Ya
hemos colocado como índice de valores y de elementos de ética ciudadana
aquellos que genéricamente se recogían en la Declaración Universal de Derechos
Humanos y los que se han ido incorporando posteriormente y que, también de
manera genérica, llamamos de tercera generación. No se aboga aquí, por tanto,
por ningún grupo de elementos nuevos ni que no hayan sido analizados,
reconocidos y aceptados por todos las comunidades más asentadas en la cultura
occidental.
Pero
es que eso mismo se puede considerar para las comunidades del resto de los
países, por más que el grado de práctica de los mismos deje mucho que desear en
buena parte de ellos. La ética civil de mínimos, a pesar del apellido circunstancial
de ¿bejarana? que le hemos
puesto, bien se ve que alcanza a todos los seres humanos, si bien se puede acoplar
y matizar en cada uno de los niveles, desde el personal, pasando por el
familiar, de amigos, LOCAL, regional, nacional o universal.
El
sustento no es el territorio, ni siquiera lo es la organización social de cada
lugar; lo que mantiene esta ética es el valor del ser humano por el hecho de
serlo. Poco o nada tienen que decir, entonces, las religiones, las razas, las
sapiencias, los dineros… El camino también se puede andar en sentido contrario;
en ese caso, al menos entendamos que nos movemos en los mínimos que deberían ser
de defensa y de uso en las sociedades occidentales en las que nos ha tocado
vivir. Los valores de esta ética de
mínimos deberían suponer la mejor prueba de estabilidad y el mejor legado que
podríamos dejar a las generaciones venideras.
La
dignidad humana, la justicia como referente y el espíritu de diálogo y de
participación son los tres valores que nos inspiran. La dignidad humana como
valor irrenunciable del ser humano, que se podría hacer reconocible en aquella
máxima descrita por E. Kant: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto
en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solo
como un medio”. El principio de justicia nos tiene que remitir a un esquema de
derechos y de libertades personales que solo tenga como límite un esquema de
derechos y de libertades semejante para los demás. La sabiduría popular lo
repite en aquello de “no quieras para otro lo que no quieres para ti”. Y la
necesidad de la participación nos empuja al diálogo constante para buscar, no
la justificación constante de aquello que ya está definido y admitido como
valor común, sino las mejoras continuas en los elementos comunes que favorecen
la convivencia y la dignidad humanas. Todos estos principios se han ido
descubriendo, reconociendo y precisando a lo largo de los tiempos, con la
participación de muchos y con las imperfecciones de casi todos. Por ello, nada
es despreciable a priori, todo vale con tal de que esté sometido al criterio de
la razón y del sentido común y respete, ampare y busque mejorar en su
desarrollo los principios que se han enumerado antes. Se trata, en el fondo, de
mirar al ser humano como tal y no a ninguna de sus apetencias en particular, y
de respetar los valores esenciales que lo definen tanto individual como
colectivamente. En ese encuentro de mínimos es donde todos mejor nos podemos
descubrir y donde mejor podemos celebrar los privilegios sin fin que la vida
nos ha ofrecido a todos. Al otro lado, y ya lejos, quedan los vencedores y
vencidos, los ganadores y los perdedores, los más poderosos por encima de los
más débiles, los que quieren imponer su verdad como algo absoluto, los que
buscan el camino de la vida en solitario y siempre frente a los demás. Dignos,
justos y dialogantes. Este es el programa común, aquel en el que cabemos todos.
Defenderlo y tratar de convencer con él es la tarea de cada uno.
Y,
si tuviera que haber coordinadores para dar eficacia a la participación de
todos, que sean los que tengan mirada más alta, los más formados y menos egoístas
(los filósofos, como quería Platón), los que sean capaces de desarrollar estos
principios generales y básicos. En los contextos más próximos y en los más
generales: en la persona, en la familia, en el barrio, en la escuela, en la
ciudad…
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