Me consta que, en el instituto
Ramón Olleros de Béjar, casi una veintena de alumnos estudia latín al cuidado y
los buenos oficios del profesor Ángel Ballesteros Herráez. ¿Cuántos diccionarios usarán?
¿Cuántos más habrá en Béjar y en sus alrededores? El estudio de las lenguas
clásicas no goza de buena salud. Creo que la burocracia educativa planea
suprimir el único profesor de griego que trabaja en Béjar. Pena.
Me sirve el dato como pretexto
para anotar el juego que con las palabras hacemos en el paso del tiempo.
Impedir la modificación formal y significativa de las palabras es batalla
perdida. Los idiomas son organismos vivos que crecen y se reproducen como los
demás seres. Regular esos cambios y no dejarlos en manos de los menos dotados
del lugar es ya otro cantar.
Entre el juego de la pena, de la
curiosidad y la manipulación anda este par de palabras que tanto juego han dado
y siguen dando: LUXURIA y LASCIVIA. En aquellos libros rarísimos y en riesgo de
extinción que son los diccionarios latinos se definía LUXURIA como exuberancia,
profusión, lujo…, y LASCIVIA como diversión, desenfreno… Como puede observarse,
anda la lascivia más pegada al asunto sexual que la lujuria, más propia para
otras realidades diferentes.
Me parece que, por ejemplo,
utilizamos con bastante precisión la palabra LUJURIA cuando decimos que nuestro
paisaje, el paisaje de Béjar, es lujurioso, indicando con ello la abundancia,
la exuberancia y el lujo de la vegetación. Después, la Academia ha aproximado
ambos significados, hasta el punto de que su uso se intercambia casi sin
distinción, como no sea de grado. Pero alguien se encargó, vaya usted a saber
por qué, de desviar su significado y aplicarlo a escenas y personas propensas
al uso del sexo en condiciones no muy bien vistas por alguna moral, impuesta
también vaya usted a saber por qué y por quién. ¿A que enseguida huele a
iglesia y a poder? Ahí le has dado.
Agustín de Hipona, después milanés
y padre de padres en los asuntos de iglesia, no antes de haber dedicado tiempo
y espacio a todo desenfreno carnal de lujuria y, sobre todo, de lascivia, en el
latín tardío de sus obras, intentó ordenar la vida de sus antiguos compañeros
de parranda con definiciones morales que poco tenían que ver con los orígenes
etimológicos de LUXURIA y de LASCIVIA. Hasta se atrevió a distinguir entre cópulas
y cópulas. Al fin y al cabo, era un experto en ello. Lo demás todo ha sido
dejarse llevar y acentuar la moral religiosa entre toda la población, al amparo
y en paralelo con la lujuria civil del poder.
Que hoy tenga mayor o menor
influencia moral y social el asunto de la sexualidad entre nosotros -yo creo
que sigue teniendo muchísima- es otro cantar. Acaso si la importancia
disminuyera, cada palabra se buscaría por su cuenta la vida en otras
connotaciones y en otros contextos.
No es más que otro ejemplo -este de
muchísimo alcance- que demuestra la naturaleza del lenguaje y el cuidado que
debemos tener de dejar su cuidado en buenas manos.
Estos días, los políticos y los
periodistas nos están dando otro malísimo ejemplo con la palabra SUMAR, a la
hora de contar votos. Pero eso…, para otro día.
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