Sin pretender abrir puertas que
dan a un campo demasiado extenso y que implica demasiadas variables -otra vez
el límite de las 30 o 40 líneas-, me pregunto por los límites del yo, de la
individualidad, de la persona. Porque esa visión que dan una fotografía o una
báscula resultan demasiado pobres como para quedarse satisfecho.
Mi yo abarca la suma de kilos que
indica la báscula, y los rasgos físicos que se pueden medir y observar a través
de los sentidos. Pero yo soy mucho más. Soy mis palabras, y mis intenciones;
soy mis deseos y soy mis relaciones; soy la extensión en todo lo que toco y en
todo lo que me toca, y así con todos los sentidos; y soy cierto grado de
permanencia y de identidad en el tiempo y en el espacio, eso que me permite
reconocerme como una unidad continuada y que me reconozcan los demás con el
mismo nombre. Mi yo realiza movimientos de extensión y de contracción hacia las
cosas y desde las cosas, y se diluye en otras extensiones que llegan más allá
del horizonte. Mi yo termina formando parte de la conciencia final del universo.
Yo soy un poco dios por ese poquito que me corresponde de lo extenso y porque
el eco de mí mismo se extiende en todo aquello que me roza y que rozo.
Cuando la conciencia de esa
reciprocidad disminuye y termina desapareciendo, es cuando mi yo también se pierde
en el olvido y en la nada. Pero para entonces mi responsabilidad consciente no
será.
Sí puedo y soy consciente de que
mi yo vital me pertenece y pertenece a todos, de que los límites del individuo
no son precisamente nítidos porque todo se impregna de la huella que lleva y
trae el viento hacia mi yo y hacia el yo global del mundo.
Del mismo modo certifico que
cualquier hecho o pertenencia personal, cualquier acción mental o material,
cualquier ascendencia o descendencia me pertenecen y forman también parte de mi
yo; lo mismo que todo aquello que hayan dejado en mí forma parte del yo de los
otros.
Y admito que cualquier acción es
como otro yo que me alarga y me predica en el tiempo y en el espacio
Por todo ello, dejaré para los
más sabios la definición de individuo, pero me confieso amplio y derramado,
dividido y acompañado siempre, en diálogo constante con lo más permanente y con
lo más efímero de todo lo que me habita y de lo que voy construyendo en el
camino vital.
También en estas líneas y en
estas páginas, que ya se cuentan por millares y que van deshojando casi todos
los detalles que me componen y que me dan a conocer a todos los demás “yos” que
acompañan en esa última y colectiva conciencia universal.
Y, por supuesto, quiero ser y
espero ser siempre conciencia y certeza de que estoy siendo, de que soy
protagonista de las cosas, de que doy y me dan, de que voy construyendo y de
que me construyen. Solo la conciencia certifica la vida, y solo la vida merece
la pena si es desde la conciencia.
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