lunes, 7 de marzo de 2016

VALORACIONES


Nuestra valoración acerca de las cosas de la vida representa el abecedario de trabajo de la mente. O debería representarlo, porque la inercia y el dejarse llevar tal vez ocupen a un número de personas y de situaciones más alto del deseado. A cada instante tomamos decisiones: negamos, asentimos, rechazamos, aceptamos, creamos… ¿Cuál es la base de tales decisiones?
La primera respuesta es la de la valoración empírica. Observamos la realidad, relacionamos, concluimos y actuamos. Nuestra base está en dar por buenos los resultados del desarrollo de la razón. De ese modo, construimos un almacén de verdades comunes, que nos permiten describir leyes a las que atenernos y a las que acudir para sobrevivir en comunidad.
Pero no se agota ahí nuestra actuación sobre la realidad externa. Tan importante o más que esa valoración empírica resulta ser nuestra valoración personal, aquella que responde a nuestra particular escala de valores y de fines hacia los que encaminemos nuestros esfuerzos. Con esta interferencia, la realidad se nos vuelve más lábil y quebradiza y las verdades se nos encogen hasta el terreno de la incertidumbre.
Por si fuera poco esto, los sistemas de explicación empíricos -a los que también la realidad se somete en una abstracción que se aleja, hasta casi perderlo de vista, del fenómeno concreto- cambian en cuanto somos capaces de encontrar otros sistemas de leyes que los expliquen mejor y de manera más amplia y sencilla. Así, por ejemplo, en las teorías médicas o físicas, como más notables.
Para complicar del todo el panorama, no está de más recordar que los hechos reales son infinitos y la necesidad de abstracción hasta los principios casi invalida la universalidad y permanencia de los mismos.
¿Cómo podemos hacer para conjugar estas dos formas de aproximación humana a los hechos externos? ¿Es posible anular la valoración personal hasta despersonalizar nuestra particularidad y hasta nuestra manera única de ser humanos? ¿Renegamos del valor de la constancia empírica por insuficiente? ¿Es posible separar en momentos y en lugares específicos estos dos enfoques de aproximación a la realidad externa? Y, por arrimar más dudas, ¿hay realidad externa independiente, o solo descripción e interpretación de la misma desde nuestro interior?

Mis dudas son las mismas que al principio de estas sencillas líneas, o sea, todas. Al menos extraigo una casi certeza: la necesidad de no exhibir verdades absolutas como si fueran rosquillas, y la conveniencia de la humildad y el recato intelectuales. De nuevo, y en román paladino; sentido común y buena voluntad. En la ciencia, en la política (¡qué capítulos los de estos días!), en la religión…, en la vida.

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