden ver en las ventanas de internet o en cualquier libro de Historia. Tal vez lo más destacado para mí sea su carácter ciclópeo (imaginemos y hasta veamos a los cíclopes echando una mano con las piedras) y lo bien que consigue rematar lo que se asemeja a una cúpula gigantesca. Mi mente se marchó inmediatamente al Panteón de Roma, por su parecido y, en alguna medida, por su finalidad semejante.
 El tercer elemento de impacto no se conserva a la vista en Micenas, sino en los museos de Atenas, pero supone algo especial para cualquier visitante curioso. Se trata de los restos de cerámica que las excavaciones nos han descubierto y, sobre todo, las inscripciones de primeras escrituras que en ellos se grabaron. Es lo que se ha venido a denominar Escritura Lineal B, una especie de ensayo de lo que después sería el alfabeto y la sistematización del legado escrito, ese en el que se conserva la memoria de todo lo pasado que ha logrado sobrevivir y ha llegado hasta nosotros. Imaginar ese ensayo, todavía torpe, de fijar en líneas sencillas las expresiones orales y los pensamientos supone algo así como ir a Fátima y contemplar un milagro de los de verdad. He defendido muchas veces que el ser humano lo es realmente en el momento en el que consigue un sistema, aunque sea elemental, de articular la palabra. Primero, mucho antes, en forma oral; después, mucho después, en forma escrita. Pues en estas tierras tenemos algunos de esos primeros vagidos; sus vasijas conservan algunos de esos trazos que trataban de explicar cualquier cosa de la vida cotidiana en forma de esquema visual organizado. Después vendría aquello de la alfa, la beta…, el alfabeto, también el nuestro.
Pues dejen que todos estos elementos hagan mezcla, conviértanse en alquimistas de la imaginación y déjense llevar por sus aromas. Pueden salir ebrios y hasta adictos a la ebriedad. Pero esta tal vez merezca más la pena.
Demasiadas sensaciones en tan poco tiempo. No importa. Se trataba de despertar todo lo que andaba dormido y ahora miraba asustado y como en duermevela. No había que dejar cerrada ninguna ventana; al revés, mejor añadir más imágenes y escenas a las ya existentes y dejarlas reposar de nuevo: ya habría tiempo de recuperarlas con serenidad y sorpresa.
Micenas fue una buena dosis en vena de mitología, de héroes intermedios, de sociología, de pulsos de poder, de miserias humanas, de literatura…, de sueños. Que despierten cuando quieran.

miércoles, 16 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA IV)



Y de lo nebuloso de la noche nos sacó el autobús, entre atascos y velocidad lenta, de una Atenas ruidosa y en fila de vehículos hacia ninguna parte.
Nosotros viajábamos hacia el Peloponeso, esa península situada al suroeste de Grecia, que, en el origen de todos los orígenes, siempre aparece relacionada con Atenas, tanto en enfrentamientos como en coaliciones contra otras ciudades o regiones. A nuestra izquierda, siempre el mar, y el Pireo, puerto natural de entrada y de salida.
Al Peloponeso entramos por el istmo de Corinto, por el puente que vigila desde lo alto ese canal profundo que se ha construido para que lo que era península se convierta en isla. La obra, vista con ojos del siglo veintiuno, no parece la octava maravilla del mundo en su dificultad de ingeniería, pero su utilidad la gozan los barcos pequeños y menos pequeños que cruzan sus aguas, en viaje de ida y vuelta, allá en lo hondo, desde el Golfo de Corinto hasta el Golfo Sarónico en el este. Unos minutos de contemplación, un descanso reparador, unas uvas famosas de Corinto y a sumergirnos de lleno en lo que pudiera evocar el Peloponeso.
Buena parte del éxito de un viaje de este tipo depende de las cualidades y de la disposición del guía que te toque en suerte. En este caso se trataba de una mujer. Angélica (ángelos) es una mujer ateniense que ha aprendido español durante siete años en el Instituto Cervantes de Atenas. Habla perfectamente español y será nuestra guía durante todo el viaje, salvo en una jornada, por un asunto personal que la obligó a dejarnos. Desempeñaba un trabajo, pero también cumplía con un interés por el mundo de su país y por lo que representaba. Enseguida nos lo demostró con su entusiasmo y con su sabiduría. Yo, que iba con mi mejor disposición y con mis pequeños conocimientos, enseguida le tuve que reconocer humildemente y dándole las gracias que me había hundido en la miseria. Por cada evocación que mi mente producía, de sus explicaciones aparecían diez o doce encadenadas. Un librito abierto y leído con buena entonación esta guía Angélica. Tengo en mi cajón guardada, desde hace ya bastantes años, mi recreación versificada de las Metamorfosis, del poeta latino Ovidio, que recoge todos los mitos griegos más importantes. En la segunda o tercera jornada ya me exigí a mí mismo darle otra vuelta, a la vista del apabullamiento en que me dejaba Angélica a cada instante. Cuánto se lo agradecí.
