CONTEMPLANDO UN ÁRBOL
Sustentan la quietud de tus
raíces,
en el secreto lecho que te ofrece
el suelo,
la entrega generosa del cielo y
de la luz,
y la labor nutricia de la tierra,
las olvidadas formas que encierra
el fuego oculto.
El entorno se viste de su asombro
cuando asiste a tu tierno nacimiento
y en tu tronco se anudan
las huellas de la savia,
umbrías venas que humedece el
viento
hasta abrirse a la luz de todas
partes
en la copa, que sigue en el
empeño
de alcanzar lo sagrado en lo más
alto.
A este cáliz abierto y armonioso
que recibe la sangre de los
campos
y el agua, que bautiza su
enramada,
del abrazo celeste, llegan cantos
de altísima armonía, y, a su
sombra,
descansa lo que vive y lo que
sueña,
todo lo que me lleva
al estremecimiento de mi carne.
De lo más encendido de los cielos
baja la luz hasta besar tu copa;
después, ensaya la más alta
transparencia
con el resto del bosque. Yo me
olvido,
me dejo, me abandono, imploro al
cielo
que me aceche la luz y me
acaricie
ese aire nutricio que me invita
a celebrar la fe de tu existencia.
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