martes, 15 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA III)



Como todos los aeropuertos que atienden las necesidades de una población tan numerosa, el de Atenas se extiende en unas edificaciones de gran longitud, que siempre se hacen más visibles a la salida que a la llegada, pues los trayectos siempre buscan la recepción de maletas y la salida por los espacios más cortos.
Desde la salida en autobús, el cielo nos quiso acompañar con una tormenta en la que se deshacían todas las aflicciones, presagios y lloros de los dioses. Y eso que el Olimpo se sitúa en otras latitudes más al norte. Pero la curiosidad ante lo nuevo tiene mucho más poder y la vista se me iba, traspasando los cristales, hacia lo que rodeaba la autovía. Señales de cierto abandono en las edificaciones y huellas de los años de crisis que Grecia ha padecido recientemente. Y una sensación que no solo no me abandonaría en todo el viaje, sino que se acentuaría a medida que pasaban las horas y los días. Era algo conocido por mí, pero no por ello menos llamativo. Se trataba de la identificación de la lengua griega como madre (tal vez mejor tía o tía-abuela) de la mía. Los prefijos, las raíces, las composiciones, las derivaciones, los sufijos… Todo se hacía familiar. El primer guía, de origen portugués, se encargó de ponerlo de manifiesto desde que el autobús se puso en marcha. A mi mente vinieron velozmente los escasos conocimientos de la lengua clásica griega que aprendí en mis años más juveniles, los algo más extensos de la lengua latina y las reflexiones de tantos años acerca de mi lengua materna, mi español, hijo del latín, sobrino del griego y nieto del viejo y común indoeuropeo, aquella lengua cuyo estudio yo abandoné pronto por circunstancias personales. Todo un racimo de formas de ver el mundo, que es lo que, en definitiva, son las lenguas. Entre derivaciones y semejanzas nos aproximamos al hotel, en un barrio de clase media acomodada, al otro lado de la ciudad.
Atenas es toda una metrópoli (metros + polis) muy extendida a los pies del mar Egeo y viene a congregar a casi la mitad de toda la población de Grecia. Sus características se pueden ver en cualquier página y yo no quiero repetir lo mostrenco. Solo destacaré en esbozo alguna nota que a mí más me llamó la atención.
Como le sucede a Roma, Atenas se asienta y en parte la rodean varias colinas desde las que se ofrecen vistas generales de la ciudad. No es mala forma de mirar al mar para defenderse de él y de las invasiones, así como para alzar la vista hacia el Horizonte. Lo hace, además, en una amplia bahía que serena las aguas y las torna más tranquilas para refugio y gozo. El Pireo no es más que su salida natural hacia la aventura del mar. Zálata, zálata… Sin el mar, Grecia y Atenas no tendrían sentido ni mitológico ni histórico.
A pesar de la significación del mar y de su valor para Atenas y para Grecia, al menos en la parte próxima al Pireo, no posee playas extensas. ¡Y muchas de ellas son privadas! Tal vez por ello, los paseos marítimos resultan estrechos y desiguales. Desconozco qué justifica todo esto, pero mi extrañeza resultó ser grande.
Atenas, como sucede con las ciudades mediterráneas, es una mezcla amistosa de naturaleza y de edificaciones humanas. El campo invade la ciudad y la ciudad se hermana con el campo. Por eso no puede extrañar la presencia de olivos en medio de las aceras, de pinos adornando cualquier parque céntrico, o buganvillas floreciendo a su antojo en cualquier jardín.
La vida, de acuerdo con el clima, se desarrolla en muy buena parte en la calle y, por ello, resulta normal ver las terrazas llenas de gentes por la noche, como si el paso del tiempo no fuera con ellos o la crisis no les hubiera visitado nunca.
La circulación se resiente de la falta de circunvalaciones amplias de la ciudad. Tal vez las colinas que la rodean por el norte las dificulten, pero la circulación en Atenas resulta un martirio casi insufrible. Tanto dentro del autobús como siendo peatón. Ojalá los dioses levantaran a los atenienses este castigo cotidiano.
Durante todos los días que pasé en Grecia, sentí una confusión extraña y solapé las impresiones que me había causado Roma y que me causaba Atenas: tan pronto mi mente estaba en un sitio como paseaba por el otro. Son los mundos clásicos, mis mundos clásicos, los que me habían enseñado tantas cosas desde hacía tanto tiempo. Ahora cerraba el círculo con estas primeras impresiones de la realidad física.
Pero yo había venido a buscar la huella de lo antiguo, del caos, del mito, de la protohistoria, de las raíces de la historia en sus ideas y en sus pensamientos. Volvería a Atenas unos días más tarde para conocerla mejor. Ahora esperaban otros lugares. Comenzaba el círculo por lo nebuloso del mundo mitológico para después venir al de la razón. Nos esperaba un recorrido largo y era bueno descansar. Así que buenas noches y hasta mañana.

No hay comentarios: