sábado, 31 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA BEJARANA (y XII)




Pero hay que pasar definitivamente de las musas al teatro, Hay que mancharse las manos y hay también que levantar el celemín para que brille la luz. Una vez que hemos dibujado el índice de lo que puede ser una ética civil de mínimos, lo que necesitamos es llevarla a la práctica y desarrollarla. Cada uno en su ámbito y los mínimos en el de todos.
En estas fechas -octubre de 2015- se convocan elecciones políticas generales. Los distintos partidos políticos se esfuerzan en articular sus programas respectivos con los que concurrirán a los comicios. El recuento de votos se hará en su día y en su día se nombrará el correspondiente Gobierno para la comunidad. Los programas serán seguramente divergentes en muchos apartados; pero en poco o en nada deberían ser en lo que se refiere a estos principios que conforman la ética civil de mínimos. En caso contrario, los ciudadanos tenemos la obligación de hacer saber su equivocación y tenemos el derecho de gritar nuestro convencimiento en que, sin estos mínimos, la convivencia se hace más difícil y menos provechosa. La ética y la política no deberían estar alejadas ni en la concepción ni en la práctica, y la segunda no debería poder concebirse razonablemente sin los principios de la primera. Que los programas políticos sean divergentes en propuestas no nos debe extrañar; que no se huela en todos ellos un sustrato de ética de mínimos valiosa para todos nos ha de poner en guardia. Ojo, pues.
Las concepciones religiosas que han sido y que son tienen la obligación de mirarse en el espejo y de retirar de sus actuaciones cualquier ribete exclusivista y acoger otras posibilidades con las que dialogar hasta encontrar los elementos comunes que sirvan a todos, tanto a los creyentes como a los que no lo son. La historia de Occidente, por desgracia, nos muestra un sinfín de horrores cometidos en nombre de una religión interpretada en sentido exclusivista. La de otros lugares no queda en mejor posición ni antes ni en nuestros días. Mucho habrá, pues, que limar hasta hacer prevalecer esos mínimos. Por cierto, seguro que, bien entendidos e interpretados, seguramente se hallan también en sus concepciones religiosas.
Lo mismo habrá que solicitar a las concepciones laicistas que niegan cualquier posibilidad religiosa como fondo de doctrina y de costumbres del que extraer posibilidades para la convivencia.
A ambos, que sepan retirarse hacia el campo particular en el momento en el que no nos estemos moviendo en el terreno de los mínimos y en el ámbito general de la razón.
Otro tanto sucede con las propuestas que, desde niveles inferiores (local, familiar…), se hagan. Y estos niveles más próximos incluso nos tendrían que implicar más, pues nuestra participación en ellos debería ser más posible y frecuente. Así, en la dirección que se quiera, hasta llegar a nosotros mismos, a cada persona en particular. Ahí es donde nuestra libertad y nuestra capacidad de decisión se ponen a disposición de lo que de ellas queramos hacer. Ojalá siempre lo hagamos en la búsqueda de una convivencia más agradable.
Si no pareciera que el esquema es demasiado breve, estaría dispuesto a resumir las actitudes de esta ética civil de mínimos en dos principios: el del sentido común y el de la buena voluntad. El primero nos lleva al desarrollo de la razón como capacidad humana general. El segundo nos empuja a reconocer las limitaciones de la razón y a la necesidad de la cesión de todos para solucionar cualquier divergencia en el desarrollo del camino vital. Gentes razonables y de buena voluntad son las que necesitamos siempre. Todos, en la medida de nuestras posibilidades, deberíamos serlo. A la razón desde la educación y la formación de todos en las mejores condiciones; a la buena voluntad siempre, desde la certeza de que la razón no abarca todo porque la vida es algo plural y rico en matices. Y a la búsqueda del ser humano por encima de todo, en plano de igualdad en dignidad, en derechos y deberes, y en todo lo que le sirva para realizarse como tal.

Después, aunque sin menor fuerza, está el camino de la felicidad. Pero este es ya camino individual y la ética no puede llegar tan lejos.

jueves, 29 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA ¿BEJARANA? (XI)


Ya hemos colocado como índice de valores y de elementos de ética ciudadana aquellos que genéricamente se recogían en la Declaración Universal de Derechos Humanos y los que se han ido incorporando posteriormente y que, también de manera genérica, llamamos de tercera generación. No se aboga aquí, por tanto, por ningún grupo de elementos nuevos ni que no hayan sido analizados, reconocidos y aceptados por todos las comunidades más asentadas en la cultura occidental.
Pero es que eso mismo se puede considerar para las comunidades del resto de los países, por más que el grado de práctica de los mismos deje mucho que desear en buena parte de ellos. La ética civil de mínimos, a pesar del apellido circunstancial de ¿bejarana? que le hemos puesto, bien se ve que alcanza a todos los seres humanos, si bien se puede acoplar y matizar en cada uno de los niveles, desde el personal, pasando por el familiar, de amigos, LOCAL, regional, nacional o universal.
El sustento no es el territorio, ni siquiera lo es la organización social de cada lugar; lo que mantiene esta ética es el valor del ser humano por el hecho de serlo. Poco o nada tienen que decir, entonces, las religiones, las razas, las sapiencias, los dineros… El camino también se puede andar en sentido contrario; en ese caso, al menos entendamos que nos movemos en los mínimos que deberían ser de defensa y de uso en las sociedades occidentales en las que nos ha tocado vivir.  Los valores de esta ética de mínimos deberían suponer la mejor prueba de estabilidad y el mejor legado que podríamos dejar a las generaciones venideras.
La dignidad humana, la justicia como referente y el espíritu de diálogo y de participación son los tres valores que nos inspiran. La dignidad humana como valor irrenunciable del ser humano, que se podría hacer reconocible en aquella máxima descrita por E. Kant: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solo como un medio”. El principio de justicia nos tiene que remitir a un esquema de derechos y de libertades personales que solo tenga como límite un esquema de derechos y de libertades semejante para los demás. La sabiduría popular lo repite en aquello de “no quieras para otro lo que no quieres para ti”. Y la necesidad de la participación nos empuja al diálogo constante para buscar, no la justificación constante de aquello que ya está definido y admitido como valor común, sino las mejoras continuas en los elementos comunes que favorecen la convivencia y la dignidad humanas. Todos estos principios se han ido descubriendo, reconociendo y precisando a lo largo de los tiempos, con la participación de muchos y con las imperfecciones de casi todos. Por ello, nada es despreciable a priori, todo vale con tal de que esté sometido al criterio de la razón y del sentido común y respete, ampare y busque mejorar en su desarrollo los principios que se han enumerado antes. Se trata, en el fondo, de mirar al ser humano como tal y no a ninguna de sus apetencias en particular, y de respetar los valores esenciales que lo definen tanto individual como colectivamente. En ese encuentro de mínimos es donde todos mejor nos podemos descubrir y donde mejor podemos celebrar los privilegios sin fin que la vida nos ha ofrecido a todos. Al otro lado, y ya lejos, quedan los vencedores y vencidos, los ganadores y los perdedores, los más poderosos por encima de los más débiles, los que quieren imponer su verdad como algo absoluto, los que buscan el camino de la vida en solitario y siempre frente a los demás. Dignos, justos y dialogantes. Este es el programa común, aquel en el que cabemos todos. Defenderlo y tratar de convencer con él es la tarea de cada uno.

Y, si tuviera que haber coordinadores para dar eficacia a la participación de todos, que sean los que tengan mirada más alta, los más formados y menos egoístas (los filósofos, como quería Platón), los que sean capaces de desarrollar estos principios generales y básicos. En los contextos más próximos y en los más generales: en la persona, en la familia, en el barrio, en la escuela, en la ciudad…  

miércoles, 28 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA ¿BEJARANA? (X)


En el momento en que escribo estas páginas (octubre de 2015), los diversos partidos políticos presentan las bases de sus programas electorales con los que van a concurrir a las elecciones generales de diciembre próximo. En casi todos ellos se incluye algún apartado que hace referencia a la situación que la religión católica  debe tener en la vida diaria de los españoles. El asunto es muy enjundioso y largo, pero algo difícilmente rebatible es que resulta de referencia común y que alcanza una importancia grande en la concepción política y social, pero también en la práctica, o sea, en la ética y en la moral.
Se ha dibujado antes la presencia histórica de éticas de ascendencia religiosa, de raíz laicista y de estirpe laica. Las dos primeras se sitúan en los antípodas y, en alguna medida -creo que más la primera que la segunda- excluyen otras posibilidades y otras fuentes como bases para extraer los principios en los que se basan; ambas corren el peligro de estigmatizar lo contrario y de tender al absoluto de “conmigo o contra mí”.

