Ayer dediqué varia horas
intensísimas a la lectura de una obra titulada “La nueva educación”. Su
autor es César Bona, un maestro aragonés que describe con entusiasmo sus
actividades renovadoras (o tal vez eternas) en el mundo real de la educación.
Fueron horas intensísimas de emoción, de recuerdo y de reflexión.
El mundo de la educación sigue
siendo mi asidero para muchas cosas. Porque ha sido mi mundo laboral y
vocacional, porque creo que en él está la mejora de casi todo, y porque estoy
seguro de que en mí sigue viviendo la vocación de enseñante y de profesor.
¿Por qué uno puede llegar a
emocionarse hasta el lloro y la entrega total ante un escrito? La causalidad,
como siempre, es múltiple; pero seguro que mucho tiene que ver el sentirse
concernido por lo que allí se dice, por lo que te toca el nervio personal, la
escala de valores en la que uno confía un poquito más y porque se refleja un
mundo deseado por el lector. Todo eso sucedió ayer en la lectura de este libro
de experiencias educativas y de otra forma de entender la educación.
Hay también un aspecto social
importantísimo en ese mundo que afecta a todos, no solo al profesional de la
educación. Un mundo con valores humanos, con principios de justicia y de
colaboración, con bases de igualdad de oportunidades y con la curiosidad
personal por bandera no puede ser tan deficiente como el que tenemos, tan egoísta,
tan en competencia con el de al lado y tan lejos de uno mismo. Por eso es tan
importante este oficio de educar.
Y, en mi caso, la nostalgia de
mis años de ocupación en la enseñanza, la memoria de tantas actividades y de
tantas otras que pudieron ser pero que dejaron de ser por deficiencias
personales y por no atreverme a mandar al cesto de los papeles al sistema que
tanto agobiaba y constreñía con temarios y con calificaciones sin sentido. Creo
que mi actividad no era de las que más se sujetaban a las múltiples
burocracias, pero siento también que pude hacer mucho más de lo que hice para
dar a luz una educación más abierta y personal, más emprendedora y
participativa. Y me duele pensar en todo lo que dejé por el camino. Como me dolían
ya entonces tantas cosas porque era consciente de que todo se podía haber roto
mucho más en el camino de la libertad y de la participación.
Copiaré, casi al azar, algunas
palabras y frases del libro. Casi todos las firmaríamos, pero no estoy seguro
de que todos las hayamos practicado con entusiasmo:
“Importancia de los maestros”; “Aprender
de los compañeros y compañeras”; “Es un regalo ejercer esta profesión”; “Educación
que sobre todo se basa en el factor humano”; “No hago nada extraordinario: solo
ME DIVIERTO en clase”; “Trabajar más la empatía y la sensibilidad”; “Antes de
enseñar hemos de saber escuchar”; “Los maestros somos unos privilegiados”; “¿Por
qué, conforme crecemos, hemos de dejar de jugar?”; “Una gran responsabilidad:
debemos estimular su creatividad, aguijonear su curiosidad”; “Se educa en
cooperación y no en competitividad”; “Hay que educarles para que sean mejores
de lo que eran antes”; “Contagiar una actitud positiva, de esfuerzo, de ilusión
por lo que hago”; “Hay gente que está aprendiendo toda la vida porque,
simplemente, tiene curiosidad”; “La educación es mucho más que meter datos en
la cabeza”; “Tener en cuenta en CONTEXTO en el que vive cada alumno”; “A menudo
se nos olvida que hemos sido niños o niñas”; “Implicar a los alumnos para que
ellos se sientan parte de su aprendizaje…, invitarles a implicarse con la
sociedad”; “Las puertas de las escuelas han de estar abiertas; no solo para que
entren los niños, sino para que sus ideas salgan y transformen el mundo”; “Clave:
que los niños vayan a gusto a la escuela”; “Educamos seres sociales”; “Hay que
estimular a los niños a leer, no obligar a leer. No podemos convertir un placer
en una obligación”; “Me dan igual los dieces que saquéis si no sois buenas
personas: nunca podréis llevarlos a la espalda para mirar a los demás por
encima del hombro”; “Una frase instalada en el pensamiento colectivo y que hay
que revisar: En casa se educa y en la escuela se enseña”; “Si veis algo con lo
que no estáis de acuerdo, ofreced una alternativa”; “Algo mágico sucede cuando
a un niño se le ofrece la oportunidad de dar un paso adelante y comienzan a
cambiar las cosas”; “Un héroe o una heroína es simplemente alguien que intenta
que los seres a su alrededor sean felices”; “El tiempo pasa muy rápido. Los
padres debéis disfrutar de vuestros hijos y los niños y las niñas han de
disfrutar de su infancia”; “Somos emociones”; “Da igual las carreras que tengas
o los idiomas que hables si no sabes respetar a los demás, si no sabes cómo
reaccionar ante los estímulos que te lanza la sociedad o cómo intentar alcanzar
tu propia felicidad”; “Entre estos niños que están en nuestras aulas está el
futuro marido que sabrá respetar a su mujer o la persona que sabrá dar un paso
adelante ante una injusticia e intentar cambiar las cosas”; “Escuchar es la
llave que nos da acceso a nuestros alumnos”; “Notaremos una transformación si
introducimos, por fin, la educación emocional en las aulas”. Y así podría
continuar.
Sé que no es lo mismo la teoría
que la práctica, que las edades no siempre son las mismas, que la sociedad está
ahí con su escala de valores y con sus exigencias, que… hay lo que hay. Pero qué
mundo tan distinto se intuye en estas palabras del libro.
Cómo recuerdo con emoción ahora
las numerosas veces que sermoneaba a mis alumnos con aquella frase repetida:
VAMOS A ESTUDIAR PARA SER UN POCO MÁS FELICES. Qué caras de asombro las suyas
al principio y que repetición tan emocionante cuando me las repitieron en un
libro de regalo con motivo de mi jubilación. Cuántas cosas pude hacer y no
hice, a pesar de todo.
César Bona ha sido seleccionado
como “uno de los mejores cincuenta maestros del mundo”. Se lo merece. Me
levanto y le hago la ola. Enhorabuena. Estoy seguro de que hay por ahí muchos
maestros similares y con un entusiasmo parecido. El que merecen esas personas
pequeñitas que crecen en busca de un mundo mejor para ellos y para todos.