domingo, 25 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA ¿BEJARANA) (VII)



A estas alturas del relato, tal vez parezca un desatino seguir empeñados en buscar elementos comunes que den base al comportamiento y hasta uno puede parecer desfasado, fuera de onda y desde luego alguien que no está a la última. Las reflexiones “posmodernistas” y otras anteriores muy sesudas parecen dispuestas a no favorecer demasiado a aquellos que creen en esa posibilidad. El pensamiento débil, la explicación de la práctica desde la práctica, las modas pasajeras, el mundo de la imagen, el debilitamiento de los elementos absolutos, el sentimiento engañoso de una falsa libertad individual, la prevalencia de la apariencia y del ingenio frente a las ideas trabadas…, todo parece contribuir al desánimo y a dejar correr los comportamientos al albur de la voluntad o del instinto individuales.
Algunos pensamos que, sin necesidad de dogmatizar en nada y con la humildad de las limitaciones de la razón, este remedio termina siendo peor que la enfermedad y nos resistimos a desistir de la búsqueda de esos elementos mínimos, pero colectivos y universales, que asienten y orienten nuestras conductas, desde la comunidad de los mínimos y desde la diversidad de los máximos. El asunto es muy serio y no podemos dejarnos llevar ni por la solemnidad ni por la frivolidad en la que parece que estamos instalados. No puede ser que las normas de conducta estén en los gurús de los deportes, ni en los que sin escrúpulos se suben a un escenario y se ponen “en concierto”, ni en los que abren supermercados  por todas partes o en los que monopolizan el dinero y la circulación del mismo. En esto nos jugamos algo muy importante: nada menos que el discurrir por la vida con paso de decencia y de responsabilidad, o el mismo discurrir al amparo del sol que más calienta y por la senda que nos marque el rebaño. Se diría que hemos cambiado los dioses de la religión o de la nobleza por los de los medios de comunicación, por los que a todas horas andan en la caja tonta y por los que acaparan el dinero y las decisiones. Salimos de Málaga y entramos en Malagón. Ese acaparamiento de presencia y de modelo de actuación en la vida es tan excluyente como los anteriores y provoca las mismas disminuciones mentales y humanas que los que parecían en proceso de superación. Tienen que existir otros modelos diferentes, más nobles y positivos; no pueden ser otros que los que encuentren su base en la educación y en la participación de todos en igualdad de condiciones, aquellos que sigan teniendo unas bases orientadoras generales en cuya confección hayan participado todos los elementos de la comunidad.
Por eso, tenemos que fomentar entre todos, empezando por los poderes públicos, la claridad, la transparencia y -perdón por la insistencia- la participación. Lo mismo que ya no nos sirven las imposiciones de la tradición nobiliaria ni los dogmas sin explicar de las religiones, tampoco nos deberían servir las imposiciones actuales de actores sin autoridad moral, pues sus valores no son racionales sino de poder económico, de imagen o de cualquier otro tipo efímero y no racional.
La lucha contra estos nuevos dioses mediáticos y económicos no resulta precisamente sencilla, pues cuentan con poderes casi absolutos; pero están horros de uno fundamental: el de la razón, el del poder del convencimiento, el de la influencia por la responsabilidad, por el esfuerzo y por el razonamiento. Ese es su flanco débil y por él han de ser atacados. En beneficio propio y en el de toda la comunidad, comunidad que se hará más fuerte y más dinámica en tanto sepa defenderse de estos peligros de los nuevos dioses y sea capaz de marcarse su ritmo de vida y su escala de valores propia. En definitiva, una moral y una ética tan necesarias como enriquecedoras.

También en este campo nuestra comunidad puede preocuparse, de manera individual y colectiva, por marcarse unas defensas ante estos peligros que la acechan y por favorecer un contexto en el que se desarrolle la conciencia individual y colectiva desde sus propios razonamientos y desde sus propias costumbres; sin olvidarse del mundo, pero sabiendo y afirmando que su mundo es sobre todo el que la persona y la comunidad se marquen, el que su experiencia vital razonada le vaya indicando y aquel al que el análisis le vaya conduciendo. Necesitamos, también aquí, fomentar el desarrollo de la sociedad civil, la actividad de los foros en los que no solo se juegue sino que sirvan para el intercambio de pareceres y para la reflexión. Tal vez después también lleguen las partidas y los partidos, pero desde una actitud muy diferente y mucho menos alienadora. Al fin y al cabo, poseemos toda una experiencia histórica que nos puede y que nos tiene que marcar el camino mejor para el futuro.

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