jueves, 29 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA ¿BEJARANA? (XI)


Ya hemos colocado como índice de valores y de elementos de ética ciudadana aquellos que genéricamente se recogían en la Declaración Universal de Derechos Humanos y los que se han ido incorporando posteriormente y que, también de manera genérica, llamamos de tercera generación. No se aboga aquí, por tanto, por ningún grupo de elementos nuevos ni que no hayan sido analizados, reconocidos y aceptados por todos las comunidades más asentadas en la cultura occidental.
Pero es que eso mismo se puede considerar para las comunidades del resto de los países, por más que el grado de práctica de los mismos deje mucho que desear en buena parte de ellos. La ética civil de mínimos, a pesar del apellido circunstancial de ¿bejarana? que le hemos puesto, bien se ve que alcanza a todos los seres humanos, si bien se puede acoplar y matizar en cada uno de los niveles, desde el personal, pasando por el familiar, de amigos, LOCAL, regional, nacional o universal.
El sustento no es el territorio, ni siquiera lo es la organización social de cada lugar; lo que mantiene esta ética es el valor del ser humano por el hecho de serlo. Poco o nada tienen que decir, entonces, las religiones, las razas, las sapiencias, los dineros… El camino también se puede andar en sentido contrario; en ese caso, al menos entendamos que nos movemos en los mínimos que deberían ser de defensa y de uso en las sociedades occidentales en las que nos ha tocado vivir.  Los valores de esta ética de mínimos deberían suponer la mejor prueba de estabilidad y el mejor legado que podríamos dejar a las generaciones venideras.
La dignidad humana, la justicia como referente y el espíritu de diálogo y de participación son los tres valores que nos inspiran. La dignidad humana como valor irrenunciable del ser humano, que se podría hacer reconocible en aquella máxima descrita por E. Kant: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solo como un medio”. El principio de justicia nos tiene que remitir a un esquema de derechos y de libertades personales que solo tenga como límite un esquema de derechos y de libertades semejante para los demás. La sabiduría popular lo repite en aquello de “no quieras para otro lo que no quieres para ti”. Y la necesidad de la participación nos empuja al diálogo constante para buscar, no la justificación constante de aquello que ya está definido y admitido como valor común, sino las mejoras continuas en los elementos comunes que favorecen la convivencia y la dignidad humanas. Todos estos principios se han ido descubriendo, reconociendo y precisando a lo largo de los tiempos, con la participación de muchos y con las imperfecciones de casi todos. Por ello, nada es despreciable a priori, todo vale con tal de que esté sometido al criterio de la razón y del sentido común y respete, ampare y busque mejorar en su desarrollo los principios que se han enumerado antes. Se trata, en el fondo, de mirar al ser humano como tal y no a ninguna de sus apetencias en particular, y de respetar los valores esenciales que lo definen tanto individual como colectivamente. En ese encuentro de mínimos es donde todos mejor nos podemos descubrir y donde mejor podemos celebrar los privilegios sin fin que la vida nos ha ofrecido a todos. Al otro lado, y ya lejos, quedan los vencedores y vencidos, los ganadores y los perdedores, los más poderosos por encima de los más débiles, los que quieren imponer su verdad como algo absoluto, los que buscan el camino de la vida en solitario y siempre frente a los demás. Dignos, justos y dialogantes. Este es el programa común, aquel en el que cabemos todos. Defenderlo y tratar de convencer con él es la tarea de cada uno.

Y, si tuviera que haber coordinadores para dar eficacia a la participación de todos, que sean los que tengan mirada más alta, los más formados y menos egoístas (los filósofos, como quería Platón), los que sean capaces de desarrollar estos principios generales y básicos. En los contextos más próximos y en los más generales: en la persona, en la familia, en el barrio, en la escuela, en la ciudad…  

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