Aquí se aboga por una ética laica que no excluya ninguna posibilidad pero que huya de cualquier dogmatismo, que exija al común lo que realmente puede exigir y no aquello que pertenece a la esfera privada o al nivel no de la justicia sino del amor y de la felicidad. El ser humano posee la capacidad de la razón y no puede ni debe renunciar nunca a ella. Pero hunde sus raíces en un sentimiento configurado por fuerzas que no pueden ser medidas fácilmente por la razón. La modernidad puede ser reducida a la separación entre la fe y la razón, pero no a la negación de ninguna. Si no hay oposición entre una y otra, no se ve la necesidad de negar la fe como fuente de vida y de ética. Cuando los resultados de una y de otra no son convergentes, entonces debemos tener la suficiente amplitud de miras  para compartir aquello, y solo aquello,  que nos es común, lo que todo ser humano puede llegar a alcanzar. Y esto solo se consigue a través de la razón. Pero también debemos permitir que el creyente de ética religiosa añada sus costumbres y sus usos, siempre que no reduzca ningún derecho de los demás ni denigre la dignidad humana. Los practicantes de ética religiosa deberían entender que la ética cívica no remite a Dios en sus planteamientos, porque entonces estamos hablando no ya de unos mínimos de igualdad, de libertad o de justicia desde el diálogo, sino de unos máximos que apuntan al mundo del amor, de la felicidad, o de ilusiones sobrenaturales. Y esto ya no se le puede pedir a ninguna ética ni a ninguna moral, porque tiene otros caminos particulares y personales. No solo los de la religión: Acaso no los de la religión. Acaso otros raros y minoritarios en su uso. Puede que una mezcla de todos. Al camino de la excelencia puede y debe aspirar todo ser humano, pero la ética cívica tiene que saber retenerse y no burlar la intimidad personal. Estamos hablando ya de territorios brumosos y de suelos en los que crecen frutos muy diversos.

martes, 27 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA ¿BEJARANA? (IX)


Pero más allá -y, si se me permite, más acá- de los principios, se halla la realidad machacona de cada día, una realidad múltiple y muy desigual. José Antonio Marina, filósofo y educador, afirmaba, con sentido común, que educar es cosa de la tribu. Trataba de hacer ver con esta expresión que todos debemos estar involucrados en la configuración de ese camino que llamamos educación.
Ya se ha recordado aquí que la educación no es solo la que se concreta en las escuelas sino todo el entramado que teje la vida social de todos nosotros a lo largo de la vida. Resulta evidente que, aunque la educación -y su realización en los comportamientos éticos y morales- es cosa de todos, hay factores que ejercen una influencia superior a los demás: amigos, publicidad, modas, medios de comunicación… Si no se controla el peligro, también aquí estamos en el camino de nuevas tiranías morales y de costumbres. Frente a ese peligro debemos ponernos en guardia si queremos la realización de una ética cívica participativa por la que venimos abogando. Por eso la necesidad de unos principios, de unos valores y de unos usos que orienten nuestra actividad. La libertad de la diversidad no puede ser confundida ni con el caos ni con la falta de esos mínimos imprescindibles, los que nos sostienen en una sociedad democrática, plural pero estructurada.
Resulta fantástico que cada ser humano se haga cargo de su plan de vida, que, desde su responsabilidad y libertad, trace su camino personal. Pero no podemos arriesgarnos a que cada uno de nosotros tenga que descubrir el fuego. Tampoco en lo que se refiere a los valores morales podemos partir de cero y estar todo el tiempo cayéndonos y levantándonos. Lo que está conseguido y aceptado por todos como algo elemental ya no puede tener vuelta atrás en la dignidad humana. ¿Qué éxito puede tener el que, a estas alturas, se plantee el valor de los derechos humanos, por ejemplo? Ha costado demasiado esfuerzo y tiempo como para volver a darle vueltas con pasos hacia atrás. Lo han formulado teóricamente los pensadores más sesudos, lo han recogido los tratados más importantes y han visto alguno de sus logros los que lo han practicado en comunidades abiertas y democráticas. No, no hay vuelta atrás: nuestra ética, la ética civil en una comunidad democrática y participativa se asienta en unos valores consolidados y tiene que mirar al futuro para procurar mejorar y ampliar esa escala de derechos y de deberes. Nadie puede gastar tiempo y esfuerzos en divagaciones acerca de si uno tiene derecho a la vida, a la expresión libre y educada de las ideas, a la circulación, a…, a todos esos derechos consolidados que llamamos primera, segunda y tercera generación. La discusión participativa debe comenzar en ese nivel y nunca más abajo, el diálogo exigible en este tipo de ética cívica tiene que dar por descontadas estas realidades.
Es verdad que la práctica diaria nos enseña que hay aún demasiadas reticencias por parte de demasiados ciudadanos y de grupos de poder que, en nombre de una pretendida libertad individual y de una defendida dificultad para llegar a acuerdos comunes en materia ética y moral, siguen empeñados en desfigurar ese ramillete de principios ya consolidados en la teoría y, sobre todo, en el sentido común de todo ser de buena voluntad. A partir de este nivel, todo puede y debe ser discutido, todo ha de ser puesto en la picota. La participación sana y en igualdad de condiciones nos llevará fácilmente a la convicción personal y colectiva para ajustar otros usos éticos aún no consolidados. Para ello -una vez más- se anuncia como irrenunciable la educación de todo individuo y la inversión personal y colectiva en todos los esfuerzos posibles que sitúen a cada ciudadano en igualdad de condiciones en la participación, en la discusión y en el intento de convicción ante los demás para justificar usos y libertades, tanto en el ámbito más cercano como en el universal.

Trasladar estas tasas de exigencia a la conciencia personal y a la colectiva es labor de nuevo de todos nosotros, no solo de los poderes públicos, aunque a estos se les debe exigir siempre que favorezcan las condiciones para que ello se produzca. Por más que ellos pierdan poder y protagonismo. No queremos salvadores de nada ni de nadie: tenemos que salvarnos todos a todos y cada uno a sí mismo. Solo pedimos igualdad de condiciones y respeto a esos principios que reflejan los derechos y deberes esenciales para el desarrollo digno de cualquier ser humano.

lunes, 26 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA ¿BEJARANA) (VIII)


Decididamente, estamos condenados a entendernos. Un divulgador científico español resumía el eje de la evolución con la imagen sencilla de un ser unicelular que se sentía solo y se buscó la manera de gritar “¿quién anda ahí?” para asociarse e ir formando otros seres más complejos hasta llegar al ser humano. No me parece mal ejemplo. La soledad es el mal por excelencia y su curación nos obliga a compartir tiempo, espacio, pensamiento y costumbres. Así nos hacemos más complejos, más completos y más participativos Pero ni todo el tiempo, ni todos los espacios, ni todo el pensamiento, ni todas las costumbres. La soledad buscada es tal vez la más agradable compañía con uno mismo. Decía el poeta Antonio Machado que “quien habla solo espera hablar con Dios un día”. Incluso en la soledad se producen el diálogo y el intercambio.
Se adivina, por tanto, la necesidad de marcar hitos, lindes y horarios de reparto. Hay que dar con unos mínimos de convivencia y de ética civil. Y tal vez no haya que darle demasiadas vueltas al asunto: los tenemos a la vista, los aceptamos en la teoría y solo necesitamos hacer práctica continua de ellos, los tenemos hasta negro sobre blanco, los hemos incorporado como referencia, aunque con debilidad, a la hora de hacerlos realidad. Son los DERECHOS HUMANOS. ¿A qué persona de los países llamados de cultura occidental se le ocurre poner en duda el valor de estos derechos? Buscamos la forma de esquivarlos en nuestro egoísmo personal y en nuestra interpretación exclusiva de la vida; pero aquí se trata precisamente de evitar ese peligro, peligro que se ha descrito anteriormente. ¡Si no son tan especiales, si todos se incluyen en la necesidad de respetar unos derechos básicos de toda persona, por el sencillo hecho de ser persona, el respeto a unos valores racionales no excluyentes y a una predisposición al diálogo y a la participación, en la que tanto se viene insistiendo!
La Declaración Universal de Derechos Humanos puede ser nuestro punto de partida. En esa declaración se recogen los llamados derechos de primera generación. Después de más de medio siglo, todos teníamos que tener en nuestro subconsciente el poso que destilan tales principios, de tal manera que deberíamos estar dispuestos a razonar desde ellos y para ellos, por más que ya resulten axiomáticos. ¿O alguien que se atreva a refutar el derecho a la vida, a la libertad de expresión y de reunión, al derecho a moverse libremente (nuestra vieja Europa, por desgracia,  cuestiona ahora mismo esto con la crisis de los emigrantes), o de participación? Se lo podemos permitir a cualquiera, porque no somos excluyentes, pero no se atrevería: quedaría muerto de vergüenza desde el comienzo del razonamiento. Y otro tanto sucedería con los derechos llamados de segunda generación, aquellos que acreditan los mínimos sociales, culturales y económicos de todo hijo de vecino. Cuánto costó y sigue costando adquirirlos y mantenerlos, pero no tanto declararlos como inalienables y como constitutivos de la condición humana. El resto de Tratados no ha hecho otra cosa que ir reafirmando este índice de derechos reconocidos. Enseguida se argüirá que la realidad restringe su práctica. Es verdad, pero ya no tienen peso racional las opiniones que los rechacen y no pueden ser admitidas en la comunidad por falta de rigor racional. Aquí vuelve a encajar aquella afirmación de que NO todas las opiniones son respetables, por supuesto que no. La razón, como se ve, nos asiste; necesitamos la fuerza y las ganas de recordárnoslo cada día para frenar cualquier intento de marcha atrás, todas esas noticias que a cada minuto nos recuerdan que su práctica está en peligro casi continuo. La exigencia a nosotros mismos y a las fuerzas representativas de la comunidad debe ser continua y sin tregua.
La Historia es un discurrir continuo y ahora nos hallamos en el acogimiento de los derechos de tercera generación (medio ambiente, paz, calidad…). Los que defendemos una ética personal y común de carácter civil deberíamos estar en la vanguardia y empujar para hacer realidad y costumbre admitida por todos este nuevo paquete de derechos y deberes que dignifican la vida de todos los seres humanos cualquiera que sea su condición.
En nuestra realidad más inmediata, la de esta ciudad en la que vivimos, los principios son los mismos pues nuestra condición humana es idéntica. Será fundamental buscar elementos y situaciones de aplicación positiva y evitar la aplicación de los mismos en sentido restrictivo o negativo. Nos sustentan principios comunes, nos aguarda una defensa y sobre todo una promoción positiva de los derechos de todos, con todos y para todos. Y hay mucho que describir, que evidenciar, que corregir y que mejorar. Eso sí que sería ponerle sustancia a aquello de “En Béjar, por Béjar y para Béjar”. Por citar solo un caso de la más avanzados: ¿Cuánto se puede moldear y mejorar en el maravilloso medio ambiente que nos rodea?

