Tengo la certeza de que el
principal beneficio del que ha gozado mi generación es el de que no ha
intervenido en ninguna guerra clásica como contendiente principal. Pero también
ha sufrido como pocas las inconveniencias de una dictadura, producto de una
guerra; y, por si fuera poco, (in)civil. La Historia demuestra que este es un
hecho excepcional pues toda ella está plagada de guerras y más guerras; como si
no aprendiéramos nunca de sus males y de sus miserias; o tal vez no entre
dentro de nuestra lógica (al menos de la mía) que las guerras son
consustanciales con la propia Historia.
¿Cuántos elementos de avance técnico
y científico se deben a la llamada industria de la guerra? ¿Qué tanto por
ciento de eso que llaman el PIB es atribuible a la industria de la guerra? Es
terrible reconocerlo, pero es alto, muy alto. Los experimentos bélicos después
pasan en muchos casos a la vida diaria, como aplicaciones generales que pierden
su referente bélico inicial. Y son elementos de muy distinto tipo. Yo mismo
vivo en una pequeña ciudad cuya historia no se explica si no es con el
referente de las distintas guerras españolas. La producción de paños, con los
adelantos técnicos correspondientes y la riqueza respectiva, se ha mantenido,
ha florecido y ha casi desaparecido al compás de las luchas y de los mamporros
entre unos y otros. Acabado el período bélico, descenso de la producción,
atraso, paro y pobreza. Más guerra, vuelta a la producción, a la maquinaria
nueva, al trabajo y a la riqueza material. Es un hecho tan desgraciado como
constatable.
Si reducimos esta descripción al
absurdo, estaremos en disposición de pedir más guerras y más conflictos en
tiempos de penuria como estos. No tengo ningún interés en seguir por ese camino
porque, por analogía, haríamos de otras realidades auténticos despropósitos. Pero
tampoco quiero esconder la descripción ni meter la cabeza debajo del ala: es
postura poco honrada.
La guerra tiene, para bien y
sobre todo para mal, muchas implicaciones, tal vez no todas confesables ni políticamente
correctas. Y si, además, damos un repaso por los distintos tipos de guerras,
desde los primerizos del palo y el puñetazo hasta los más sofisticados de la
actualidad, las causas y las consecuencias se nos multiplican. Porque hay
guerras a palos, con espadas, con bombas, químicas, bacteriológicas…, pero
también psicológicas, publicitarias, económicas… y de todo refinamiento
imaginable.
Es tal vez la naturaleza humana,
que no acaba de aprender, que no escarmienta, que da dos pasos adelante solo
cuando la empujan, o que no atiende acaso más que a las necesidades que se le
van presentando para asegurar su supervivencia. Pena.
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