Como todos los aeropuertos que atienden las necesidades de
una población tan numerosa, el de Atenas se extiende en unas edificaciones de gran
longitud, que siempre se hacen más visibles a la salida que a la llegada, pues
los trayectos siempre buscan la recepción de maletas y la salida por los
espacios más cortos.
Desde la salida en autobús, el cielo nos quiso acompañar con
una tormenta en la que se deshacían todas las aflicciones, presagios y lloros
de los dioses. Y eso que el Olimpo se sitúa en otras latitudes más al norte.
Pero la curiosidad ante lo nuevo tiene mucho más poder y la vista se me iba, traspasando
los cristales, hacia lo que rodeaba la autovía. Señales de cierto abandono en
las edificaciones y huellas de los años de crisis que Grecia ha padecido
recientemente. Y una sensación que no solo no me abandonaría en todo el viaje,
sino que se acentuaría a medida que pasaban las horas y los días. Era algo
conocido por mí, pero no por ello menos llamativo. Se trataba de la
identificación de la lengua griega como madre (tal vez mejor tía o tía-abuela)
de la mía. Los prefijos, las raíces, las composiciones, las derivaciones, los
sufijos… Todo se hacía familiar. El primer guía, de origen portugués, se
encargó de ponerlo de manifiesto desde que el autobús se puso en marcha. A mi
mente vinieron velozmente los escasos conocimientos de la lengua clásica griega
que aprendí en mis años más juveniles, los algo más extensos de la lengua
latina y las reflexiones de tantos años acerca de mi lengua materna, mi
español, hijo del latín, sobrino del griego y nieto del viejo y común indoeuropeo,
aquella lengua cuyo estudio yo abandoné pronto por circunstancias personales.
Todo un racimo de formas de ver el mundo, que es lo que, en definitiva, son las
lenguas. Entre derivaciones y semejanzas nos aproximamos al hotel, en un barrio
de clase media acomodada, al otro lado de la ciudad.
Atenas es toda una metrópoli (metros + polis) muy extendida a los pies del mar Egeo y viene a
congregar a casi la mitad de toda la población de Grecia. Sus características
se pueden ver en cualquier página y yo no quiero repetir lo mostrenco. Solo
destacaré en esbozo alguna nota que a mí más me llamó la atención.
Como le sucede a Roma, Atenas se asienta y en parte la rodean
varias colinas desde las que se ofrecen vistas generales de la ciudad. No es
mala forma de mirar al mar para defenderse de él y de las invasiones, así como
para alzar la vista hacia el Horizonte. Lo hace, además, en una amplia bahía que
serena las aguas y las torna más tranquilas para refugio y gozo. El Pireo no es
más que su salida natural hacia la aventura del mar. Zálata, zálata… Sin el
mar, Grecia y Atenas no tendrían sentido ni mitológico ni histórico.
A pesar de la significación del mar y de su valor para Atenas
y para Grecia, al menos en la parte próxima al Pireo, no posee playas extensas.
¡Y muchas de ellas son privadas! Tal vez por ello, los paseos marítimos
resultan estrechos y desiguales. Desconozco qué justifica todo esto, pero mi
extrañeza resultó ser grande.
Atenas, como sucede con las ciudades mediterráneas, es una
mezcla amistosa de naturaleza y de edificaciones humanas. El campo invade la
ciudad y la ciudad se hermana con el campo. Por eso no puede extrañar la
presencia de olivos en medio de las aceras, de pinos adornando cualquier parque
céntrico, o buganvillas floreciendo a su antojo en cualquier jardín.
La vida, de acuerdo con el clima, se desarrolla en muy buena
parte en la calle y, por ello, resulta normal ver las terrazas llenas de gentes
por la noche, como si el paso del tiempo no fuera con ellos o la crisis no les
hubiera visitado nunca.
La circulación se resiente de la falta de circunvalaciones
amplias de la ciudad. Tal vez las colinas que la rodean por el norte las
dificulten, pero la circulación en Atenas resulta un martirio casi insufrible.
Tanto dentro del autobús como siendo peatón. Ojalá los dioses levantaran a los
atenienses este castigo cotidiano.
Durante todos los días que pasé en Grecia, sentí una confusión
extraña y solapé las impresiones que me había causado Roma y que me causaba
Atenas: tan pronto mi mente estaba en un sitio como paseaba por el otro. Son
los mundos clásicos, mis mundos clásicos, los que me habían enseñado tantas
cosas desde hacía tanto tiempo. Ahora cerraba el círculo con estas primeras
impresiones de la realidad física.
Pero yo había venido a buscar la huella de lo antiguo, del
caos, del mito, de la protohistoria, de las raíces de la historia en sus ideas
y en sus pensamientos. Volvería a Atenas unos días más tarde para conocerla
mejor. Ahora esperaban otros lugares. Comenzaba el círculo por lo nebuloso del
mundo mitológico para después venir al de la razón. Nos esperaba un recorrido
largo y era bueno descansar. Así que buenas noches y hasta mañana.
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