Resumir, aunque solo fuera en índice, todo lo que significan el Peloponeso, Esparta, Corinto, Micenas… es asunto imposible y no sé siquiera si es lo importante aquí. Lo esencial y hondo es dejarse llevar por todas las explicaciones que, en viaje o en descanso, se te van desgranando y manifestando. Si esto lo haces con una buena disposición anímica y con la mezcla difusa de tus lecturas o conocimientos culturales, se crea una atmósfera especial que te atrapa y te abduce. Es el momento de las invasiones dorias, una de las tres grandes tribus que, en los umbrales de la Historia, se asentaron por aquí, es la hora de los dioses, es la evocación de las ciudades estado, es la ocasión de las guerras continuas con los imperios persas, es la hora de… dejarse llevar y de soñar. Pues soñemos…
Mediodía era por filos cuando llegamos a Epidauro, al teatro de Epidauro.
El rescate de restos antiguos en Grecia, en demasiados casos, es bastante reciente: su historia es el compendio de muchas invasiones, de numerosos enfrentamientos entre sus territorios y de incontables devaneos de todo tipo; su independencia misma data del siglo diecinueve.
Este teatro (este lugar para ver), sin embargo, es de los mejor conservados en todo el mundo antiguo. Y posee dos mil cuatrocientos años, que se dice pronto. Las partes que técnicamente componían y componen estos edificios se mantienen perfectamente Es el lugar apropiado para recrear en sueños el mundo del teatro clásico en Grecia, el momento preciso de evocar a Esquilo (con sus míticas siete tragedias y la lluvia de comentarios que suscitan y suscitaron), a Sófocles, a Eurípides, a Aristófanes (tan solo hacía una semana que había asistido a la representación actualizada de su obra Lisístrata), a… Y, a partir de ahí, Píndaro, Safo…, a toda una pléyade de autores de diversos géneros. Todo a mi favor para pensar e imaginar aquello lleno de griegos asistiendo a estas manifestaciones, tan importantes y tan significativas. Dos notas breves acerca de la arquitectura del teatro: su capacidad (hasta catorce mil asistentes se podían reunir) y la increíble acústica, aún no explicada del todo ni siquiera por los ingenieros en esta materia. El paraje, en la concavidad de un monte, como corresponde a esta clase de teatros, mostraba todo lo que a su alrededor pudo existir y vivir. Parece que, para sus festivales acudían -y siguen acudiendo- gentes de toda Grecia, sobre todo de la península del Peloponeso y de Atenas. Imaginar allí una representación es gozo asegurado, vivirla en directo tal vez no sea para contarlo. Sobre todo -esto es para mí lo más importante siempre- porque en ese escenario se alzaba la voz para representar lo más esencial del ser humano, sus pasiones y sus ilusiones, sus deseos y sus realidades…, esos elementos que fundamentan la vida de cada uno de ellos y de nosotros. Porque la técnica ha evolucionado muchísimo; los conceptos básicos tal vez no tanto.
Con este cúmulo de sensaciones en tropel me marché de Epidauro y de su colosal teatro, con la máscara entre el sueño y la realidad de lo inmediato. Había que ir nada menos que a Micenas, y eso sí que ya es dar un salto en el tiempo hasta hundirse en lo más nebuloso de los umbrales de la Historia.
Pues arranca y vamos.

martes, 15 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA III)



Como todos los aeropuertos que atienden las necesidades de una población tan numerosa, el de Atenas se extiende en unas edificaciones de gran longitud, que siempre se hacen más visibles a la salida que a la llegada, pues los trayectos siempre buscan la recepción de maletas y la salida por los espacios más cortos.