Pero de nuevo hay que recordar que o es tarea de todos o no es, al menos en el nivel adecuado al desarrollo de una vida digna de ser vivida, como seres humanos racionales. Sí, estamos condenados a entendernos.

domingo, 25 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA ¿BEJARANA) (VII)



A estas alturas del relato, tal vez parezca un desatino seguir empeñados en buscar elementos comunes que den base al comportamiento y hasta uno puede parecer desfasado, fuera de onda y desde luego alguien que no está a la última. Las reflexiones “posmodernistas” y otras anteriores muy sesudas parecen dispuestas a no favorecer demasiado a aquellos que creen en esa posibilidad. El pensamiento débil, la explicación de la práctica desde la práctica, las modas pasajeras, el mundo de la imagen, el debilitamiento de los elementos absolutos, el sentimiento engañoso de una falsa libertad individual, la prevalencia de la apariencia y del ingenio frente a las ideas trabadas…, todo parece contribuir al desánimo y a dejar correr los comportamientos al albur de la voluntad o del instinto individuales.
Algunos pensamos que, sin necesidad de dogmatizar en nada y con la humildad de las limitaciones de la razón, este remedio termina siendo peor que la enfermedad y nos resistimos a desistir de la búsqueda de esos elementos mínimos, pero colectivos y universales, que asienten y orienten nuestras conductas, desde la comunidad de los mínimos y desde la diversidad de los máximos. El asunto es muy serio y no podemos dejarnos llevar ni por la solemnidad ni por la frivolidad en la que parece que estamos instalados. No puede ser que las normas de conducta estén en los gurús de los deportes, ni en los que sin escrúpulos se suben a un escenario y se ponen “en concierto”, ni en los que abren supermercados  por todas partes o en los que monopolizan el dinero y la circulación del mismo. En esto nos jugamos algo muy importante: nada menos que el discurrir por la vida con paso de decencia y de responsabilidad, o el mismo discurrir al amparo del sol que más calienta y por la senda que nos marque el rebaño. Se diría que hemos cambiado los dioses de la religión o de la nobleza por los de los medios de comunicación, por los que a todas horas andan en la caja tonta y por los que acaparan el dinero y las decisiones. Salimos de Málaga y entramos en Malagón. Ese acaparamiento de presencia y de modelo de actuación en la vida es tan excluyente como los anteriores y provoca las mismas disminuciones mentales y humanas que los que parecían en proceso de superación. Tienen que existir otros modelos diferentes, más nobles y positivos; no pueden ser otros que los que encuentren su base en la educación y en la participación de todos en igualdad de condiciones, aquellos que sigan teniendo unas bases orientadoras generales en cuya confección hayan participado todos los elementos de la comunidad.
Por eso, tenemos que fomentar entre todos, empezando por los poderes públicos, la claridad, la transparencia y -perdón por la insistencia- la participación. Lo mismo que ya no nos sirven las imposiciones de la tradición nobiliaria ni los dogmas sin explicar de las religiones, tampoco nos deberían servir las imposiciones actuales de actores sin autoridad moral, pues sus valores no son racionales sino de poder económico, de imagen o de cualquier otro tipo efímero y no racional.
La lucha contra estos nuevos dioses mediáticos y económicos no resulta precisamente sencilla, pues cuentan con poderes casi absolutos; pero están horros de uno fundamental: el de la razón, el del poder del convencimiento, el de la influencia por la responsabilidad, por el esfuerzo y por el razonamiento. Ese es su flanco débil y por él han de ser atacados. En beneficio propio y en el de toda la comunidad, comunidad que se hará más fuerte y más dinámica en tanto sepa defenderse de estos peligros de los nuevos dioses y sea capaz de marcarse su ritmo de vida y su escala de valores propia. En definitiva, una moral y una ética tan necesarias como enriquecedoras.

También en este campo nuestra comunidad puede preocuparse, de manera individual y colectiva, por marcarse unas defensas ante estos peligros que la acechan y por favorecer un contexto en el que se desarrolle la conciencia individual y colectiva desde sus propios razonamientos y desde sus propias costumbres; sin olvidarse del mundo, pero sabiendo y afirmando que su mundo es sobre todo el que la persona y la comunidad se marquen, el que su experiencia vital razonada le vaya indicando y aquel al que el análisis le vaya conduciendo. Necesitamos, también aquí, fomentar el desarrollo de la sociedad civil, la actividad de los foros en los que no solo se juegue sino que sirvan para el intercambio de pareceres y para la reflexión. Tal vez después también lleguen las partidas y los partidos, pero desde una actitud muy diferente y mucho menos alienadora. Al fin y al cabo, poseemos toda una experiencia histórica que nos puede y que nos tiene que marcar el camino mejor para el futuro.

sábado, 24 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA ¿BEJARANA? (VI)


En una comida familiar hablábamos de la educación y de las clases de religión en la enseñanza. Alguien me repetía la aburrida monserga de que no quería que se perdieran los valores que aportaba la religión en la escuela. Yo me enfadé bastante. Es afirmación que se escucha con demasiada frecuencia. ¡Como si algunos valores (buenos o malos) solo se pudieran producir con la presencia de unas enseñanzas religiosas! ¡No, de eso nada! La procedencia de esos valores (insisto, buenos o malos) no es exclusiva ni de una iglesia, ni de una religión, ni de un partido político, ni… Estamos tan mal acostumbrados a confundir moral con religión… Es otro de los posos de la larga dictadura y del poder de la religión única durante tanto tiempo. La lengua pervierte y enmascara la realidad, y la realidad pervierte la lengua como instrumento que la fija.
¿Dónde, entonces, las fuentes de las que manan los principios que configuran una moral determinada y unos comportamientos éticos? La respuesta no pude tener una sola dirección, ni negar las aportaciones de cualquier regato que quiera engordar la corriente del río principal.
La Historia configura nuestro presente, y las historias son colectivas pero también personales e individuales. Los veneros, como los que nutren el nacimiento de nuestro río Cuerpo de Hombre, allá en Hoyamoros, son múltiples y diversos. Nadie puede poner una pica en un lugar concreto y decir: aquí nacen las primeras gotas de nuestro río: se estaría equivocando. Si un partido político se hace garante de toda la verdad, incurrirá en el peligro de la imposición; si lo hace la iglesia, tres cuartos de lo mismo, por más que se sometan sus fieles a orígenes divinos, pretendidamente absolutos y beatíficos: el peligro es el mismo e incluso se acentúa; si la garantía la buscamos en el argumento de autoridad, desarrollaremos la nobleza de recoger amablemente las opiniones de aquellos que anteriormente han dejado su pensamiento respecto de algo y lo han hecho razonadamente, pero ni así nos sirve del todo… Al final, la decisión la tenemos que tomar todos nosotros; tiene que ser nuestra conciencia de seres racionales y sintientes a la vez la que decida aquello que tiene que pasar a formar parte de la conciencia moral y ética que nos interesa y que favorece el desarrollo personal y de la comunidad.
Como se ve, la tarea no resulta sencilla, porque las opiniones no son absolutas y porque, además, proceden de las limitaciones en las que nuestras mentes racionales se mueven y actúan, incluso en las mejores voluntades. ¿Entonces? Alguna pista hay. La primera es la de actuar con humildad y con la mejor de las voluntades; no con la voluntad del lelo, que no sabe realmente lo que quiere, sino con la buena voluntad de aquel que entiende que la razón es pequeña y no concluye ni alcanza todas las verdades ni toda la extensión de las verdades. En segundo lugar, comprendiendo que, en asuntos de moral, no podemos aplicar la relación numérica de las mayorías como se hace en la confección de las leyes y en otros asuntos de tipo social. Aquí las mayorías no son definitivas. No se puede, por ejemplo, obligar a nadie a acudir a un espectáculo deportivo o religioso por el hecho de que le guste a la mayoría de los que forman la comunidad.
Las normas jurídicas obligan por mayoría, las religiosas obligan por fe, las morales tienen que obligar por convicción personal y colectiva. Las reglas éticas y morales, en realidad, tienen que convencer, no imponer.
La pregunta sigue en el aire: ¿Cómo acceder a esa conciencia colectiva, a esos principios morales que han de regir nuestros comportamientos personales y colectivos? Pues desde la conciencia de cada uno. ¿De cualquier manera y en cualquier situación? No, por supuesto. Para que la partida no tenga trampas, a las conciencias hay que darles igualdad de oportunidades y contextos en los que puedan desarrollar sus razonamientos, esos que les llevan a conclusiones firmes y duraderas. Y solo se ofrecen dos caminos para ello: el de la educación y el de la participación. Con la educación -es algo bien distinto de la instrucción y de los títulos- estaremos creando conciencias críticas, preocupadas por la mejora de cada ser y de la comunidad, y estaremos preparando las condiciones para que las aportaciones de cada uno puedan ser tenidas en cuenta por los demás, pues han de proceder de razonamientos serenos y no excluyentes y se basarán con toda seguridad en argumentos racionales, humanos y accesibles a todas las personas. Con la participación estaremos favoreciendo el intercambio de las opiniones, de los razonamientos y de los mejores descubrimientos de cada uno de nosotros. En este proceso habremos ganado la confianza de todos y habremos asentado en la conciencia de cada uno una serie de verdades y de comportamientos que ya han de ser irrenunciables y que han de pasar a formar parte de lo consabido y de lo natural, de aquello que ya ni se discute porque se da por convenido y por obligatorio por convencimiento.
Ya tenemos el magma de una conciencia colectiva, de una moral cívica y social, de un código no escrito en el que nos sentimos cómodos porque no es exclusivo ni impuesto desde fuera, sino alcanzado poco a poco, con el roce diario de cada conciencia con la de los demás. Se crea un proceso imparable que va elevando el nivel de conciencia social y de moral colectiva en la que de poco sirven esas expresiones políticas y sociales de “yo he ganado y tú has perdido”, o de “apártate y deja trabajar hasta que ganes y entonces decidas tú”. Son expresiones que no me invento y que recojo de algún representante social de nuestra ciudad, tan lejos él de esa conciencia cívica participativa e integradora. De nuevo emerge la figura del enfrentamiento en el que andamos empeñados en esta nuestra sociedad de ganadores y de perdedores, de hacernos la puñeta unos a otros con tal de ganar nosotros: en el comercio, en el amor, en el deporte…, en todo. Me ahorro ejemplos que cada uno puede observar en sí mismo y a su alrededor a poco que le dé por dar un paseo por nuestra ciudad. O por cualquier otra.
A los poderes tradicionales les tenemos que exigir no que nos impongan ninguna moral, pero sí que favorezcan la educación de las personas de esa comunidad y su participación en la vida de cada día y en la concepción y elaboración de los proyectos de todo tipo: locales, diálogos, organizaciones libres, intercambios… Participación y más participación.

