En estos días se cierra un nuevo
curso, un ciclo educativo que no para y que engloba situaciones de todo tipo.
Hoy mismo dejan de asistir a las aulas los más pequeños y los jóvenes terminan
los exámenes de selectividad, se cierran exámenes y notas en universidades, se
celebran oposiciones, se despide a profesores trasladados o jubilados… Todo un
mar lleno de olas que van y vienen en sentidos diversos.
Uno de tanto hechos es el llamado
selectividad. A ella acudí como corrector muchos años. Hoy recojo en esta
ventana una carta de una madre con hija examinada. La carta incluye muchas,
muchísimas variantes que son válidas, por más que pudieran parecer
contradictorias: esfuerzo / juego; aprobar / aprender; expediente / habilidades;
competitividad / competencia… Muchas, muchísimas, porque la educación engloba
todo lo que tiene que ver con la persona, como individuo y como parte del
colectivo.
Ahí va la carta:
Enhorabuena, hija, por tu nota en Selectividad. Perdón
por tu infancia perdida
21 JUN 2016
“Empiezo esta
carta desde los dictados del corazón. Perdóname hija mía, porque en un día
lleno de alegrías, yo siento en lo más profundo de mí una enorme tristeza y
necesito compartir contigo estas palabras.
Día de notas
hoy. Día de números, día de asignaturas, día de resultados. Los tuyos, hija,
han sido buenos, según refleja la pantalla del ordenador. Así lo han
dictaminado los calificadores de la PAU 2016. Una nota alta, más que suficiente
para entrar a cursar la carrera que tanto deseas.
¡Enhorabuena,
hija mía! No te felicito por la nota. Te felicito porque el resultado obtenido
te llevará a algo que consideras te hará feliz: la oportunidad de seguir
trabajando, luchando y esforzándote por aprender...
Per,o ante todo, quiero que sepas que necesito pedirte perdón.
Considero que has invertido tu infancia, tu adolescencia… tus mejores y más
tiernos años dirigidos y destinados a aprender. Ha sido como llenar un tarro
poco a poco de conocimientos, no siempre los mejores, pero siempre los
necesarios e impuestos para perseguir una maldita nota. Así lo han dictado las
circunstancias del espacio y tiempo en que naciste.
Siento que los
adultos que te rodeamos hemos visto cómo has comprometido tu vida a cambio de
una cifra. Bueno, pues ya está aquí, ya la tienes, ya la tenemos todos. Tú,
quienes te hemos acompañado en este camino, y principalmente quienes necesitan
esa cifra impresa en un papel: la Universidad.
Ahí tienen la
nota. Ahí tienen un guarismo más poblando el inmenso listado que llenará los
discos duros, que habitará en un tablón, en el que quedan resumidas muchas
vidas reducidas a matemáticas. Las cifras ejecutarán el orden de los nombres.
Jerarquía ordenada por la nota y que relegará al puesto siguiente al que tenga
una décima menos. Entonces, en un lugar arriba o debajo de la lista, alcanzarás
la categoría de nombre y apellidos. Más tarde, cerca del otoño ya, a tu nombre,
además le pondrán cara. Ya estarás físicamente sentada en una facultad.
Maldita sociedad
esta que no sabe sino correr. Que solo se mide en resultados, que no tolera el
fracaso, que no acepta sino a quienes ella ha moldeado y considera merecedores
de unos resultados que solo ella otorga o deniega.
Qué pena de
infancia, relegado el tiempo de los niños solo a la jornada escolar y a un
sinfín de estímulos a través de extraescolares y vivencias dirigidas. Todo
destinado a tener niños que no paren nunca. Niños hiperestimulados, niños
compitiendo, niños en constante carrera… Carrera que a veces presenta más
obstáculos de los que debiera, en un intento de ser competitivos y sobresalir,
para asegurar unos futuros resultados y posiciones.
En el camino,
han perdido un importantísimo bagaje emocional. Se han privado de jugar en la
calle, han perdido trabajar habilidades sociales con adultos, con otros niños,
ir a las tiendas, interactuar, aprender a ser independientes… Comer un
bocadillo de chorizo en la acera, hablando con los amigos. Montar en bici,
tener un perro y correr con él… Los horarios se han tragado a nuestros niños.
Los niños han sido mini-adultos. Los juegos que han conocido han sido los del
ordenador, tablet, etc. Los padres no son verdugos, son víctimas de la difícil
conciliación… y esto se extiende a sus vástagos… o mejor dicho vástago, porque
también las familias las dicta la sociedad, tiempos estos en que se tiende a
tener un único hijo. Qué pena, que además, se vean privados de tener hermanos.
Qué paradoja,
qué mal me siento en un día tan feliz. Qué desastre. Porque mi hija ha obtenido
un buen resultado, pero lo ha pagado con su esfuerzo y con su propia infancia. Esto
es cruel. La vida ya no da marcha atrás. Qué duro es esto, es la pura verdad.
Perdóname, hija mía. Solo quise lo mejor para ti, y esta sociedad me obligó a
meterte en ella.
Al menos hoy,
tanto esfuerzo, constancia y tesón han sido reconocidos. Por quienes ponen las
cifras, porque para mí, siempre has sido y serás la mejor, como cualquier hijo
para sus padres”.
Luego vienen los comentarios de
rigor acerca del esfuerzo y de la competitividad, y memeces y reducciones
semejantes. La carta encierra, claro, elementos sentimentales -¡es una madre,
coño!- y muchos más de tipo racional. Ahí queda, como guion para una buena mesa
redonda. Yo estoy de acuerdo con eta madre en casi todo lo que deja traslucir.
Y también me siento culpable por no haber contribuido en parte a dinamitar este
sistema de luchas y de fracasos. ¿No es esto tan importante como el asunto de
las elecciones; y muchísimo más que si un candidato ha vencido a otro o si no
sé cuál se ha visto pillado en un renuncio?
Y nota de añadido. Mi nieta Sara,
como todos los niños, ha recibido ya sus calificaciones. Todas son la máxima
(10), salvo en Plástica (8). Enhorabuena. Dos consideraciones: a) A sus siete
años, una calificación u otra no debería tener ninguna importancia, salvo como
tendencia; b) ¿El profesor correspondiente de Plástica realmente conoce las
habilidades manuales y artísticas de Sara? Yo juraría que es uno de los
apartados en los que más destaca. En fin…