Siguen estos días los líderes de
los partidos buscando y negando a la vez reuniones con el fin de concertar un
nuevo Gobierno. Mientras tanto, los castaños empiezan a estallar en sus yemas y
a dejar al descubierto sus primeras tiernas hojas, esas que de un día para otro
darán un estirón en verde y en grandeza. Pedro Sánchez dicen que se ha reunido
con el presidente catalán, tal vez para “romper hielos”, o más bien para romper
aguas ante el niño que sigue cuajando en el embarazo de la separación e
independencia de esa región.
Me sigue pareciendo el “asunto
catalán” mucho más importante que la necesidad de acordar un Gobierno central.
El proceso está tan encauzado, que casi no se ve manera de dar marcha atrás.
Muchos catalanes defienden que
son una nación. Y tal vez no les falte razón si nos atenemos a los elementos
que tradicionalmente configuran este concepto. Los clásicos hablan de
territorio, de historia más o menos reconocible distinta a la de otras
comunidades, tradiciones específicas, lengua propia, estructura jurídica y
administración consolidada, unidad fiscal, vago o fuerte sentido de pertenencia
a una comunidad de sangre, una al menos difusa percepción de comunidad étnica y
hasta tribal…, y, en conjunto, como decía M Weber “una comunidad de sentimiento
que se manifestaría de modo adecuado en un Estado propio; en consecuencia, una
nación como una comunidad que
normalmente tiende a producir un Estado propio”.
Pero, a poco que nos fijemos,
todas estas variables, o bien se concretan de manera imperfecta, o incluso se
pueden aplicar a muchos más territorios y comunidades, dentro incluso de
España. Y, sobre todo, lo que falta, desde mi consideración, es la extensión de
mirada hacia el futuro, hacia lo que se puede intentar y realizar desde la compañía
o desde la separación. Cualquiera de las variables enunciadas antes, resulta o
mostrenca o modificable y perfeccionable en un sentido o en otro. Tómese, por
ejemplo, la existencia de una lengua propia. Parece un elemento potente, pero
hay ejemplos suficientes para mostrar que no es una condición absoluta para la
existencia de una nación: Suiza, EEUU, India… Lo mismo sucedería con el
recorrido histórico en común o por separado: solo adquiere mayor importancia, ¡en
el país más viejo de Europa!, si la historia se cuenta distorsionada y faltando
a la verdad por todas partes.
Para mí que casi todo es asunto
de voluntad y de articulación de un pequeño grupo de principios y de ilusiones
puestos en común y buscados como beneficiosos para todos. Todo lo demás se
puede retorcer como se quiera y todo lo podemos poner al servicio de intereses
particulares y no sé si siempre confesables.
Jugar con las emociones es jugar
con fuego, Se enciende la cerilla, arde la estopa y el incendio se extiende por
todas partes. Luego, los bomberos no saben cómo parar aquello.
Y, al fin y al cabo, el mundo
sigue, sea cual sea el estado en el que haya quedado el edificio después del
incendio. Pero la reconstrucción se antoja difícil y costosa; sobre todo si se
hace desde el clima de la desconfianza y el recelo.
Ojo, que esta es, en términos
históricos, la principal zozobra por la que pasa esta piel de toro desde hace
cientos de años. El horizonte anda oscuro. Veremos si cae el nublado.
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