martes, 6 de octubre de 2015

HORARIO PARA UN PARADO


HORARIO PARA UN PARADO

Era como salir cada mañana
a suplicarle al viento que en sus brazos
abriera una rendija de esperanza
y un pequeño lugar donde, sin prisas,
sentarse a ver el mundo y solazarse
por formar parte activa de sus fuerzas.

Pero salía ya casi derrotado,
en medio de las voces del silencio,
bajo el agobio de las altas torres,
los estrictos horarios de oficinas,
la desidia pintada en los cristales,
tras los que el mundo entero desconoce
cualquier señal de angustia o de socorro.

Él ofrecía sin precio sus zapatos
con su carga de huesos desgastados
en el triste ejercicio del descanso;
se sentaba sin causa en las aceras,
paseaba errabundo por las calles,
como quien nunca va a ninguna parte.

A veces su cabeza le jugaba
malas pasadas: en el horizonte
soñaba luces negras y lanzadas
contra dianas de orden y corbata.
Pero en casa aguardaba la conciencia
de una familia limpia y educada,
de un sofá en el que cabe todo el peso
de los usos sociales y del marco
blindado por la fuerza de la ley.

Y la noche sin sueño y la mañana
con los mismos horarios y los mismas
descargas de conciencia.
Y otra vez a la calle, a ver si el mundo

quisiera vomitar contra sus huesos.

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