Juan estaba harto de cuestionarse
el sistema económico en el que vivía, la regulación de ayudas que había
establecidas, la propaganda que cada día se proclamaba invitando a los
emprendedores a actuar y todos los pretendidos beneficios que él no acababa de
ver por ningún sitio. Porque Juan quería vivir; y vivir bien: comer alimentos
sanos, dormir a gusto y pasar los días contento junto a los suyos, sin
necesidad de mirar a los otros de reojo y con desconfianza.
Su esquema de valores era muy
sencillo y, en esencia, se describía en pocas palabras y en menos conceptos.
Otra cosa era su desarrollo.
Por ejemplo, él estaba convencido
de que no era lo mismo colaborar que competir; y lo que veía por cualquier
esquina era una competición despiadada que solo llevaba a cada uno a desear la
ruina del de enfrente para quedarse con esa cuota de mercado a costa de lo que
fuera. Así, cualquier medio parecía estar justificado. Y no veía más que
propaganda consumista, despilfarro y desigualdades, malos modos y fracasos,
frustraciones y enfrentamientos.
Por ejemplo, Juan defendía una
economía de tinte social, humanitario y medioambiental. Tenía meridianamente
claro el principio de que el ser persona estaba por encima de cualquier otro
valor y que, por eso, todo debía someterse a ello; de ahí su humanismo y su
mirada hacia la comunidad y hacia el ambiente que le rodeaba, pero sin esa
mirada torva que desconfía de todo y de todos.
Defendía la sostenibilidad y el
no ánimo de lucro. Claro que necesitaba ganar dinero para poder vivir, pero
tenía claro que quería solo lo que necesitaba y no más, sabía que podía vivir
con muy poco y con mucha dignidad, y estaba seguro de que su desarrollo
económico tenía que tener en cuenta el futuro, la comunidad y el ambiente del
que formaba parte como un elemento más.
Pensaba que de ese modo se
fomentaban ideas y principios como los de equidad entre las personas y los
puestos de trabajo, el reparto de recursos entre toda la comunidad, el trabajo
en red, la corresponsabilidad de todos los participantes en el proceso
productivo, la democracia a la hora de tomar decisiones, la implicación de
todos y la transparencia en las
actuaciones…
Cuando Juan pensaba en estos
principios, se sentía a gusto y casi feliz, y soñaba una sociedad diferente, y
unos negocios sometidos al beneficio común, con impactos positivos múltiples en
todas las direcciones y con unos resultados que generarían confianza,
conciencia social entre todos, valores de comunidad y un mundo un poquito menos
individualista y egoísta que el que veía a cada paso. De tal manera soñaba sus
cosas Juan, que hasta había inventado una palabra para su situación: él era y
sería PROSUMIDOR, es decir, productor y consumidor. Pero de lo suyo y de lo de
los suyos, no de lo que venía de lejos con la lacra de la esclavitud laboral y
la explotación continua.
Juro que Juan lo intentó y a ello
anda entregado desde hace bastante tiempo. Ha conseguido convencer a un grupo
pequeño de personas. Cuando les hablan de crisis de negocios, de paros, de multinacionales y de economía de mercado, esbozan
una sonrisa indefinida y se marchan sin dar respuesta oral. Vete a saber qué irán
rumiando en sus pensamientos. Una cosa sí es segura: ellos afirman que viven un
poquito más felices que antes. No es poca cosa.
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