miércoles, 23 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA VIII)



Hasta el templo se accede por la llamada Vía Sacra, en una ascensión que ha dejado muestras de exvotos, ofrendas de todo tipo y señales de la importancia del oráculo. Porque, después de matar a la serpiente Pitón, Apolo consiguió que su santuario-oráculo se convirtiera nada menos que en el ombligo del mundo, en el centro del universo conocido, en aquel lugar en el que llegaron a encontrarse las aves enviadas por Zeus. Someterse a ese criterio los diversos pueblos de Grecia suponía, sobre todo, dar carta de naturaleza a un poder superior, conceder fuerza a los más poderosos como intermediarios entre el dios y los seres humanos, y justificar casi todo, lo justificable y lo injustificable. Como, además, cualquier tipo de religión lleva incorporada una buena dosis de tranquilizante y de consuelo para la debilidad del ser humano, todo se conjugó allí para elevar el santuario hasta los más altos grados de espiritualidad y de influencia.
La historia-leyenda del oráculo está desperdigada por numerosas referencias históricas y literarias de la literatura griega y romana, y, en nuestros días, en muy variadas páginas al alcance de cualquier curioso. A la mente del visitante llegarán aquellas que mejor recuerde y que menos polvo acumulen en el desván del olvido. Una buena guía, como Angélica, ayuda a desempolvarlas y a revivirlas.
Otro tanto sucede -tal vez con mayor profusión y detalle- con lo referido a los aspectos de construcción, escultóricos, de destrucción, de conservación y artísticos en general.
Como visitante interesado y al amparo de mis recuerdos y explicaciones de la guía, iba admirando todo lo que en la Vía Sacra se intuía: la recepción de los asistentes, la importancia de los representantes de las distintas ciudades, los regalos que aportaban al templo, las maneras en las que se producían los oráculos y las respuestas, siempre ambiguas, que se daban, las pitonisas y su estado anímico y sensorial en el momento de interpretar los ecos del dios…, todo el montaje de ese botellón místico que significaba la propia existencia del recinto sagrado y lo que lo mantenía. Que no se me enfade Apolo, pero es sin duda uno de los principales gurús de la Historia. Todo, por supuesto, envuelto en misterio y en procesos alejados de la naturalidad. Como sucede en todas las religiones.
Por encima de todo, me sigue sugestionando la capacidad de aunar voluntades y egoísmos de estos centros religiosos. A Delfos acudían todas las principales ciudades griegas, con sus representantes más distinguidos, a suplicar consejos al dios y a agradecer supuestos favores concedidos por la divinidad. Con el resultado de todo ello, mantenían aquietadas las voluntades de los súbditos, sacaban pecho delante de las demás ciudades y seguían adelante con sus calamidades y desigualdades. Y así una vez y otra, un siglo y otro siglo.
Ya se sabe que los oráculos respondían a las peticiones siempre a su manera y de forma ambigua. A ver, si no, cómo se iban a mantener los sacerdotes y las pitonisas y como se iba a mantener todo aquel tinglado. Se cuenta que la pitonisa masticaba laurel, bebía agua de la fuente Casotis y se sentaba en un gran trípode situado sobre una grieta natural del suelo de la que salían vapores. Al inhalarlos, la sacerdotisa entraba en un frenesí o delirio gracias al cual pronunciaba las palabras, quizás incomprensibles, que los sacerdotes del templo escuchaban y escribían, y que luego se entregaban al consultante. Qué sicodélico todo, ¿verdad? Pero el ritual de la consulta tal como se ha descrito aquí presenta un problema: es tardío y se trata más bien de una elaboración esotérica de la realidad. Pero es que se conservan bastantes de esas respuestas, que fueron incorporadas a los textos literarios tan absolutamente fundamentales como, por ejemplo, toda la saga de Edipo y sus ramificaciones familiares.
Y ahora es absolutamente necesario detenerse y dejar volar la imaginación hasta las lecturas de todas estas obras clásicas y esenciales para la cultura occidental por todos los conceptos que incorporan. Suficiente como para dejarse perder por esa Vía Sacra y hasta para dejarse picar por una araña en el descanso bajo la sombra placentera de cualquier árbol, sobre todo olivos o laurales, allí todos sagrados.       
Hay que seguir para contemplar el conjunto del recinto arqueológico. En medio de todo se alza el majestuoso templo del dios Apolo, con sus ciclópeas columnas resguardando el interior sagrado del santuario, el lugar de la estatua sagrada, el sancta sanctorum. Imaginar, desde la explanada que precede al tempo y contemplando todo lo que la vista alcanza en los alrededores, lo que aquello pudo ser y ya no era supone una experiencia única y reveladora.
Porque alcanza consideraciones sociales, artísticas, religiosas, racionales, económicas…, humanas, en definitiva. ¡Y todas concentradas en aquella ladera sagrada y mítica! En algún sitio he dejado escrito, a propósito de algo que tenía que ver con este mundo algo así como “del caos al mito, de este a la razón, y de esta ¿hacia dónde?”. Todo se me aparecía allí reunido. Como si la Historia se hubiera disgregado en historias y estas, a su vez, se hubieran vuelto a comprimir en una sola Historia. Cada uno de los episodios que convoca y que evoca aquel recinto arqueológico, mítico, sagrado se agranda y se desarrolla por su cuenta. Allí se daban la mano y bailaban un hermoso baile acompasado por la lira de Apolo y aderezado en las crateras que servía Ganimedes. Yo sencillamente contemplaba y me dejaba llevar al compás de la memoria. Ya tendría tiempo de serenar y de evocar por separado cada elemento de aquel baile o acaso aquelarre. No sé si incluso estaban invitados al sarao el resto de los dioses.
Como no hay santuario u oráculo que se precie que no desarrolle otras posibilidades, alrededor del templo de Apolo se extendió todo un conjunto de edificaciones de tipo religioso o civil que han dejado sus restos para los siglos posteriores. Tal vez uno de los mejor conservados sea, una vez más, el Estadio. Junto a las exhibiciones religiosas, las exhibiciones humanas, y, en el mundo clásico, las atléticas son fundamentales.
Lo mismo que sucede en otros lugares, las excavaciones han recuperado muchos restos originales, que han pasado a museos cerrados en los que la conservación resulta más sencilla y más segura. En el museo arqueológico de Delfos se contemplan la serenidad de una preciosa esfinge, la figura altiva de Antinoo, partes de frontones, los Kouroi, o numerosas piezas de cerámica o monedas… Todo un tesoro que ilumina un poco la imaginación acerca de todo lo que pudo ser aquel lugar.
Con esa mente confusa y repleta de elementos míticos, religiosos, de poder, de relaciones humanas y hasta de sustratos naturales, nos marchamos de Delfos, dejamos al dios Apolo en sus sueños y a todo lo que generó un lugar y una superestructura que aunó tantas voluntades y tantos intereses.
Mi mente iba esponjada de sensaciones múltiples. No tendría mucho tiempo para ordenarlas entonces pues me aguardaba y nos aguardaban otros lugares, también repletos de elementos religiosos y naturales.
Vamos a ellos.

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