Se me dirá que algún grado de moral colectiva siempre ha existido. Por supuesto. Pero, en el siglo veintiuno,  queremos negar las morales que excluyen cualquiera otra posibilidad que no sea la suya y aquellas  que alejan a todos los seres de la colectividad de participar, en condiciones favorables y de igualdad, en la creación de esa conciencia moral y ética para la persona y para la comunidad. Por eso, convendría revisar algunos de esos grados de conciencia, para ver en qué nivel nos encontramos y hacia qué metas nos podemos encaminar.

viernes, 23 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA ¿BEJARANA? (v)


De nuevo, un repaso a cualquier índice de la Historia nos sitúa en condiciones de asustarnos ante la existencia de morales de una sola dirección: Inquisición, dictaduras de diverso pelaje, actividad de poderes religiosos en países confesionales, celebraciones religiosas impuestas… Cualquiera puede extender su curiosidad o sus conocimientos en este repaso sin necesidad de ninguna consideración añadida aquí. El mismo recorrido se puede realizar por la historia más cercana, de nuestra ciudad y hasta de nuestras personas. ¿O es que no se recuerda lo que sucedía con la vestimenta hace tan solo unos años? ¿Y con las obligaciones religiosas? ¿Y con los usos sociales de bailes, salidas nocturnas, relaciones de novios, convivencias, jerarquías familiares y hasta de usos léxicos…?
Una pequeña confesión personal. No hace muchos años, en un período en el que estuve en el ayuntamiento como concejal, me negué a portar la bandera civil en un acontecimiento religioso en el que además se rinden banderas civiles ante símbolos religiosos. Estaba en la oposición y no di publicidad al asunto. Seguro que, si se la hubiera dado, habría causado escándalo público. Y hace de esto menos de quince años. Eran (siguen siendo en parte) resabios y usos de una moral de dirección única los que dominaban.
En el caso de nuestro país, las circunstancias políticas de dictadura y de estado confesional agravaron este hecho y lo multiplicaron en sus prácticas. También las condiciones en las que Béjar participó del período de dictadura y de su dependencia industrial como servidor del mismo régimen pueden haber contribuido a explicar sus tendencias sociales, morales y religiosas. El asunto daría para un tratado muy largo y creo que esclarecedor, pero aquí no hay lugar. De nuevo aparecería aquí la aparente contradicción de una ciudad “roja” con unas tendencias de práctica política “azules”. De cualquier manera, lo que se observa es la inercia durante muchos años a interpretar una moral de una sola dirección, con unos intérpretes bien determinados y únicos también, mezclados entre religiosos y clases sociales poderosas.
El largo período de dictadura dio paso a la sociedad democrática más reciente. Pero el fenómeno no fue paralelo en las normas y en las costumbres: las costumbres y los usos siempre tienen un arraigo y un desarraigo más lento. Por eso, todavía hoy se pueden ver restos que no corresponden exactamente al ordenamiento civil y de norma positiva.
Pero no es menos cierto que formalmente se pusieron las bases para la aparición pública de otras concepciones vitales y de otras morales diferentes, unas morales que renegaban del origen religioso de las normas y que defendían la razón humana como única fuente en la que buscar los elementos básicos de convivencia. Entraron, por tanto, en colisión visiones diferentes de la realidad. Y es bueno advertir que, en algunos casos, con la misma deficiencia, pues si se negaba la aportación racional y civil, se cerraban las puertas a lo más propio del ser humano; pero si se acentuaba el carácter laicista de la moral, se olvidaba a su vez de ese resquicio que algunas personas buscan en los elementos religiosos. Los períodos de imposición suelen traer reacciones contrarias exageradas de autodefensa y de desahogo. Lo más importante, con todo, es que ya no se puede hablar de una única moral, sino de diversas morales y que es necesario que todas salgan al encuentro para buscar esos elementos mínimos que mantengan la convivencia y permitan una trayectoria común.
La existencia de esas concepciones morales, de las que ya hemos apartado a los religiosos y a los poderes tradicionales como intérpretes únicos, pide la presencia de otros actores que las configuren y que las vivan. Estos no pueden ser otros que aquellos que componen la sociedad civil organizada. ¿Cómo no entender, entonces, la presencia de partidos políticos diversos? ¿Cómo no favorecer la existencia de asociaciones de todo tipo? ¿Cómo no fomentar su participación en los asuntos públicos? ¿Cómo no potenciar el intercambio de opiniones y de usos diversos? ¿Por qué escandalizarse si no todo el mundo pasa de igual manera la Semana Santa? ¿No vamos a entender ya que igual se puede estar en un acontecimiento que en otro a la vez, según sean las inclinaciones de cada uno? ¿Es correcto, pues, que algún divertimento pueda llevar el sobrenombre de “fiesta nacional”? ¿No deberíamos tener cuidado con ciertos patronazgos que nombramos para todos?
Y, sin embargo, seguimos convencidos de que, para una convivencia sana, necesitamos unos principios comunes que señalen los mínimos que nos obligan a todos. A pesar de toda la apología posmodernista del “pensamiento débil” que parece imposibilitar la defensa de elementos comunes y de una ética mínima universal y comunitaria. Entre otras razones porque, si no lo hiciéramos, estaríamos volviendo a poner en bandeja al poderoso el acaparamiento de la descripción y de la interpretación, cuando no al sátrapa de turno o al “ungido” por no se sabe qué fuerza misteriosa que nos conduce y nos anula en nuestras capacidades humanas y racionales.
Entiéndase, por tanto, que no todo vale, que no sirve decir tú tienes tu opinión y yo la mía, y toda discusión se termina en estos términos; que no cualquier opinión es respetable, ni mucho menos, pues solo lo será aquella que parta de esos mínimos indispensables para la convivencia en igualdad de oportunidades para todos. Cuidado, pues, con el “pensamiento débil” y con las exclusiones de todo tipo, porque el pluralismo no es precisamente ningún politeísmo, no vayamos a pasar de una imposición única a diversas imposiciones absolutas y volvamos a dejar entonces la última palabra al más poderoso en fuerza, que no en razón.
A por esos mínimos, pues, a la búsqueda y captura de lo imprescindible para todos, de aquello en lo que quepamos todos en igualdad de condiciones. Eso nos permitirá medirnos con confianza y con seguridad, nos aproximará al sentido real de la justicia y de la tolerancia.

