viernes, 25 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA X)



Después de varios días por el interior de Grecia, bordeando costas, visitando conjuntos arqueológicos y dejándonos llenar de elementos mitológicos, heroicos y religiosos, llegaba la hora de volver al Atenas, de cerrar allí círculo con el territorio de la razón, de la filosofía, de la literatura, de la política. Volvíamos a la metrópoli.
Grecia es un país montañoso y muy expuesto a los movimientos sísmicos. Ahora dejábamos atrás la cadena montañosa de Pindo y los paisajes del monte Olimpo (con sus dioses dormidos para siempre o enfrascados en esas guerras interminables por un quítame allá esas pajas) y surcábamos las llanuras del centro de Grecia, camino del mar y de Atenas. El día se presentaba lluvioso y el cansancio ya hacía mella entre los viajeros. Buen momento para dormir un rato, al amparo de la lluvia y de la comodidad de la autovía que enlaza el sur con el norte y con el este del país. Pero aún más productiva podía resultar la contemplación de la geografía por la que transitábamos. Eso hice durante mucho rato, a la vez que evocaba la Tesalia, al noreste, con Tesalónica en el recuerdo, su acogida y los viajes a Athos.
Pronto trabé conversación con nuestra guía, que me fue contando algunos datos de su pasado y de su presente, de la situación de muchos griegos de clase media, que subsistían, después de una crisis larga y profunda, con los ahorros de los años anteriores. Cansados y hasta desesperados de la situación política, el país había dado un giro en las últimas elecciones y andaban a la expectativa de futuro. El cambio se había producido, me decía, más por rechazo que por ilusión y convencimiento. A la conversación vinieron hechos personales y detalles de comparación de lenguas, de enseñanza de las mismas y de comparación de los dos países.
Tras un largo rato de charla y con la reparación del sueño de los pasajeros cumplida, las explicaciones acerca de diversos aspectos (religiosos, económicos, sociales, de costumbres…) se abrieron paso en el micrófono del autocar. No se le veía demasiado interés a Angélica en hablar públicamente de asuntos siempre opinables y que la pudieran comprometer con las opiniones de los pasajeros. A pesar de todo, hubo tiempo suficiente para glosar algunos aspectos y para que todos los que quisieron escuchar conocieran algunas notas de la forma de vida en la Grecia de nuestros días. En términos generales, no era demasiado positiva la descripción que se hizo, tal vez porque la realidad no daba tampoco para más. Se la notaba especialmente recelosa con la Comunidad Europea y con aquel llamado rescate económico.
Entre sueños, explicaciones y conversaciones, la autopista nos fue acercando a la ciudad. Primero al tráfico y más tarde al mar (¡Zálata, Zálata!) y a las edificaciones. El día se apagaba, pero se encendían las luces de la noche, con sus faroles guiñando a toda velocidad y todo un mar de bombillas en el horizonte. Así, con la lentitud y el tráfago de coches, nos engulló la ciudad de Atenas y nos depositó en las puertas de hotel, aquel que habíamos dejado para ir al encuentro de la antigüedad y de la prehistoria, de los mitos y de los dioses. Ahora volvíamos a la civilización, a la historia, a la razón, a la línea del tiempo que nos arañaba y que nos llamaba por nuestro nombre.
Aún nos quedaron fuerzas para recorrer en un paseo tranquilo algunas calles del barrio con el fin de tantear el pulso de Atenas. A pesar de la muy fuerte crisis sufrida en los últimos años, la ciudad se mostraba alegre y bulliciosa, con sus terrazas llenas y sus escaparates repletos de modas. No se podía decir lo mismo del aspecto de sus aceras y de sus calles. En fin, una ciudad mediterránea, que no puede vivir demasiado de puertas para adentro y que sale a las calles a gozar y a desparramar la vida entre sus habitantes y a compartirla con la naturaleza, cuyos brotes invaden las calles para disfrute de todos.
Pero Atenas guarda los recuerdos de todo el esplendor de la civilización griega. La visita por los lugares más emblemáticos y evocadores es imprescindible. Nos esperaba y la aguardábamos para las horas siguientes.

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