jueves, 3 de marzo de 2016

DE LUXURIA ET DE LASCIVIA


Me consta que, en el instituto Ramón Olleros de Béjar, casi una veintena de alumnos estudia latín al cuidado y los buenos oficios del profesor Ángel Ballesteros Herráez. ¿Cuántos diccionarios usarán? ¿Cuántos más habrá en Béjar y en sus alrededores? El estudio de las lenguas clásicas no goza de buena salud. Creo que la burocracia educativa planea suprimir el único profesor de griego que trabaja en Béjar. Pena.
Me sirve el dato como pretexto para anotar el juego que con las palabras hacemos en el paso del tiempo. Impedir la modificación formal y significativa de las palabras es batalla perdida. Los idiomas son organismos vivos que crecen y se reproducen como los demás seres. Regular esos cambios y no dejarlos en manos de los menos dotados del lugar es ya otro cantar.
Entre el juego de la pena, de la curiosidad y la manipulación anda este par de palabras que tanto juego han dado y siguen dando: LUXURIA y LASCIVIA. En aquellos libros rarísimos y en riesgo de extinción que son los diccionarios latinos se definía LUXURIA como exuberancia, profusión, lujo…, y LASCIVIA como diversión, desenfreno… Como puede observarse, anda la lascivia más pegada al asunto sexual que la lujuria, más propia para otras realidades diferentes.  
Me parece que, por ejemplo, utilizamos con bastante precisión la palabra LUJURIA cuando decimos que nuestro paisaje, el paisaje de Béjar, es lujurioso, indicando con ello la abundancia, la exuberancia y el lujo de la vegetación. Después, la Academia ha aproximado ambos significados, hasta el punto de que su uso se intercambia casi sin distinción, como no sea de grado. Pero alguien se encargó, vaya usted a saber por qué, de desviar su significado y aplicarlo a escenas y personas propensas al uso del sexo en condiciones no muy bien vistas por alguna moral, impuesta también vaya usted a saber por qué y por quién. ¿A que enseguida huele a iglesia y a poder? Ahí le has dado.
Agustín de Hipona, después milanés y padre de padres en los asuntos de iglesia, no antes de haber dedicado tiempo y espacio a todo desenfreno carnal de lujuria y, sobre todo, de lascivia, en el latín tardío de sus obras, intentó ordenar la vida de sus antiguos compañeros de parranda con definiciones morales que poco tenían que ver con los orígenes etimológicos de LUXURIA y de LASCIVIA. Hasta se atrevió a distinguir entre cópulas y cópulas. Al fin y al cabo, era un experto en ello. Lo demás todo ha sido dejarse llevar y acentuar la moral religiosa entre toda la población, al amparo y en paralelo con la lujuria civil del poder.
Que hoy tenga mayor o menor influencia moral y social el asunto de la sexualidad entre nosotros -yo creo que sigue teniendo muchísima- es otro cantar. Acaso si la importancia disminuyera, cada palabra se buscaría por su cuenta la vida en otras connotaciones y en otros contextos.
No es más que otro ejemplo -este de muchísimo alcance- que demuestra la naturaleza del lenguaje y el cuidado que debemos tener de dejar su cuidado en buenas manos.

Estos días, los políticos y los periodistas nos están dando otro malísimo ejemplo con la palabra SUMAR, a la hora de contar votos. Pero eso…, para otro día.

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