A partir de ahí, cada uno fabricará su camino de felicidad o llevará a cabo su proyecto de vida personal. Pero ese es ya camino de máximos, no de mínimos, y de felicidad. Y ahí sí que ya los caminos son infinitos y personales. Y ahí ya la ética acaso tiene ya mucho menos que decir.

jueves, 22 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA ¿BEJARANA? (IV)


Ese modelo que venimos anunciando en las entradas anteriores tiene que ir siendo concretado una vez que podemos estar de acuerdo en la necesidad de su existencia y en la conveniencia que tiene para nosotros y para las generaciones que nos sucedan.
La Historia es una suma de sucesos que se mezclan sin solución de continuidad y que, desde el pasado, nos configura y explica las circunstancias de nuestro presente. Conocerla en sus grandes rasgos es tanto como entender en qué medida somos como somos y cuál es la línea de progresión o de regresión en la que nos encontramos. También para nuestra moral y para nuestra ética.
La Edad Media -por no remontarnos más atrás- vive una sociedad que llamamos feudal porque existían feudos y vasallaje entre los nobles y los vasallos. El noble era dueño de todo y de todos, organizaba la vida y protegía a su manera a la comunidad. Escasa o nula era la participación de la persona de a pie. La ética le venía impuesta por la descripción y por la interpretación que de la realidad hacían tanto los nobles como la iglesia.
Pero del feudalismo pasamos a la Era Moderna, al Despotismo Ilustrado, a la Revolución Industrial y a todos los movimientos sociales, religiosos y laborales del S XX. En la ciudad de Béjar, el estatus medieval se ve alargado penosamente por la situación especial de dominio y de dependencia de la casa ducal, de tal manera que, por una parte existe un proceso en avanzadilla del desarrollo industrial textil, pero, por otra, asistimos a una perduración casi infinita de vasallaje y de sometimiento a esa casa, sometimiento que dura realmente hasta casi 1868. Esta especie de contradicción, que se repetirá con bastante semejanza en el S XX, explica seguramente buena parte de los comportamientos sociales de la ciudad.
En todo caso, lo que aquí nos importa es comprobar el paso de un feudalismo a un despotismo ilustrado y a una participación ciudadana cada vez más activa, de tal manera que podemos decir que pasamos de la condición de súbditos o vasallos a la de verdaderos ciudadanos, en tanto que participantes de la ciudad y de la res pública, de las leyes y del desarrollo de la vida.
Esta implicación progresiva nos ha concedido no solo la categoría de ciudadanos, sino que ha traído implícita la condición de ciudadanos en el sentido político pero también en el sentido ético y moral. Si se quiere decir con otras palabras, nos hemos convertido en sujetos de derechos y también de deberes, individuales y sociales. Ya no nos sirve, como hacían los vasallos por obligación, dejar todo ni en las manos de Dios ni menos en las de los señores, nobles o eclesiásticos; ahora tenemos que coger el toro por los cuernos y hacernos dueños de nuestros propios destinos, tenemos que tomar decisiones que implican consecuencias individuales y colectivas y no podemos escondernos.
Enseguida aparece el peligro de depositar nuestra voluntad en manos de algunas personas para que gestionen nuestras necesidades, tanto económicas como religiosas, sociales o de convivencia. Entonces estamos desistiendo de nuestra propia libertad, de nuestra dignidad de seres humanos, para convertirnos en seres pasivos y hasta abúlicos. De hecho, en nuestras sociedades muchos se limitan a votar en algunas consultas y se olvidan hasta la próxima ocasión esperando que los representantes solucionen todo. Es esta una actitud impropia de seres con capacidad para reflexionar y para actuar en consecuencia. Es como si, de otra manera, volviéramos a aquello mismo de la Edad Media. En esos casos, no hacemos otra cosa que contribuir a la existencia de una ética y de una moral únicas, las que conforman los grupos que ostentan el poder, el económico, el religioso o el político. El peligro de dictadura política o religiosa es inminente, el estado paternalista o el dios misterioso se apoderan de nuestras voluntades y nosotros nos convertimos en seres pasivos y no en ciudadanos críticos.
Quizás para darle carta de naturaleza a esos derechos que ya se consideran inalienables, que no se pueden dejar en manos de otros y que exigen nuestra participación activa, nacieron las grandes declaraciones: Declaración Universal de los Derechos Humanos, Tratados Internacionales, Acuerdos, Cortes de Justicia…
Las comunidades pequeñas son cada día más un reflejo de la comunidad más extensa. También la de Béjar, con sus peculiaridades y con sus datos específicos añadidos. También aquí hemos pasado de vasallos y súbditos a ciudadanos políticos y morales. ¿O no? Nuestro Tratado más específico es el compuesto por todas aquellas Ordenanzas que regulan nuestra participación. Y lo es nuestro presupuesto anual, y lo son nuestras costumbres y nuestros usos. En todos ellos se vuelve a ver la necesidad de la participación de todos para configurar una convivencia amable, pacífica y positiva.

Se entenderá fácilmente que, en esta participación de voluntades diversas, se adivine la presencia de una ética y de una moral que ya no pueden ser ni únicas ni exclusivas, sino plurales, respetuosas y de mínimos.

miércoles, 21 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA ¿BEJARANA? (III)




Por eso, la primera gran pregunta puede ser la de si merece la pena educar moralmente a las personas.
Hace tan solo unos años, una persona muy allegada me manifestaba sus dudas acerca de la mejor forma de educar a su hija. Y tenía la osadía (y la deferencia) de pedirme consejo. El asunto es muy amplio y contiene muchas variables, pero me atreví a resumir: “Déjale como enseñanza y como herencia tu ejemplo de vida”.
Entre las verdades universales que ya no tienen marcha atrás, se halla la idea de dejar a las generaciones venideras un futuro mejor. No sé si siempre ponemos los mejores medios, pero sí mostramos con ello la convicción de que nuestro modo de estar en la vida puede y debe tener unas reglas y unos comportamientos. Estamos aceptando entonces la necesidad de una ética determinada, de un compendio de normas que moldean nuestro carácter y que nos conducen a una vida mejor y más beneficiosa para todos. Esa es una de nuestras principales ventajas frente al resto de los animales: podemos reflexionar y modificar nuestras conductas hasta hacer normal aquello que al principio podría parecernos extraño y dificultoso.
Enseguida aparece en el horizonte la educación, la educación para ordenar las ideas, la educación para hacer costumbre y norma unos valores, la educación para algo, la educación en valores, esa que tan contradictoriamente predican algunos pero que luego niegan en la práctica.
Tradicionalmente, la enseñanza se ha dividido en aquello que llamábamos ciencias y letras. La distinción, con toda la carga de prejuicios a sus espaldas, desgraciadamente sigue utilizándose. Cuando el período de educación termina y se sale a la vida (en realidad toda la vida es educación), entonces aquello de las letras y de las humanidades en el día a día ni se plantea: todo son ciencias; o mejor, habilidades para ganar dinero, sin darle importancia a los valores que sustentan la vida de cualquier persona. Por otra parte, en las etapas más modernas, los adelantos técnicos, aquellos que desarrollan las habilidades técnicas, han crecido exponencialmente y muchos esfuerzos se sitúan al amparo de su desarrollo. Curiosamente hemos pasado del homo sapiens de nuevo al homo fáber. Nuestra ciudad de Béjar, además, posee una larga tradición de maquinismo, fundamentalmente textil, y de actividad manual obrera, hoy desgraciadamente tan venida a menos.
Nadie niega la importancia de estas habilidades manuales y técnicas: ellas sirven para crear riqueza, que, si es bien distribuida, trae bienestar para todos, libera tiempo y permite el acceso a bienes de consumo que hacen más agradable la vida. Pero no se descubre nada especial si se hace notar que el ser humano lo es sobre todo por su capacidad para reflexionar y por el desarrollo sostenido de otro tipo de habilidades, las llamadas habilidades sociales y morales. Esas son las que realmente nos convierten en verdaderos ciudadanos, en participantes activos de una comunidad que merece la pena.
Una aplicación inmediata para favorecer en Béjar el desarrollo de este tipo de habilidades sociales podría ser el de ayudar a la manifestación en público de todas aquellas actividades que no se ejecutan precisamente para ganar dinero sino para alcanzar una realización personal más completa y placentera. La reflexión y las habilidades sociales tienen que ver con la música, con la palabra, con la pintura, con las discusiones serenas y razonadas, con el intercambio de opiniones, con el desarrollo de asociaciones, con el fomento de las artes en general, con la apertura de locales públicos, con la puesta en favor de todos de nuestra emisora municipal, con no premiar las cualidades naturales físicas sino las adquiridas con el esfuerzo y con la constancia, con no poner pegas a las iniciativas de los más solidarios, con no ocultar la realidad - por más que esta no sea la mejor-, con propiciar que todas las edades se sientan útiles, con la apertura de los locales para el desarrollo de actividades físicas, con… En el fondo, con la configuración de una escala de valores en la que todos entendamos que hay algunos principios fundamentales que nos tienen que regir y que todos vamos a fomentar con entusiasmo, porque todos somos comunidad y todos nos vamos a aprovechar sanamente de ellos.
Se trata, como se ve, de acercarse a la vida en positivo, no desde la desconfianza ni desde la desigualdad, desde el respeto y no desde la suspicacia ni desde el recelo, desde un deseo de libertad pero buscando siempre la igualdad para no engañarnos unos a otros.
En la vida del ser humano, no es verdad que todo lo que no son cuentas son cuentos; en realidad, lo más noble del ser humano está precisamente en eso que muchos en nuestros días creen que son cuentos.

