A rumiar un poco las imágenes y las explicaciones nos fuimos
a un hotel escondido entre montañas y bordeando durante muchos ratos el mar por
una carretera estrecha que dejaba ver pequeños pueblecitos al lado del agua, en
un estrecho y en un mar tranquilo y en calma. Llegamos tarde, con cansancio,
con hambre y con sueño; así que a cenar y a descansar. El pueblo estaba un poco
alejado de nosotros y casi nada invitaba a acercarnos andando a pasear por sus
calles. Habíamos subido desde la orilla del mar hasta una altura considerable y
la noche se cernía sobre nosotros, sobre las montañas y sobre el valle. Un
ligero paseo después de la cena y a descansar, que el día siguiente nos
guardaba muchas sorpresas.
Cuando por la mañana, bien temprano, pudimos extender la
mirada, un largo valle se hundía a nuestros pies. A nuestra altura, un grupo de
montañas se alzaba como haciendo de intermediarias entre el cielo y el suelo. Misterio,
dejemos paso al misterio y a la imaginación. Estábamos en el reino de los
dioses y estos dioses griegos son juguetones, vengativos, poderosos…, y, como
todo dios que se precie, misteriosos. Íbamos a visitar Delfos, el oráculo de
los oráculos, el vértice de las súplicas de los héroes y de los humanos en los
tiempos de la Grecia Antigua. Pues vamos a ello.
A escasos kilómetros de nuestro descanso y a la izquierda de
la carretera, se deja ver lo que fue el templo de Hera, hija de Rea y de
Cronos, y esposa legal de Zeus, siempre a la greña con este por sus continuos
devaneos con dioses, héroes y humanos, que estos dioses eran así de divertidos,
como si fueran niños pequeños. Tal vez algo más antiguo que el de Apolo, pero
aislado de este y menos majestuoso. Parece que ya erigido sobre otro anterior,
aunque todas estas conjeturas a mí me interesaban menos. Era momento oportuno
para recordar alguna de esas correrías de los dioses, de alguna de sus peleas y
de alguna de tantas idas y venidas como se traían entre manos. Termina por ser
un mundo que por una parte que da terror y por otra divierte muchísimo. Cosas
de dioses.
Muy cerca de allí y al otro lado de la estrecha carretera, se
divisa muy pronto el majestuoso templo de Apolo y de todo un recinto
arqueológico que representa el lugar sagrado por excelencia -dejémoslo si no en
uno de los más importantes para no pillarnos las manos- y hacia él volví
enseguida la vista.
Pero antes había que descender del autobús para contemplar
una fuente mítica, la fuente poética por excelencia, la Fuente Castalia, la del
agua sagrada, la que ofrece e inyecta en vena la inspiración poética. ¡!!A
beber!!! Mejor más despacio porque la fuente casi se ha secado y apenas destila
un hilillo de líquido que viene desde lo alto de la montaña. ¿De qué montaña? Escucha
bien y atentamente: ¡!!Del PARNASO!!! Estás a los pies del monte Parnaso, junto
a la Fuente Castalia y llegando al templo de Apolo y a todo el recinto sagrado
que lo rodea. Déjate llevar y sueña. Desde hoy ya podrás decir que has hecho un
viaje real al Parnaso, aunque no te hayas dado de bruces con Cervantes por sus
laderas.
Así que, con el halo de la poesía y en posición de espera por
las musas, empezamos a subir hacia el conjunto arqueológico de Delfos.
Dicen que Apolo fundó el templo y su oráculo disfrazándose de
delfín y atrayendo a todo un barco de marineros. Pero hay muchas más teorías
que tejen esta fundación en los tiempos remotos y misteriosos. Que cada cual
elija la suya. Es el caso que Apolo se empeñó en que los humanos lo adoraran y
en que él les pudiera mostrar su poder, y allá que se fue, a fundar un lugar de
oración, de interpretación y de muestra de poder. También, y mucho, entre los
demás dioses, que esto de la lucha por el poder no es cosa reciente. Y de unas
formas o de otras, el caso es que se salió con la suya y aquello se vino arriba
hasta conseguir ser un centro fundamental en la época antigua. Así, como de
entrada, me vinieron a la memoria los santuarios marianos en todas sus
variantes, apariciones, cultos y edificaciones. No es cuestión de estropear el
misterio, porque se nos caen los palos del sombrajo y no es plan.
Venga, vámonos con Apolo.
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