viernes, 23 de octubre de 2015

POR UNA ÉTICA ¿BEJARANA? (v)


De nuevo, un repaso a cualquier índice de la Historia nos sitúa en condiciones de asustarnos ante la existencia de morales de una sola dirección: Inquisición, dictaduras de diverso pelaje, actividad de poderes religiosos en países confesionales, celebraciones religiosas impuestas… Cualquiera puede extender su curiosidad o sus conocimientos en este repaso sin necesidad de ninguna consideración añadida aquí. El mismo recorrido se puede realizar por la historia más cercana, de nuestra ciudad y hasta de nuestras personas. ¿O es que no se recuerda lo que sucedía con la vestimenta hace tan solo unos años? ¿Y con las obligaciones religiosas? ¿Y con los usos sociales de bailes, salidas nocturnas, relaciones de novios, convivencias, jerarquías familiares y hasta de usos léxicos…?
Una pequeña confesión personal. No hace muchos años, en un período en el que estuve en el ayuntamiento como concejal, me negué a portar la bandera civil en un acontecimiento religioso en el que además se rinden banderas civiles ante símbolos religiosos. Estaba en la oposición y no di publicidad al asunto. Seguro que, si se la hubiera dado, habría causado escándalo público. Y hace de esto menos de quince años. Eran (siguen siendo en parte) resabios y usos de una moral de dirección única los que dominaban.
En el caso de nuestro país, las circunstancias políticas de dictadura y de estado confesional agravaron este hecho y lo multiplicaron en sus prácticas. También las condiciones en las que Béjar participó del período de dictadura y de su dependencia industrial como servidor del mismo régimen pueden haber contribuido a explicar sus tendencias sociales, morales y religiosas. El asunto daría para un tratado muy largo y creo que esclarecedor, pero aquí no hay lugar. De nuevo aparecería aquí la aparente contradicción de una ciudad “roja” con unas tendencias de práctica política “azules”. De cualquier manera, lo que se observa es la inercia durante muchos años a interpretar una moral de una sola dirección, con unos intérpretes bien determinados y únicos también, mezclados entre religiosos y clases sociales poderosas.
El largo período de dictadura dio paso a la sociedad democrática más reciente. Pero el fenómeno no fue paralelo en las normas y en las costumbres: las costumbres y los usos siempre tienen un arraigo y un desarraigo más lento. Por eso, todavía hoy se pueden ver restos que no corresponden exactamente al ordenamiento civil y de norma positiva.
Pero no es menos cierto que formalmente se pusieron las bases para la aparición pública de otras concepciones vitales y de otras morales diferentes, unas morales que renegaban del origen religioso de las normas y que defendían la razón humana como única fuente en la que buscar los elementos básicos de convivencia. Entraron, por tanto, en colisión visiones diferentes de la realidad. Y es bueno advertir que, en algunos casos, con la misma deficiencia, pues si se negaba la aportación racional y civil, se cerraban las puertas a lo más propio del ser humano; pero si se acentuaba el carácter laicista de la moral, se olvidaba a su vez de ese resquicio que algunas personas buscan en los elementos religiosos. Los períodos de imposición suelen traer reacciones contrarias exageradas de autodefensa y de desahogo. Lo más importante, con todo, es que ya no se puede hablar de una única moral, sino de diversas morales y que es necesario que todas salgan al encuentro para buscar esos elementos mínimos que mantengan la convivencia y permitan una trayectoria común.
La existencia de esas concepciones morales, de las que ya hemos apartado a los religiosos y a los poderes tradicionales como intérpretes únicos, pide la presencia de otros actores que las configuren y que las vivan. Estos no pueden ser otros que aquellos que componen la sociedad civil organizada. ¿Cómo no entender, entonces, la presencia de partidos políticos diversos? ¿Cómo no favorecer la existencia de asociaciones de todo tipo? ¿Cómo no fomentar su participación en los asuntos públicos? ¿Cómo no potenciar el intercambio de opiniones y de usos diversos? ¿Por qué escandalizarse si no todo el mundo pasa de igual manera la Semana Santa? ¿No vamos a entender ya que igual se puede estar en un acontecimiento que en otro a la vez, según sean las inclinaciones de cada uno? ¿Es correcto, pues, que algún divertimento pueda llevar el sobrenombre de “fiesta nacional”? ¿No deberíamos tener cuidado con ciertos patronazgos que nombramos para todos?
Y, sin embargo, seguimos convencidos de que, para una convivencia sana, necesitamos unos principios comunes que señalen los mínimos que nos obligan a todos. A pesar de toda la apología posmodernista del “pensamiento débil” que parece imposibilitar la defensa de elementos comunes y de una ética mínima universal y comunitaria. Entre otras razones porque, si no lo hiciéramos, estaríamos volviendo a poner en bandeja al poderoso el acaparamiento de la descripción y de la interpretación, cuando no al sátrapa de turno o al “ungido” por no se sabe qué fuerza misteriosa que nos conduce y nos anula en nuestras capacidades humanas y racionales.
Entiéndase, por tanto, que no todo vale, que no sirve decir tú tienes tu opinión y yo la mía, y toda discusión se termina en estos términos; que no cualquier opinión es respetable, ni mucho menos, pues solo lo será aquella que parta de esos mínimos indispensables para la convivencia en igualdad de oportunidades para todos. Cuidado, pues, con el “pensamiento débil” y con las exclusiones de todo tipo, porque el pluralismo no es precisamente ningún politeísmo, no vayamos a pasar de una imposición única a diversas imposiciones absolutas y volvamos a dejar entonces la última palabra al más poderoso en fuerza, que no en razón.
A por esos mínimos, pues, a la búsqueda y captura de lo imprescindible para todos, de aquello en lo que quepamos todos en igualdad de condiciones. Eso nos permitirá medirnos con confianza y con seguridad, nos aproximará al sentido real de la justicia y de la tolerancia.

A partir de ahí, cada uno fabricará su camino de felicidad o llevará a cabo su proyecto de vida personal. Pero ese es ya camino de máximos, no de mínimos, y de felicidad. Y ahí sí que ya los caminos son infinitos y personales. Y ahí ya la ética acaso tiene ya mucho menos que decir.

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