Hasta el templo se accede por la llamada Vía Sacra, en una
ascensión que ha dejado muestras de exvotos, ofrendas de todo tipo y señales de
la importancia del oráculo. Porque, después de matar a la serpiente Pitón,
Apolo consiguió que su santuario-oráculo se convirtiera nada menos que en el
ombligo del mundo, en el centro del universo conocido, en aquel lugar en el que
llegaron a encontrarse las aves enviadas por Zeus. Someterse a ese criterio los
diversos pueblos de Grecia suponía, sobre todo, dar carta de naturaleza a un
poder superior, conceder fuerza a los más poderosos como intermediarios entre
el dios y los seres humanos, y justificar casi todo, lo justificable y lo
injustificable. Como, además, cualquier tipo de religión lleva incorporada una
buena dosis de tranquilizante y de consuelo para la debilidad del ser humano,
todo se conjugó allí para elevar el santuario hasta los más altos grados de
espiritualidad y de influencia.
La historia-leyenda del oráculo está desperdigada por
numerosas referencias históricas y literarias de la literatura griega y romana,
y, en nuestros días, en muy variadas páginas al alcance de cualquier curioso. A
la mente del visitante llegarán aquellas que mejor recuerde y que menos polvo
acumulen en el desván del olvido. Una buena guía, como Angélica, ayuda a
desempolvarlas y a revivirlas.
Otro tanto sucede -tal vez con mayor profusión y detalle- con
lo referido a los aspectos de construcción, escultóricos, de destrucción, de
conservación y artísticos en general.
Como visitante interesado y al amparo de mis recuerdos y
explicaciones de la guía, iba admirando todo lo que en la Vía Sacra se intuía:
la recepción de los asistentes, la importancia de los representantes de las
distintas ciudades, los regalos que aportaban al templo, las maneras en las que
se producían los oráculos y las respuestas, siempre ambiguas, que se daban, las
pitonisas y su estado anímico y sensorial en el momento de interpretar los ecos
del dios…, todo el montaje de ese botellón místico que significaba la propia
existencia del recinto sagrado y lo que lo mantenía. Que no se me enfade Apolo,
pero es sin duda uno de los principales gurús de la Historia. Todo, por
supuesto, envuelto en misterio y en procesos alejados de la naturalidad. Como
sucede en todas las religiones.
Por encima de todo, me sigue sugestionando la capacidad de
aunar voluntades y egoísmos de estos centros religiosos. A Delfos acudían todas
las principales ciudades griegas, con sus representantes más distinguidos, a
suplicar consejos al dios y a agradecer supuestos favores concedidos por la
divinidad. Con el resultado de todo ello, mantenían aquietadas las voluntades
de los súbditos, sacaban pecho delante de las demás ciudades y seguían adelante
con sus calamidades y desigualdades. Y así una vez y otra, un siglo y otro
siglo.
Ya se sabe que los oráculos respondían a las peticiones
siempre a su manera y de forma ambigua. A ver, si no, cómo se iban a mantener
los sacerdotes y las pitonisas y como se iba a mantener todo aquel tinglado. Se cuenta que la
pitonisa masticaba laurel, bebía agua de la fuente Casotis y se sentaba en un
gran trípode situado sobre una grieta natural del suelo de la que salían
vapores. Al inhalarlos, la sacerdotisa entraba en un frenesí o delirio gracias
al cual pronunciaba las palabras, quizás incomprensibles, que los sacerdotes
del templo escuchaban y escribían, y que luego se entregaban al consultante. Qué sicodélico todo, ¿verdad? Pero el ritual
de la consulta tal como se ha descrito aquí presenta un problema: es tardío y
se trata más bien de una elaboración esotérica de la realidad. Pero es
que se conservan bastantes de esas respuestas, que fueron incorporadas a los
textos literarios tan absolutamente fundamentales como, por ejemplo, toda la
saga de Edipo y sus ramificaciones familiares.
Y ahora es absolutamente necesario detenerse y dejar volar la
imaginación hasta las lecturas de todas estas obras clásicas y esenciales para
la cultura occidental por todos los conceptos que incorporan. Suficiente como
para dejarse perder por esa Vía Sacra y hasta para dejarse picar por una araña
en el descanso bajo la sombra placentera de cualquier árbol, sobre todo olivos
o laurales, allí todos sagrados.
Hay que seguir para contemplar el conjunto del recinto
arqueológico. En medio de todo se alza el majestuoso templo del dios Apolo, con
sus ciclópeas columnas resguardando el interior sagrado del santuario, el lugar
de la estatua sagrada, el sancta sanctorum. Imaginar, desde la explanada que
precede al tempo y contemplando todo lo que la vista alcanza en los
alrededores, lo que aquello pudo ser y ya no era supone una experiencia única y
reveladora.
Porque alcanza consideraciones sociales, artísticas,
religiosas, racionales, económicas…, humanas, en definitiva. ¡Y todas
concentradas en aquella ladera sagrada y mítica! En algún sitio he dejado
escrito, a propósito de algo que tenía que ver con este mundo algo así como
“del caos al mito, de este a la razón, y de esta ¿hacia dónde?”. Todo se me
aparecía allí reunido. Como si la Historia se hubiera disgregado en historias y
estas, a su vez, se hubieran vuelto a comprimir en una sola Historia. Cada uno
de los episodios que convoca y que evoca aquel recinto arqueológico, mítico,
sagrado se agranda y se desarrolla por su cuenta. Allí se daban la mano y
bailaban un hermoso baile acompasado por la lira de Apolo y aderezado en las
crateras que servía Ganimedes. Yo sencillamente contemplaba y me dejaba llevar
al compás de la memoria. Ya tendría tiempo de serenar y de evocar por separado
cada elemento de aquel baile o acaso aquelarre. No sé si incluso estaban
invitados al sarao el resto de los dioses.
Como no hay santuario u oráculo que se precie que no
desarrolle otras posibilidades, alrededor del templo de Apolo se extendió todo
un conjunto de edificaciones de tipo religioso o civil que han dejado sus
restos para los siglos posteriores. Tal vez uno de los mejor conservados sea,
una vez más, el Estadio. Junto a las exhibiciones religiosas, las exhibiciones
humanas, y, en el mundo clásico, las atléticas son fundamentales.
Lo mismo que sucede en otros lugares, las excavaciones han
recuperado muchos restos originales, que han pasado a museos cerrados en los
que la conservación resulta más sencilla y más segura. En el museo arqueológico
de Delfos se contemplan la serenidad de una preciosa esfinge, la figura altiva
de Antinoo, partes de frontones, los Kouroi, o numerosas piezas de cerámica o
monedas… Todo un tesoro que ilumina un poco la imaginación acerca de todo lo
que pudo ser aquel lugar.
Con esa mente confusa y repleta de elementos míticos,
religiosos, de poder, de relaciones humanas y hasta de sustratos naturales, nos
marchamos de Delfos, dejamos al dios Apolo en sus sueños y a todo lo que generó
un lugar y una superestructura que aunó tantas voluntades y tantos intereses.
Mi mente iba esponjada de sensaciones múltiples. No tendría
mucho tiempo para ordenarlas entonces pues me aguardaba y nos aguardaban otros
lugares, también repletos de elementos religiosos y naturales.
Vamos a ellos.
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