Desde la salida en autobús, el cielo nos quiso acompañar con una tormenta en la que se deshacían todas las aflicciones, presagios y lloros de los dioses. Y eso que el Olimpo se sitúa en otras latitudes más al norte. Pero la curiosidad ante lo nuevo tiene mucho más poder y la vista se me iba, traspasando los cristales, hacia lo que rodeaba la autovía. Señales de cierto abandono en las edificaciones y huellas de los años de crisis que Grecia ha padecido recientemente. Y una sensación que no solo no me abandonaría en todo el viaje, sino que se acentuaría a medida que pasaban las horas y los días. Era algo conocido por mí, pero no por ello menos llamativo. Se trataba de la identificación de la lengua griega como madre (tal vez mejor tía o tía-abuela) de la mía. Los prefijos, las raíces, las composiciones, las derivaciones, los sufijos… Todo se hacía familiar. El primer guía, de origen portugués, se encargó de ponerlo de manifiesto desde que el autobús se puso en marcha. A mi mente vinieron velozmente los escasos conocimientos de la lengua clásica griega que aprendí en mis años más juveniles, los algo más extensos de la lengua latina y las reflexiones de tantos años acerca de mi lengua materna, mi español, hijo del latín, sobrino del griego y nieto del viejo y común indoeuropeo, aquella lengua cuyo estudio yo abandoné pronto por circunstancias personales. Todo un racimo de formas de ver el mundo, que es lo que, en definitiva, son las lenguas. Entre derivaciones y semejanzas nos aproximamos al hotel, en un barrio de clase media acomodada, al otro lado de la ciudad.
Atenas es toda una metrópoli (metros + polis) muy extendida a los pies del mar Egeo y viene a congregar a casi la mitad de toda la población de Grecia. Sus características se pueden ver en cualquier página y yo no quiero repetir lo mostrenco. Solo destacaré en esbozo alguna nota que a mí más me llamó la atención.
Como le sucede a Roma, Atenas se asienta y en parte la rodean varias colinas desde las que se ofrecen vistas generales de la ciudad. No es mala forma de mirar al mar para defenderse de él y de las invasiones, así como para alzar la vista hacia el Horizonte. Lo hace, además, en una amplia bahía que serena las aguas y las torna más tranquilas para refugio y gozo. El Pireo no es más que su salida natural hacia la aventura del mar. Zálata, zálata… Sin el mar, Grecia y Atenas no tendrían sentido ni mitológico ni histórico.
A pesar de la significación del mar y de su valor para Atenas y para Grecia, al menos en la parte próxima al Pireo, no posee playas extensas. ¡Y muchas de ellas son privadas! Tal vez por ello, los paseos marítimos resultan estrechos y desiguales. Desconozco qué justifica todo esto, pero mi extrañeza resultó ser grande.
Atenas, como sucede con las ciudades mediterráneas, es una mezcla amistosa de naturaleza y de edificaciones humanas. El campo invade la ciudad y la ciudad se hermana con el campo. Por eso no puede extrañar la presencia de olivos en medio de las aceras, de pinos adornando cualquier parque céntrico, o buganvillas floreciendo a su antojo en cualquier jardín.
La vida, de acuerdo con el clima, se desarrolla en muy buena parte en la calle y, por ello, resulta normal ver las terrazas llenas de gentes por la noche, como si el paso del tiempo no fuera con ellos o la crisis no les hubiera visitado nunca.
La circulación se resiente de la falta de circunvalaciones amplias de la ciudad. Tal vez las colinas que la rodean por el norte las dificulten, pero la circulación en Atenas resulta un martirio casi insufrible. Tanto dentro del autobús como siendo peatón. Ojalá los dioses levantaran a los atenienses este castigo cotidiano.
Durante todos los días que pasé en Grecia, sentí una confusión extraña y solapé las impresiones que me había causado Roma y que me causaba Atenas: tan pronto mi mente estaba en un sitio como paseaba por el otro. Son los mundos clásicos, mis mundos clásicos, los que me habían enseñado tantas cosas desde hacía tanto tiempo. Ahora cerraba el círculo con estas primeras impresiones de la realidad física.
Pero yo había venido a buscar la huella de lo antiguo, del caos, del mito, de la protohistoria, de las raíces de la historia en sus ideas y en sus pensamientos. Volvería a Atenas unos días más tarde para conocerla mejor. Ahora esperaban otros lugares. Comenzaba el círculo por lo nebuloso del mundo mitológico para después venir al de la razón. Nos esperaba un recorrido largo y era bueno descansar. Así que buenas noches y hasta mañana.

