En la cultura occidental,
creyentes y no creyentes, leídos y menos leídos, escritores y ágrafos, público
en general tienen la idea de que eso del alma es cosa o del evangelio, o de
Platón o de san Pablo. Y algo de ello hay, pues, no en vano, el par de ellos,
Platón y después del converso Saulo, son los ideadores de todo el tenderete
este que sostiene casi todo lo que en esta parte del mundo se ha pensado y se
ha hecho.
Pero la historia es un poco más
larga. Estos dos mil años son solo el último paso de una andadura más larga. Y,
dentro de estos dos milenios, muchos otros lugares han estado al margen de este
asunto, de estos personajes y de estos libros en los que se explican los
conceptos. Así casi toda África, buena parte de Asia, toda América hasta el
siglo dieciséis y algo parecido en Oceanía.
Sin embargo, cualquier rastreo
acerca de la manera de vivir de los habitantes de estas otras tierras muestra
bien a las claras sus creencias en algo parecido a esto que llamamos
popularmente alma, espíritu, aliento vital… Los estudiosos antropólogos lo
describen bien y nos trasladan muestras muy diversas de su interés por los
muertos y por la continuación de la vida de estos, en otra vida distinta o en
otra representación dentro de esta misma vida. Por eso los numerosos ritos de
respeto y de temor hacia los muertos: comidas, restos, ruegos…, o infusiones de
espíritus, desdoblamientos, hombres lobo…
Asunto muy complicado este, pero
que pone de manifiesto la necesidad del ser humano en todas las épocas de
sentirse continuado, de impregnarse de lo que le rodea y hasta de desdoblarse
en otros seres infundiendo su espíritu en ellos.
En occidente -dejando a un lado
la creencia o no creencia- el alma, en niveles de prédica religiosa, se
entiende como algo que se adhiere al cuerpo y que lo abandona con la muerte. Se
sitúa el concepto de alma en un dualismo que separa elementos y mundos físicos
y mundos espirituales. En las culturas antiguas lo que se produce es una dualidad,
es decir, una doble capacidad del alma, de tal modo que se entienden fenómenos distintos
y hasta desdoblamientos en una misma persona. El ser primitivo parece que
concibe el alma como algo pegado a lo sagrado de las cosas, de los elementos
naturales. Su roce continuo con la naturaleza tal vez explique en buena medida
el concepto de alma que posee, bien distinto del que posee el hombre de religión
occidental.
A pesar de estas distinciones
evidentes, parece evidente que el ser humano tiende a dejar el uso de esa
palabra y a cogerse a ese concepto en cuanto la realidad se le escapa de las
manos, sea en soluciones naturales o sea en contextos intelectuales y
emocionales.
Aquello del alma religiosa, su
origen, sus cultivos, sus fines y su aprovechamiento -no siempre con fines
confesables- es asunto muy largo y difuso. Aquí solo se pone de manifiesto la
existencia de un concepto parecido al de alma en todas las culturas, las más
antiguas y las más modernas, las más próximas y las más alejadas. Y siempre en
el límite de aquello que se nos va de las manos en la sorpresa, en la
incomprensión o en el deseo.
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