Semana Santa. Tiempo de ritos y
de barruntos primaverales. Me pregunto en qué medida se retroalimentan las
religiones y los grupos humanos que las crean y las concretan ritual y
socialmente. Max Weber, en su ensayo “Psicología social de las grandes
religiones” afirmaba lo siguiente:
“El confucionismo fue la ética de status de prebendarios, de hombres
con una educación literaria, caracterizados por un racionalismo secular”.
“El antiguo hinduismo nació en una casta hereditaria de literatos cultos, los
cuales, hallándose apartados de todo oficio, actuaban como una especie de
consejeros ritualistas y espiritualistas de individuos y comunidades”.
“El budismo fue propagado por monjes mendicantes, rigurosamente
contemplativos que llevaban una existencia migratoria”.
“En un primer periodo, el islamismo fue una religión de
guerreros conquistadores, una orden de caballería de cruzados disciplinados”.
¿En un primer periodo?, me pregunto yo.
“A partir del exilio, el judaísmo ha sido la religión de un
pueblo paria cívico”.
“El cristianismo inició su curso como una doctrina de jornaleros
artesanos itinerantes. En todos los periodos ha sido una religión específicamente
bastante urbana, sobre todo, cívica”.
Ya están los cinco grandes
movimientos religiosos que conocemos. El autor andaba interesado en relacionar
desarrollos económicos con clases sociales y tipos de religiones. Yo podría
quedarme humildemente solo con vislumbrar qué grupos humanos son más adictos a
determinadas religiones, cuáles se encuentran más cómodos en cada una de ellas
y cuáles contribuyen con más fuerza e inercia a su mantenimiento y a su auge o
desaparición.
Por supuesto, sobre todo de la
cristiana, en todas sus modalidades, pero sobre todo en la católica, que es la
que impregna el contexto que me rodea y ordena las costumbres en las que paso
mi vida.
De vez en cuando, cuando asisto a
algún acto ritual religioso, me formulo en silencio esta pregunta, retórica o
no: ¿cuál es la sociología que compone este acto? Por ejemplo, vivo en una
pequeña y estrecha ciudad en la que esto se puede ver con nitidez en casos como
la procesión del Corpus: en ella se contiene todo un estudio sociológico de la
sociedad local. No lo describiré aquí, pero aseguro que esa estampa panorámica
es inigualable.
Estos días de Semana Santa se
cumplen también muchos ritos de la religión católica, entre ellos las
procesiones. En ellas se guarda buena parte de esta explicación. Que cada cual
aprenda la lección que quiera o sepa. Mirándose a sí mismo y mirando los demás.
El mismo autor citado asegura
que, en cualquier religión y en sus ritos, se busca “ser redimido”. Y continúa:
“Se podía desear la salvación de la servidumbre política y social y el acceso a
un mundo mesiánico en el futuro de este mundo; o se podía desear salvación de
verse manchado por impurezas rituales y esperar conseguir la belleza pura de la
existencia psíquica y corporal. Se podía desear escapar al encarcelamiento en
un cuerpo y esperar alcanzar una existencia puramente espiritual. Se podía
esperar salvación del mal radical y de la servidumbre del pecado y esperar la
eterna y libre benevolencia en el regazo de un dios paternal… Se podía desear
redención de barreras de lo finito, las cuales se expresan en sufrimiento,
miseria y muerte, y el amenazador castigo del infierno, y esperar una felicidad
eterna en una existencia futura terrenal o paradisíaca… En todas las creencias
yace una actitud ante algo del mundo real que es experimentado como algo específicamente
“sin sentido”. Se podía… Aquí las posibilidades se multiplican como las gotas
de lluvia.
¿De qué buscarán ser redimidas
las gentes que procesionan estos días por las calles de mi ciudad y por las de
cualquiera de España? Esa será tal vez una de las clave que explique su
definición social y humana.
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