A las generaciones venideras tenemos muchas cosas que legarles, y no es lo menos importante unos modelos de comportamiento, o sea, una ética de valores. Vaya si merece la pena intentar modelar moral y éticamente a las personas: es acaso nuestra más noble misión. Así nos convertiremos en seres que merecen la pena, en personas de verdad, en seres realmente libres.

martes, 20 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA ¿BEJARANA? (II)




Supongo que más de uno pondrá el grito en el cielo arguyendo que ya está bien con eso de la ética y con que, en tiempos posmodernos como estos, mejor es dejar libre la voluntad y la obra de cada uno, siempre que no moleste a los demás. Como hacía aquel presidente de Gobierno cuando se preguntaba retóricamente por quién le tenía que decir a él cuántas copas tenía que beber y a qué velocidad tenía que conducir.
Pues es que el asunto es precisamente la búsqueda de algunos mínimos que nos permitan la convivencia y el aporte personal desde unas bases sólidas de convivencia; o sea, que se buscan esos mínimos éticos para favorecer al individuo y para  no perdernos en el laberinto ni en el caos.
 Un elemental repaso de la Historia nos da cuenta de que hemos pasado por diversas etapas de convivencia, desde la familia de las cavernas o las tribus de la selva, pasando por los diversos pueblos separados, hasta esta democracia participativa en la que deberíamos encontrarnos ahora.
Algunos siguen hablando de pueblos aislados y específicos, y de una democracia de pueblos. Todo tiene encaje en un espacio y en un tiempo, pero en esta aldea global, mejor sería hablar de democracias de masas. Esto no es el ágora griega, por más que tanto la admiremos; hablamos de una situación muy distinta, con unos condicionamientos muy diferentes. La intercomunicación entre todos los individuos de una comunidad poco se compadece con la historia de otros momentos en los que las clases sociales o la iglesia interpretaban y ordenaban de manera unívoca la realidad. Muchos restos quedan de ello, pero ya nadie puede dudar de que existen otros agentes que tienen mucho que decir: en realidad, los agentes somos todos. O deberíamos ser todos, porque no está tan claro que así sea.
De este modo, la condición básica y fundamental para la consecución y para la descripción de una ética o de una moral colectiva es precisamente la voluntad de todos de quererla y de participar para organizarla y activarla. Sin esa primera voluntad, la luz no podrá resplandecer y seguirá escondida debajo del celemín. Todas las fuerzas individuales o sociales que nos empujen a la solución particular e individual en poco contribuirán a que resplandezca ese índice de comportamiento sin el cual el individuo no se encuentra con su semejante en proximidad y en igualdad de oportunidades. Y hablamos siempre de unos mínimos, de esos elementos básicos sin los cuales la comunidad puede recibir otros apelativos, pero no el de humana.
Conviene, pues, descubrir qué fuerzas son las que empujan en un sentido y cuáles lo hacen en otro; cuáles dificultan y cuáles favorecen el descubrimiento de esa ética social y participativa de mínimos que necesitamos para una convivencia humanizada y de animales superiores e inteligentes.
Todas las personas y todos los colectivos pueden aportar elementos para esa convivencia; a todos sería bueno que los escucháramos. Del mismo modo, todos deben y debemos exigir un espacio para los deseos y para el desarrollo de aquellos elementos que no sean comunes y que faciliten la realización personal y de grupo de cada uno. En el camino seguro que nos encontraremos con dificultades, porque las concepciones y hasta los principios no son los mismos. Por ello conviene reflexionar y deslindar conceptos  e imposiciones hasta ver cuáles merece que destaquemos y cuáles deben quedar en el ámbito particular. Al fin y al cabo, articular estas disensiones es la cuadratura del círculo, pero es el eje y el termómetro de una convivencia más racional, más participativa y de mejor calidad para todos.
No es bueno pensar que esto de la ética y de la moral es cosa de los centros educativos o de los templos; su descripción y su aplicación ocupan a todos, afecta a todos y debe ser tarea de todos.

Y no se trata aquí ni de moral individual, ni por supuesto religiosa, tampoco de ideologías políticas concretas (de partido), sino de la búsqueda de los principios en los que se puede asentar el comportamiento de una sociedad más justa.

lunes, 19 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA ¿BEJARANA?


Hay días en los que me da por lo obvio, tal vez porque no exista nada más real ni asequible para moldearlo y para sentir la impresión de que acaso en esta realidad mostrenca y próxima en el espacio y en el tiempo es en la que algo se puede proponer y hasta cambiar con la palabra y con la acción directa. ¿O acaso ni en este contexto se puede?
Porque la realidad es que, en el ámbito más general, ese de la aldea global, el de los medios de comunicación como pastores de la opinión y de las costumbres, uno se siente impotente y desanimado, incapaz y apartado en la cuneta de todo camino. En ese mundo general, uno cree dialogar con un interlocutor que no conoce, que se esconde detrás del plasma y que no te permite el intercambio de opiniones ni el diálogo.
El caso (se me había deslizado en las teclas la palabra “caos”, y no sé si no tenía que haberla dejado tal cual) es que vivo en una ciudad pequeña y estrecha de orientación y creo que de ideas; en una realidad geográfica determinada; que cada día me muevo, y se mueven mis convecinos, en un radio espacial pequeño; que cada día la gente se encuentra por la calle y se saluda; que en las tiendas se coincide y se expresan opiniones; que hay lugares comunes para el paseo y costumbres que se comparten; que hay colas de todos y para todos, y no solo la del paro; que a los entierros y a las bodas acuden personas conocidas; y que, en fin, no se entiende la vida de unos sin el quehacer diario de los otros. Incluso la mía, que salgo poco por ahí y cada vez me recluyo más e mí mismo y conmigo mismo. Es verdad que hay un flujo y un reflujo que va y viene desde fuera hasta aquí y que se marcha desde aquí hacia afuera, pero el poso se queda por estas lomas y por las personas que las habitan día a día, con sus costumbres, con sus manías, con sus ilusiones y con sus desilusiones.
Pienso de vez en cuando si en esta comunidad no se podría construir una reflexión acerca del mejor comportamiento de todos, una ética local que favoreciera el entendimiento entre los vecinos y que nos alzara un poco a respetar las actuaciones de todos y a levantar un palmo la mirada hacia unos mínimos de respeto y unos ideales de felicidad. De sobra sé que una ética “local” parece un contrasentido; pero sería algo así como intentar trasladar un esquema de comportamiento general y darle cuerpo y aplicación en unas calles, en unos paisajes y en unas costumbres que sí son específicas de estas tierras. Cualquier cosa con tal de hacer pensar a todos y a cada uno de nosotros. Cualquier empeño, por estrafalario que a primera vista pudiera parecer, si con él diéramos cuerpo y naturaleza a una reflexión serena y sencilla que nos ayudara a mirarnos a la cara con otro empeño más común y positivo. No con el ánimo de enseñar a nadie, sino con la intención de que nos enseñemos todos a todos, de crear una ética y una moral positiva y no restrictiva, englobadora y no separadora, animosa y no de castigo y de recelo.
Este asunto de la ética y de la moral nos sugieren enseguida los mundos de la educación y de las iglesias. Parece una evidente equivocación pues debería concitar la curiosidad y hasta el esfuerzo de todos y en todas las ocasiones y edades. En ello nos va en quehacer diario, la calidad de vida y el sentido de la misma, pues no es lo mismo recelar del vecino que verlo como un ser que merece la pena y que comparte con cada uno de nosotros espacio y tiempo, es decir, vida. Si la supiéramos vivir en positivo…

Casi me estoy comprometiendo a crear al menos un índice de ética social. ¡Quién me mandaría a mí empezar este formato de reflexión…!Yo salgo muy poco, pero se verá…

viernes, 16 de octubre de 2015

LISTAS, LISTOS Y LISTILLOS


Se cumple el ciclo, se avizora el puerto, se acaba la singladura, se cierra el período de sesiones. Pero la rueda de la fortuna sigue y hay que buscar nueva tripulación para la nueva etapa.
La democracia es un sistema de representación que exige andar con un ojo en el presente y otro en el futuro pues, si el aspirante no ajusta sus cualidades a la oportunidad y al perfil que se pide y que conviene socialmente en el momento, ya se puede dar por preterido y olvidado. Como hay mucha gente que no entiende la cosa pública si no es con su presencia en sitio visible, en estos días se hacen acólitos de la frase bíblica aquella de la luz debajo del celemín (porque ellos creen que son luz) y salen a las esquinas a ofrecerse como salvadores del mundo, o más bien de sí mismos. Creo que, como en todo, hay grados -nunca me gustó la equidistancia-, pero los ejemplos se hallan en todas las formaciones políticas. En algunas ni se plantea otra cosa que no sea la mano del líder, que pone y quita a su antojo, que bendice o maldice según conveniencia personal.
Hoy me topo con el caso de una diputada que había sido hasta la fecha cara visible, en el Congreso y en los medios públicos, de un partido que se jactaba de poner a caer de un burro tanto a PP como a PSOE. Así como si lloviera mansamente y nada sucediera, en la próxima legislatura aparece como candidata en puesto de salida del PSOE, de ese partido que tan mal lo estaba haciendo según ella y que era el demonio con rabo, patas y azufre. Y lo hace como diputada del Congreso, no como ayudante de cocina en una familia. El guiso se ha cocinado entre ella y el secretario general socialista, Pedro Sánchez. La diputada es Irene Lozano. Ni elección, ni un poco de pudor, ni disimulo, ni nada. Ordeno y mando. Vaya un ejemplo para la militancia, para el resto de ciudadanos y para el desánimo del personal.
No quiero ser absoluto en nada, tampoco en esto. Estoy dispuesto a conceder espacio a las excepciones justificadas y razonadas; pero la justificación la conocerá y la verá quien la vea, yo me he quedado ciego y no observo nada que no sea conveniencia, tic autoritario, concesión a la galería mediática, falta de ética, olvido de las ideas y rebaja de proyecto. Esto por parte del PSOE. Por parte de la “candidata”, falta de rigor, veleta al aire, vanidad personal, asidero a un clavo ardiendo, contradicción en ideas (si es que las hay, las había, las hubiera o las hubiese) y pérdida de cualquier resto de credibilidad. Por si fuera poco, afirma que se adhiere al proyecto de Pedro Sánchez. O sea, que no existe un proyecto socialista sino de una persona. Para echarse a temblar. Habrá que mirar en qué se opone este proyecto al anterior, a ese que ella tanto criticaba.
¿Qué pensará la militancia socialista que ande interesada en figurar como representante en las listas, que lleve media vida defendiendo esas ideas y que se quede fuera por decisión de una persona?
Y todo esto en una persona que al menos parecía seria y hasta normal. En estos tiempos, por desgracia, hay que alabar lo que tendría que darse por supuesto en la normalidad. La evolución en el pensamiento es signo de sabiduría, tanto en el ahondamiento de ese pensamiento como en su modelado y hasta en el cambio del mismo. Las caídas del caballo, los milagros repentinos y los nuevos conversos siempre causan estupefacción y mucho descoloque.
¿Cuándo se convencerá alguien de que una idea también se puede defender desde la cátedra, desde el taller o desde cualquier otro sitio? Claro, se sale menos en los medios de comunicación, y todos somos muñecos en esta feria de las vanidades en que hemos convertido la vida. ¿Pero nadie va a predicar nunca que fuera de las organizaciones políticas viven personas con la misma y con mucha más capacidad que las que se matan por un plato de lentejas en unas listas cualesquiera?

