miércoles, 22 de junio de 2016

FIN DE CILO


En estos días se cierra un nuevo curso, un ciclo educativo que no para y que engloba situaciones de todo tipo. Hoy mismo dejan de asistir a las aulas los más pequeños y los jóvenes terminan los exámenes de selectividad, se cierran exámenes y notas en universidades, se celebran oposiciones, se despide a profesores trasladados o jubilados… Todo un mar lleno de olas que van y vienen en sentidos diversos.
Uno de tanto hechos es el llamado selectividad. A ella acudí como corrector muchos años. Hoy recojo en esta ventana una carta de una madre con hija examinada. La carta incluye muchas, muchísimas variantes que son válidas, por más que pudieran parecer contradictorias: esfuerzo / juego; aprobar / aprender; expediente / habilidades; competitividad / competencia… Muchas, muchísimas, porque la educación engloba todo lo que tiene que ver con la persona, como individuo y como parte del colectivo.
Ahí va la carta:            
Enhorabuena, hija, por tu nota en Selectividad. Perdón por tu infancia perdida
21 JUN 2016
“Empiezo esta carta desde los dictados del corazón. Perdóname hija mía, porque en un día lleno de alegrías, yo siento en lo más profundo de mí una enorme tristeza y necesito compartir contigo estas palabras.
Día de notas hoy. Día de números, día de asignaturas, día de resultados. Los tuyos, hija, han sido buenos, según refleja la pantalla del ordenador. Así lo han dictaminado los calificadores de la PAU 2016. Una nota alta, más que suficiente para entrar a cursar la carrera que tanto deseas.
¡Enhorabuena, hija mía! No te felicito por la nota. Te felicito porque el resultado obtenido te llevará a algo que consideras te hará feliz: la oportunidad de seguir trabajando, luchando y esforzándote por aprender...
Per,o ante todo, quiero que sepas que necesito pedirte perdón. Considero que has invertido tu infancia, tu adolescencia… tus mejores y más tiernos años dirigidos y destinados a aprender. Ha sido como llenar un tarro poco a poco de conocimientos, no siempre los mejores, pero siempre los necesarios e impuestos para perseguir una maldita nota. Así lo han dictado las circunstancias del espacio y tiempo en que naciste.
Siento que los adultos que te rodeamos hemos visto cómo has comprometido tu vida a cambio de una cifra. Bueno, pues ya está aquí, ya la tienes, ya la tenemos todos. Tú, quienes te hemos acompañado en este camino, y principalmente quienes necesitan esa cifra impresa en un papel: la Universidad.
Ahí tienen la nota. Ahí tienen un guarismo más poblando el inmenso listado que llenará los discos duros, que habitará en un tablón, en el que quedan resumidas muchas vidas reducidas a matemáticas. Las cifras ejecutarán el orden de los nombres. Jerarquía ordenada por la nota y que relegará al puesto siguiente al que tenga una décima menos. Entonces, en un lugar arriba o debajo de la lista, alcanzarás la categoría de nombre y apellidos. Más tarde, cerca del otoño ya, a tu nombre, además le pondrán cara. Ya estarás físicamente sentada en una facultad.
Maldita sociedad esta que no sabe sino correr. Que solo se mide en resultados, que no tolera el fracaso, que no acepta sino a quienes ella ha moldeado y considera merecedores de unos resultados que solo ella otorga o deniega.
Qué pena de infancia, relegado el tiempo de los niños solo a la jornada escolar y a un sinfín de estímulos a través de extraescolares y vivencias dirigidas. Todo destinado a tener niños que no paren nunca. Niños hiperestimulados, niños compitiendo, niños en constante carrera… Carrera que a veces presenta más obstáculos de los que debiera, en un intento de ser competitivos y sobresalir, para asegurar unos futuros resultados y posiciones.
En el camino, han perdido un importantísimo bagaje emocional. Se han privado de jugar en la calle, han perdido trabajar habilidades sociales con adultos, con otros niños, ir a las tiendas, interactuar, aprender a ser independientes… Comer un bocadillo de chorizo en la acera, hablando con los amigos. Montar en bici, tener un perro y correr con él… Los horarios se han tragado a nuestros niños. Los niños han sido mini-adultos. Los juegos que han conocido han sido los del ordenador, tablet, etc. Los padres no son verdugos, son víctimas de la difícil conciliación… y esto se extiende a sus vástagos… o mejor dicho vástago, porque también las familias las dicta la sociedad, tiempos estos en que se tiende a tener un único hijo. Qué pena, que además, se vean privados de tener hermanos.
Qué paradoja, qué mal me siento en un día tan feliz. Qué desastre. Porque mi hija ha obtenido un buen resultado, pero lo ha pagado con su esfuerzo y con su propia infancia. Esto es cruel. La vida ya no da marcha atrás. Qué duro es esto, es la pura verdad. Perdóname, hija mía. Solo quise lo mejor para ti, y esta sociedad me obligó a meterte en ella.
Al menos hoy, tanto esfuerzo, constancia y tesón han sido reconocidos. Por quienes ponen las cifras, porque para mí, siempre has sido y serás la mejor, como cualquier hijo para sus padres”. 
Luego vienen los comentarios de rigor acerca del esfuerzo y de la competitividad, y memeces y reducciones semejantes. La carta encierra, claro, elementos sentimentales -¡es una madre, coño!- y muchos más de tipo racional. Ahí queda, como guion para una buena mesa redonda. Yo estoy de acuerdo con eta madre en casi todo lo que deja traslucir. Y también me siento culpable por no haber contribuido en parte a dinamitar este sistema de luchas y de fracasos. ¿No es esto tan importante como el asunto de las elecciones; y muchísimo más que si un candidato ha vencido a otro o si no sé cuál se ha visto pillado en un renuncio?

Y nota de añadido. Mi nieta Sara, como todos los niños, ha recibido ya sus calificaciones. Todas son la máxima (10), salvo en Plástica (8). Enhorabuena. Dos consideraciones: a) A sus siete años, una calificación u otra no debería tener ninguna importancia, salvo como tendencia; b) ¿El profesor correspondiente de Plástica realmente conoce las habilidades manuales y artísticas de Sara? Yo juraría que es uno de los apartados en los que más destaca. En fin…

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