lunes, 14 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA II)



Saltar en una sola jornada desde el extremo occidental del Mediterráneo hasta la parte más oriental es solo asunto de tiempos muy recientes. Cuando los fenicios surcaban sus aguas para  negociar con los productos, se despedían de sus tierras por una larga temporada; los romanos tardaron su tiempo en hincar el diente a las tierras occidentales y norteñas de esta nuestra península, por pensar solo en algunos casos históricos. Hoy todo esto queda solucionado con esos pájaros gigantes que surcan el espacio como si las leyes físicas de la gravedad se hubieran tomado un respiro y no quisieran actuar contra nosotros.
La mañana se despertó en Barajas conociendo y saludando a los que nos iban a acompañar en el viaje y al guía que se hacía cargo de nosotros. Las primeras impresiones son siempre un poco traicioneras, pero yo me dejo llevar bastante por esas primeras miradas, por esas primeras preguntas, por esos aspectos, por los primeros comentarios. Y no quiero engañarme: no fueron los mejores. La culpa, en la mayor parte, tiene que ser mía pues ya parto con prejuicios en esta clase de viajes. Cada uno tiene sus inquietudes y sus expectativas. Yo solo puedo pedir respeto a los elementos comunes y poco más: horarios, puntualidad, no demasiadas vulgaridades… Qué sé yo, esas pequeñas cosas que afectan al desarrollo elemental de la convivencia y que la hacen posible en sus mínimos necesarios. Nada más. Procuraré olvidarme del contexto humano y pensaré en mis asuntos. Me salva, por otra parte, la ventaja de viajar con mi esposa, con mi hermana Fide y con Pedro, su marido. Tiene sus ventajas y sus inconvenientes eso de poderte aislar un poco de todo.
Así que nos vimos en el cielo a eso del mediodía. Con todo por delante y a vuelo de pájaro de las llanuras del centro de la península. Un cálculo equivocado en los billetes me situó solo y aislado de mis acompañantes en el avión. Todo tiene sus ventajas si se saben aprovechar.
Pronto, el mar allí abajo y yo en todo lo alto, en medio del abismo, con tiempo para pensar y para dejar suelta la imaginación. Mare Nostrum, Mar Mediterráneo, nuestro mar, el mar en el centro de la tierra conocida, el mar que nos pertenece, el mar de nuestras dichas y de nuestras desdichas. Retazos de la Historia de uno y de otro lado. Sobre todo del mundo romano, de su extensión, de sus leyes, de su lengua, de sus vaivenes, de sus desaguisados, de su esplendor y de su decadencia. He visitado varias veces Roma y otros lugares de Italia; en todos me he sentido como heredero orgulloso de muchas de sus cosas y de su legado, aunque no de todas. Y a la memoria, también mis latines, mis lecturas, mis descubrimientos del mundo clásico…, todo un rosario de imágenes en tropel y algo desordenadas.
Pero esta vez el destino era Grecia. Y Grecia aún despertaba en mí algo más lejano y confuso, algo más entretejido de leyenda y de mito, de territorio y tiempo en los que la memoria se pierde y se diluye. Ya he dejado dicho que había visitado Athos, esa especie extraña de reserva espiritual ortodoxa, en dos ocasiones. Ahora era el encuentro con algo que andaba entre las lecturas y el sueño, entre los principios y las dimensiones reales.
Las circunstancias (diré los hados para esta ocasión) se me pusieron favorables y las aproveché. El viaje tiene que estar siempre lleno de circunstancias especiales: La vida es una aventura atrevida o no es nada, como enseña Cavafis. Yo había preparado una, por si acaso se podía llevar a cabo. En mi equipaje había incluido un libro con algunos de los diálogos de Platón. ¡Iba a Grecia! Pues, como la ocasión la pintan calva, no dejé que le creciera el pelo y me puse manos a la obra. En los cielos que cubren Italia y Grecia leí El Banquete, ese diálogo que indaga y trata de definir, en boca de Sócrates, una de las palancas que mueven la actividad humana: el amor, junto con su oponente: el interés particular. Sonará raro, pero era mi manera de agradecer a estas tierras todo lo que me han prestado gratuitamente para la formación de mi pensamiento y mi manera de comportarme en la vida. Anoto aquí al azar alguna de sus frases:
“¿Las cosas buenas son también bellas?”.
“Eros es amor de lo bello. Eros es necesariamente amante de la sabiduría”.
“- ¿Y qué será de aquel que haga suyas las cosas buenas?
Esto ya puedo contestarlo más fácilmente: que será feliz”.
“Lo que los hombres aman no es otra cosa que el bien”.
“El amor es, en resumen, el deseo de poseer siempre el bien”.