Luego se produce el desapego, se manifiestan el desánimo y hasta la abulia, se deja ir la cosa pública como si no nos fuera nada en ello y cada cual se refugia en su pequeño mundo tratando de que la tormenta no lo lleve por delante

jueves, 15 de octubre de 2015

EPIGRAMAS


EPIGRAMAS
Siemprel invocaba el orden
como exacta coartada
para olvidar la idea de ser libre.


Las ideas requieren argumento
para bajar de lo alto de los cielos.
Por el camino
suelen perder la pátina de su virginidad.


El suceso concreto siempre alberga           
un poso de mentira.
La verdad, si es verdad, siempre repite
lo abstracto, lo inefable, lo absoluto.


Era tan pobre y necio
que le daban prestada hasta la muerte.
Todos somos mendigos, pobres, míseros.


Se encerraba a la búsqueda y captura
del concepto de tiempo.
En la espera del mismo descubrió

que el tiempo es solo espera.

miércoles, 14 de octubre de 2015

RICOS Y POBRES

  
Leo en cualquier medio de comunicación que “el 1% más rico tiene tanto patrimonio como todo el resto del mundo junto”. La fuente que se cita es Credit Suisse, que no es precisamente una panda de aficionados ni un grupo revolucionario peligroso.
Lo mejor sería no escandalizarse demasiado sino analizar las dimensiones y las consecuencias. No es sencillo ni breve, pero se me ocurren algunas pinceladas.
Para comenzar con la descripción, esto no es nada nuevo, y nadie, por tanto, debería llevarse las manos a la cabeza por esta noticia. Lo único que hay nuevo es que la desproporción sigue en aumento, pero el descalabro, la humillación, el atropello, el desafuero, la inmoralidad… vienen de largo. No tenemos reaños para abrir los ojos y para mantenerlos fijos en la imagen. Tal vez por defensa propia y porque tal escándalo no lo podríamos soportar. Como, a pesar de todo, esa inmensa riqueza circula por un sitio y por otro, cada cual anda intentando acomodarse como puede en el artificio y procurándose un asiento un poco cómodo en el gran teatro del mundo; de maneras diversas, acallamos nuestras conciencias y hasta pedimos que todo cambie, pero para que no cambie nada y volvamos a emprender la carrera loca de la posición privilegiada personal: que se sosiegue la crisis para que YO pueda comprarme una casa, un buen coche, para que pueda pagarme unas vacaciones a la orilla del mar y cuatro cositas más. ¿Y los otros? Ah, eso, cada uno verá… Cambiar todo para que no cambie nada.
Pro volvamos a las puntas del iceberg, a los ejemplos de la exageración, a los casos que nos apabullan por su exceso.
Este 1% que controla prácticamente todo es el que orienta y dirige las grandes decisiones, el que modela Estados, el que regula el comercio, el que decide horarios, el que domina los medios que crean la opinión, el que hace subir y bajar las transacciones, el que en un rato arregla o estropea la vida de millones de personas, el que levanta mitos y regula creencias, el que… controla y dirige la vida de la aldea global. Sus ramificaciones son tan poderosas que, a veces hasta se les escapan de las manos. Poco importa: para eso están los de segunda línea: los gerentes de…, los intermediarios, los testaferros, los esclavos agradecidos, los…
¿Y todo ello en nombre de qué o de quién? Pues aparentemente en nombre de la libertad de comercio, de la libre circulación de capitales, de buenas operaciones comerciales, de trabajo y esfuerzo continuados, y de mil gilipolleces similares. Si hace falta -que suele hacer falta para acallar la conciencia del más necesitado- lo adoban todo con gotas de religión, de la tradicional o de la más moderna llovida desde los medios de comunicación.
Así, el ser normal, que debería ser igual a todos, sencillamente por el hecho de ser persona, se jibariza, se empequeñece, se anula, se acobarda, se apoca, se desalienta, se abate… Y, o se retira a sus cuarteles de invierno personales y a su pequeño mundo, o se acomoda como puede al sistema para sobrevivir haciéndole el juego al propio sistema, o se rebela y toma la calle y otras cosas.
Porque el meollo es el sistema, estas leyes de mierda que nos hemos dado, o que hemos permitido permaneciendo en silencio mientras se promulgan, y esta convivencia basada en el éxito personal mentiroso pues nunca se parte en igualdad de condiciones y todo queda invalidado por esta desigualdad de origen. La clave está en las ideas, en la filosofía que sustenta a este sistema.
Pero cambiar el sistema, y más sabiendo que otras experiencias tampoco parecen el paraíso, no resulta sencillo. Y ahí entra en canguelo e invaden la duda y la vacilación.
Si al menos no perdiéramos de vista el panorama, para limarlo cada día y para no engañarnos con la limosna y el mercadillo limosnero de un día aislado…

Otra vez refresco las palabras recientes de Emiliano Tapia: “Hay pobreza porque hay riqueza”. Traducir el alcance de esta expresión no es difícil, pero implica pensar en otra sociedad y en otra escala de valores.

domingo, 11 de octubre de 2015

LA DOBLE REALIDAD DE LAS PALABRAS



LA DOBLE REALIDAD DE LAS PALABRAS

Si escribo simplemente"irrespirable",
¿me estoy haciendo acaso irrespirable?,
¿estoy dando certeza a lo que entonces
me ahogará por mecánica biológica?

¿Debo decir, entonces, "respirable"
y respirar también profundamente,
negándome la angustia y los dolores
y olvidar la palabra "irrespirable"?

Pero ¿cómo he de hacer ese viaje
de lo que es imposible
hasta otra realidad más placentera?
Tan solo la palabra me consuela,
me falta solo el aire en la palabra.

Si dejo de escribir y voy al centro
de mí mismo, vuelvo a serme,
me consuela el remedio del silencio

y siento el aire puro por mi cuerpo. 

viernes, 9 de octubre de 2015

BAILANDO CON... TONTOS


Ahora resulta que hemos descubierto que bailar en público es signo de aproximación en los personajes públicos. Enseguida hemos convertido el hecho en una cualidad maravillosa e imprescindible de la que ya no se va a poder apear nadie si quiere aspirar a un puesto de representación. Soraya, Iceta, Obama…, y siempre y por delante de toda majadería Esperanza Aguirre.
El asunto viene de atrás y hace tan solo unas semanas a un candidato socialista catalán se le encumbró por el hecho de que apareció en la televisión danzando como si le hubiera entrado el baile de san Vito.
Me pregunto qué relación puede guardar eso con tener una buena inteligencia y una buena voluntad, y con poner ambas cosas al servicio de la comunidad y de la cosa pública. Pues que se aprieten los machos los correspondientes candidatos en las próximas elecciones de diciembre si quieren hacerse notar. Supongo que las academias de baile estarán con colas para matricularse en el arte de hacer el tonto en público.
Y es que ya no sabemos cómo banalizar más las cosas y cómo obligar a todo hijo de vecino a comportarse como el común de los mortales. Vaya una forma de degradar todo y de convertir al personaje público en payaso.
¿Coño, tan difícil es que cada cual se manifieste con naturalidad? Si a uno le gusta bailar, pues que no pare y mueva el esqueleto hasta la madrugada. Si al otro no le gusta, que nadie le obligue a hacer el payaso solo porque es “normal” entre los electores. Si yo fuera aspirante a algo, me sentiría muy mal bailando una sardana, sencillamente porque no lo sé hacer; y no me encontraría desplazado intentando una jota serrana.
Vivimos épocas de banalización y de medios de comunicación; ellos marcan los ritmos, las modas y las tendencias. Lo de las ideas es otra cosa. Primero hay que buscarlas, si es que existen. Luego, si no se quiere aparecer como bicho raro, lo mejor es dejarlas escondidas para no desentonar. Ay, Dios mío, llévame pronto.

