miércoles, 16 de marzo de 2016

LAS GUERRAS DE LOS ANTEPASADOS


Cada instante es irrepetible, cada persona es única, cada vida es una odisea particular y cada comunidad posee características que la diferencian de las demás. Y eso que aspiramos a los principios, a esas verdades que queremos duraderas y que nos sirvan para siempre y en todas las condiciones. Es en ellas en las que nos refugiamos y en las que deberíamos caber todos, a pesar de las diferencias.
Pienso en mi generación, en aquella que vivió la esencia de la transición (cada uno a su manera y en distintos niveles: menos lobos casi siempre), los últimos estertores de la dictadura, los esfuerzos y la ilusión ante un mundo nuevo, las desavenencias tempranas y hasta las desilusiones con tantas cosas, y el recorrido posterior, seguramente ya desde otro punto de vista más asentado, distante y en función menos protagonista.
Evocar aquellos impulsos de generación joven e impulsiva llena todo de imágenes que no se repiten en las personas más jóvenes. Cualquiera puede hacer la prueba desde su propia experiencia: los juegos, las escuelas, los horarios, las relaciones familiares, los amigos, las escaseces generales, las perspectivas académicas y laborales…, la visión del mundo y su futuro. Si esa realidad era marginada y especial, como fue a todas luces la mía, el contraste rompe casi cualquier molde: carboneras, campo, pobreza severa, falta de comunicaciones…
Pero todo quedó atrás y ahora suben al escenario otras personas, otra nueva generación de hombres y de mujeres, más jóvenes y con otros impulsos y circunstancias diferentes.
Como tendemos a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, tal vez encontremos algunas aristas en nuestros días que no nos satisfacen del todo. Pienso, por ejemplo, en el campo social. En los años ochenta fuimos capaces de navegar en el barco común, sin zozobrar, hasta la orilla de la democracia, a pesar de todas las tormentas y de las mareas, que no fueron pocas.
Hoy parece que estamos en otra situación en la que necesitamos todos una buena mezcla de valentía y de serenidad al mismo tiempo, de pedir y de ofrecer a la vez, de aportar y de dejarse aconsejar al mismo tiempo, de concertar, en suma. No sé si todos estamos en ello o cada cual anda un poco más a lo suyo, olvidando aquello que aconsejó el maestro: “Tu verdad guárdatela y ven conmigo a buscarla”. A veces da la impresión de que las formas pierden la verdad del fondo y de que las salidas de tono desafinan y no dejan oír la melodía entera.
Tal vez ni yo ni nadie de aquella generación tengamos suficiente autoridad para aconsejar nada. Puede incluso que estemos demasiado pasados de moda y no seamos más que unos abuelos cebolletas que ya solo soñemos fuera de tiempo y de lugar.

Porque aquellas batallitas de antaño no son las mismas que las disputas que se producen hoy. Pero tal vez las guerras sí que lo sean. Quién sabe. 

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