“Pues esta es justamente la manera correcta de acercarse a las cosas del amor o de ser conducido por otro: empezando por las cosas bellas de aquí y sirviéndose de ellas como de peldaños ir ascendiendo continuamente, en base a aquella belleza, de uno solo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y, partiendo de estos, terminar en aquel conocimiento  que es conocimiento no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca al fin lo que es la belleza en sí”.
En fin, que se me fue el vuelo en estos devaneos raros hasta que apareció allí abajo, a vista de pájaro, Atenas, la ciudad que nos aguardaba, acostada al lado de las tranquilas olas del Mediterráneo, conteniendo a sus mitos, a sus lejanas historias y a sus héroes, a sus filósofos y a todos los que habían forjado los pilares de la civilización occidental. El cielo no andaba muy contento pues descargó una tormenta poderosa que inundó las carreteras de aproximación al centro de la ciudad. Un recibimiento propio de algún capricho de Zeus, del Júpiter posterior o del Dios más familiar, trillizos con idéntico nombre.
Yo miré desde arriba y sentí el descenso como una aproximación respetuosa hacia lo desconocido. A pesar de todas mis lecturas y de mi admiración por el mundo clásico griego. Saludémonos con calma y sin reticencias. A ver de qué humor están los dioses allá en el Olimpo.

domingo, 13 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA)



Que todo lo que sucede tenga sus causas no significa que las conozcamos. Pero podemos adoptar dos posturas: olvidarnos de ellas y actuar como si no nos interesaran, o preocuparnos por hallarlas, darles sentido y cargarnos con la conciencia de lo que está sucediendo. Con la primera actitud nos acercamos al comportamiento animal del impulso y el instinto; con la segunda nos situamos en un nivel superior, más reflexivo y humano, lo que no quiere decir que resulte más agradable.
Pues que hoy me preguntaba yo por las razones de mi último viaje por tierras de Grecia. Tal vez uno vaya tan lejos por pura inercia, porque alguien le ha preparado un viaje de esos que organiza no sé quién, porque acaso no está mal cambiar de ambiente en espacio y tiempo, porque la actualidad “obliga” a moverse y a conocer lugares distintos a los cotidianos, porque la vida no es más que un viaje corto… Qué sé yo. Seguramente los motivos sean todos estos y muchos otros que se podrían sumar a la lista.
En este caso existe otra razón poderosa que se circunscribe al ámbito personal y que tinta todos los demás. En mi imaginario había ido tomando forma durante casi toda una vida un mundo diverso y lejano procedente de las lecturas y estudios acerca del mundo helénico y todo lo que de simbólico había ido creciendo en mi mente. A lo largo de mi vida, habían ido pasando muchas imágenes por un escenario figurado. Había sido solo imaginado y no percibido en espacio real.
Por este motivo, cuando se me propuso -y se me dio preparado, gracias al trabajo de mi hermana Fide- un viaje de ocho días por tierras de Grecia, mi imaginación voló enseguida a todo lo que dormía en mi conciencia en sueño indefinido. De manera alborotada empezaron a visitarme mitos, dioses, guerras y batallas, imperios, autores literarios, filósofos, médicos, matemáticos, astrónomos, cínicos, sofistas, oradores, criterios morales, democracia, conceptos sociales… El mundo entero se me vino en forma de tormenta y yo me dejé empapar por todo lo que guardaba escondido y en silencio. Y qué bien caía la lluvia en mi conciencia. Mis libros parecía que andaban revueltos y como revoloteando por mi casa.
Aquí sí que había causas suficientes e importantes para dejarse ir y levantar el vuelo; el de la imaginación, el de la razón y el del avión que debía dejarnos en Atenas.
Había visitado en dos ocasiones anteriores el noreste del país helénico con alguno de mis amigos. Lo había hecho al territorio religioso de Athos, esa península aislada del mundo en la que se asientan unas decenas de monasterios ortodoxos que parecen guardar las esencias del rigorismo de esta iglesia. Esta vez iba a conocer los lugares de los mitos, de la protohistoria y de aquel período clásico que forjó los pilares de la civilización occidental en la que vivo y vivimos. Se trataba de poner cara a ese paso fantástico que va del caos al mito, de este a los dioses y de este a la razón. Y todo en ese territorio que baña el Mediterráneo en el sureste del viejo continente.
Lo demás es ya historia, la Historia, nuestra historia y nuestras historias.
Con este contexto inicié el viaje y en este procuré mantenerlo. No es fácil cuando se realiza en grupo y las sensibilidades son tan diversas. Pero del desarrollo acaso se dará cuenta otro día.