Por cierto, Soraya se movía con ritmo y se mostraba resultona.

jueves, 8 de octubre de 2015

A VECES LAS PALABRAS


A VECES LAS PALABRAS
A veces las palabras se alimentan de fuego
cuando salen al aire en tiempos de tormenta,
cuando la lluvia cae con ascuas en su seno,
con sables y con restos de duros minerales.
Entonces nombran cosas que duelen como espinas
y sangran por la herida que se abre a borbotones;
ellas son barricadas contra los asesinos
y matan como balas y crecen como espigas.


A veces las palabras son rosas y fusiles.

martes, 6 de octubre de 2015

HORARIO PARA UN PARADO


HORARIO PARA UN PARADO

Era como salir cada mañana
a suplicarle al viento que en sus brazos
abriera una rendija de esperanza
y un pequeño lugar donde, sin prisas,
sentarse a ver el mundo y solazarse
por formar parte activa de sus fuerzas.

Pero salía ya casi derrotado,
en medio de las voces del silencio,
bajo el agobio de las altas torres,
los estrictos horarios de oficinas,
la desidia pintada en los cristales,
tras los que el mundo entero desconoce
cualquier señal de angustia o de socorro.

Él ofrecía sin precio sus zapatos
con su carga de huesos desgastados
en el triste ejercicio del descanso;
se sentaba sin causa en las aceras,
paseaba errabundo por las calles,
como quien nunca va a ninguna parte.

A veces su cabeza le jugaba
malas pasadas: en el horizonte
soñaba luces negras y lanzadas
contra dianas de orden y corbata.
Pero en casa aguardaba la conciencia
de una familia limpia y educada,
de un sofá en el que cabe todo el peso
de los usos sociales y del marco
blindado por la fuerza de la ley.

Y la noche sin sueño y la mañana
con los mismos horarios y los mismas
descargas de conciencia.
Y otra vez a la calle, a ver si el mundo

quisiera vomitar contra sus huesos.

lunes, 5 de octubre de 2015

EMILIANO TAPIA, UN SANTO CIVIL


El sábado día 3 de octubre, el PSOE de Béjar entregó sus Premios a la Libertad. Son ya doce o catorce ediciones, no recuerdo muy bien. De todas guardo muy buen recuerdo (creo que no estuve presente en una). Este año se reconocía el trabajo y el ejemplo de vida de un cura salmantino, Emiliano Tapia. Se mostró reacio a recibir el premio, pero, al final, después de empujarlo mucho, aceptó. Emiliano es una persona que a mí me supera, por su ejemplo, por su coherencia, por su esquema de valores y por su entrega a los más humildes. Tuve la ocasión de departir largo rato con él, con un vino de por medio y después en un paseo por toda la calle Mayor arriba, hasta el restaurante El Quijote, donde comimos. Fue una conversación para mí sabrosísima y aleccionadora. Emiliano cree con entusiasmo en lo que hace, es radical porque busca las raíces de la injusticia y conjuga con maestría la teoría con la práctica. Me habló de su barrio, de su querido barrio de Buenos Aires en Salamanca, de ese espacio en el que se concentran tantas desigualdades y vidas rotas; me habló de su casa, siempre abierta a todo el mundo; me habló de sus acciones rurales en media provincia, con los huertos colectivos y con la implicación de tantas personas en un empleo justo; me habló certeramente de la enorme diferencia entre tener trabajo y tener empleo; me apuntó algunas cosas elementales y fundamentales en la realidad de las cárceles y en su actividad con los presos a pie de obra…
A mí la gente como Emiliano me sobrepasa y me emociona enseguida. No puedo hacer otra cosa que rendirme a su evidencia y hacerle la ola como signo de admiración. Esta gente sí que tenía que estar en el santoral civil.
Nos dirigió unas palabras que había compuesto. Como reconocimiento las repito aquí. Él tiene la palabra.
AGRADECIMIENTO A LA AGRUPACION SOCIALISTA BEJARANA EN LA CONCESIÓN DEL PREMIO A LA LIBARTAD MIGUEL MIÑANA.
Muchas gracias a vosotros y vosotras que formáis parte de la Asociación Socialista Bejarana. Comenzar a formar parte de un listado de grupos y personas que han luchado por la libertad de una forma tan comprometida y con tanto dolor como, por ejemplo, Marcos Ana; por una parte me empequeñece, pero por otra me hace levantar mi cabeza para comprender que la lucha por la auténtica libertad es una tarea que apenas he vislumbrado todavía y me queda un inmenso camino. Me toca aprender una vez más.
El Barrio de Buenos Aires ha sido un paso más en el camino donde he ido situando mi vida; pues éste empieza mucho antes. Mi compromiso por encontrar y vivir la libertad a través de la búsqueda de un mundo más justo siempre ha tenido un único denominador: SOLAMENTE LOS EMPOBRECIDOS DE ESTA SOCIEDAD son la causa fundamental de mi libertad y compromiso vital.
Los más empobrecidos, en los años 79, 80, 81… tenían nombre de espacio rural con la presencia  compartida y haciendo camino entre los hombres y mujeres de los pueblos de las Arribes del Duero, Ramajería y Vitigudino.
La libertad recién estrenada de la Democracia, la del Vaticano II o la que aportó el Mayo Francés en la sociedad, supuso,  para mí, una lección que no ha pasado página: ACOGER A LOS EMPOBRECIDOS; y éstos tuvieron nombre de persona mayor o de persona joven, de mujer o de espacio comunitario .
La Casa Parroquial de Villarino de los Aires, con todas sus puertas abiertas, y la zona de las Arribes, fueron espacios de lucha por una sociedad más justa en el campo de la educación con la acción de Escuelas Campesinas; o las acciones en pro de una democracia incipiente para el pueblo y del pueblo; o en la lucha por servicios tan fundamentales como  una sanidad digna;  o por la defensa de la vida de una zona amenazada por un cementerio nuclear; el apoyo a proyectos de un nuevo desarrollo rural… ¡Cuántas lecciones aprendidas en el acompañamiento sencillo con gentes de pueblo y de los pueblos!
Buenos Aires llega a mi vida en los años 94, 95. Nunca he vivido tanto sufrimiento personal y colectivo; pero nunca he aprendido y he madurado tanto para no dar un paso atrás en mi opción de vida, QUE SOLAMENTE LOS EMPOBRECIDOS, y los espacios consentidos para ello, MUEVAN  LA CENTRALIDAD DE  MI VIDA.
Más tarde en el 99, llega la realidad de la cárcel y su inutilidad para conseguir lo que parece que buscamos, la reinserción; la de los presos y expresos; la de los privados de libertad. El compromiso de lucha por una sociedad más justa era una página marcada, pero vivida con todas las fuerzas, en estas dos realidades unidas, comprometidas y hechas realidad hoy de mi día a día.
LIBERTAD, EMPOBRECIDOS, COMPROMISO Y JUSTICIA se hacen fuertes, (y espero que para siempre imprescindibles), en la vida de una persona que como yo ya no encuentro sentido vivir si no es con y entre los más excluidos y marginados.
La puerta de mi casa continúa abierta siempre. Mi manera de pensar y de hacer solamente tiene sentido entre los más empobrecidos y con ellos; los de la calle, los presos y expresos, los enfermos crónicos o mentales,…
Los proyectos alentados por mi compromiso solamente tendrán una dimensión comunitaria; de defensa innegociable de derechos fundamentales, (comida, vivienda, salud y educación). De apuesta compartida por hacer camino en el trabajo, que no en el empleo, que se le niega ya sin remedio para los más excluidos.  De lucha contra la riqueza, por el convencimiento de que hay pobres porque hay ricos; junto a la lucha por hacer posible la urgencia de propuestas alternativas como las Rentas Básicas universales  y para todas las personas en igualdad, que han de ser herramientas de justicia imprescindible en tiempos venideros para repartir la riqueza.
Espacios como Buenos Aires, permitidos y alentados por políticas radicalmente equivocadas, no son signo de nada de todo esto, que es cuanto mueve mi vida. Por eso incansablemente, no sólo yo, sino muchos más vecinos y vecinas, buscamos en este barrio un espacio de libertad que nos hable de un lugar para convivir y relacionarnos como aspiración de todo colectivo humano que busca hacerlo con  dignidad.
Estos espacios sin aparente vuelta atrás deben ser objeto incansable, y por lo menos para mí lo es, de una forma de vivir y entender la sociedad y todas las relaciones que posibiliten centralidad en las vidas de todos y de todas.
Amigos y amigas de la Agrupación Socialista Bejarana, gracias y gracias por vuestro reconocimiento a la libertad en mi persona y siempre teniendo referencia fundamental a Miguel Miñana. Si mi acompañamiento a los más empobrecidos, mi lucha y mi apoyo a propuestas alternativas, desde abajo, y mi denuncia compartida junto a otras muchas personas y colectivos sirve para darnos cuenta de la imperiosa y urgente necesidad de transformar la injusta utilización de los recursos de esta sociedad y el sufrimiento innecesario de muchas personas, doy por muy válido el momento de esta mañana del día 3 de Octubre en vuestra ciudad.
 Libertad y Justicia van de la mano en la lucha contra el empobrecimiento. Como Libertad y Justicia van de la mano en la lucha imprescindible contra el enriquecimiento. Y esta tarea es hoy prioritaria. Ahí me encontrareis con muchos  y muchas de vosotros y vosotras.
Una última reflexión; estamos en tiempos de sometimiento al dios mercado que manda y ordena, que controla y dirige. Creo que si este dios nos continúa sometiendo nunca disfrutaremos de la justicia y de la libertad; de esa que hoy defendemos.

GRACIAS DE CORAZÓN!!!!!