lunes, 28 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA XI)



Claro que Atenas guarda en sus estratos los ecos de toda una civilización que se extendió por lugares y por tiempos muy extensos. Aún hoy día andamos sobreviviendo, naufragando o venciendo tempestades, en los principios que allí se establecieron. Atenas es patrimonio de los siglos y de las personas que habitan occidente.
Pero el epicentro del recuerdo y de los restos más visibles se halla en la Acrópolis y en los lugares que la rodean. Subir a la Acrópolis es casi un ascenso físico y una ascesis pues ambos niveles se cruzan y se dan la mano. Parecería que a cada metro de subida uno se fuera concentrando para ver la amplitud de todo lo que por allí se “coció” físicamente, pero también, y sobre todo, mentalmente. La vista se iba extendiendo en toda la llanura hasta el mar o hasta el monte Licabeto y sus canteras, y la mente comenzaba a evocar en tropel tantos elementos artísticos, filosóficos, sociales, religiosos o morales…
La primera ocupación, claro, era la visual. Las construcciones del majestuoso Partenón presidiéndolo todo; el teatro de Dionisos; el Odeón de Herodes Ático; el templo de Asclepio; el templo de Atenea Niké; el Erecteion, con la copia de las cariátides… Todo un gozo para la vista, para el arte y para la concepción de la belleza. No importa que uno esté rodeado de otros turistas ávidos de ver y hasta de tocar, todo allí es mirada, evocación y sensaciones en cascada. También ahora, renuncio a cualquier intento de descripción, siquiera sea elemental, de datos artísticos o históricos de todo este monte. Los datos están en cualquier lugar publicados y a ellos me remito. A mí me interesan más mis sentimientos que los elementos arquitectónicos o escultóricos que allí se conjuntaron.
Pero acrópolis significa la parte alta de la ciudad, lugar desde el que la vista y el poder se pueden extender a lo largo y a lo ancho. Y había que mirar y entender. Allí abajo, a los pies del monte, se extiende el Ágora antigua, el espacio público, el sitio en el que se desarrollaba la vida social de Atenas. Y en la vida pública caben las calles y los mercados, las plazas en las que comentar y discutir, donde convencer con la palabra, los espacios en los que decidir los modelos sociales y las leyes, los conceptos y la vida en todas sus variantes. Para completar espacio, a su lado, se alza, con menor altura que la Acrópolis, el Filopapos, el monte donde se hacía justicia y se cumplían las penas; o el Ninfeon, donde descansaban las musas.
¿Cómo no evocar, entonces, mil imágenes y escenas? De teatro, de justicia, de filosofía, de poesía…
Por ahí anda Sócrates pervirtiendo a los jóvenes y llevando a su redil a cualquiera con su manera de acceder a las verdades; y Platón en su Academia, sentando las bases del pensamiento occidental; y Aristóteles, en su Liceo, haciendo más visible todo lo que había concebido su maestro Platón. ¿No los veis por ahí abajo, de un lado a otro? Si dan ganas de bajar a disputar un rato con ellos. Pero es que en cualquier esquina te puedes encontrar con Esquilo, o con Eurípides, o con Sófocles, o con Pitágoras, o con Heráclito, o con Parménides, o con cualquier sofista, o con cualquier epicúreo, o cínico, o estoico… ¿No los veis? Andan todos a la gresca. Qué maravilla contemplarlos desde aquí arriba.
Y, si hago un esfuerzo por comprimir el tiempo, los observo, a ellos y a tantos otros, juristas, políticos, libres y no libres… pasando por la Historia y dejándonos tantos asideros a los que volver y en los que sujetarnos. Ahora el tiempo no es tiempo ni el espacio es espacio, a pesar de las aglomeraciones que siempre llenan todo y apenas te conceden un metro cuadrado en el que situarte para buscar perspectivas; ahora es imaginación y, en alguna medida, acción de gracias por todo lo que allí se acoge. Con mis respetos para Atenea, más por los humanos que por los dioses.
Entre aquel barullo de visitantes discurrió el paseo por la Acrópolis, contemplé las panorámicas y evoqué lo que mi imaginación quiso. Y no fue poco.
Como han hecho en otros lugares, también aquí se ha construido recientemente un museo arqueológico de la Acrópolis. La visita al mismo es obligatoria. En él se recogen todos los elementos grandes y pequeños que en las excavaciones y reconstrucciones van apareciendo, e incluso, como es el caso de las Cariátides, de aquellas que el paso del tiempo puede deteriorar. La descripción de sus tesoros se haría interminable y solo es abarcable en una visita con las excelentes explicaciones de una buena guía como la que nos correspondió. A ver si con construcciones como esta se quedan sin argumentos falaces los rapiñadores de tesoros de otros países con imperios más recientes. Como el recinto es cerrado, aquí la imaginación se contrae y fija el foco en elementos artísticos. A mí, lo repetiré, me interesa algo más todo el mundo del Ágora antigua y el mundo civil, aquel que me acercaba, después de varios días evocando mitos, dioses y religiones, al mundo racional de los conceptos elaborados por la mente humana.
Para distenderse y volver a la realidad más inmediata, un paseo por los barrios y calles centrales de Atenas resulta como una ducha en pleno verano. El Agora Antigua, Monastiraki, Plaza Sintagma, Plaka, Parlamento o Estadio Olímpìco… te siguen meciendo en el recuerdo, pero te vienen trayendo lentamente a la playa de la realidad más histórica y moderna. Por ello y por ellas anduvimos unas horas rumiando lo eterno y lo histórico, lo mitológico y lo real, lo nuclear y lo superfluo.
Con todo este bagaje, con las maletas mentales llenas de imágenes, recuerdos y sensaciones, volvimos al hotel. Yo llevaba la satisfacción de haber cumplido la visión de muchas de aquellas horas dedicadas al pensamiento a lo largo de mi vida, con elementos que tenían allí mismo sus raíces. Era como hacer real el poso de tantas páginas, como dejarse decir “mira, ahí lo tienes todo, contémplalo, saboréalo, digiérelo, llévatelo para siempre”.
En realidad, el viaje cultural podría darse por terminado; pero aún nos faltaba alguna parte que sumaba distensión y divertimento con cultura y recuerdo. El apéndice sería sabroso.

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