Aquel que, después de haber
tentado a la alergia primaveral con un paseo por el campo, se tuvo que guardar
en casa para no provocar más a los pólenes, y que tuvo algo más de tiempo para
descansar aquel día y para recordar algunas ideas que tenía perdidas por algún
salón oscuro de su mente, y que no se pudo retirar a sí mismo demasiado porque
en los medios de comunicación no paraban de darle noticia de que empezaba la
campaña electoral de nuevo, y que pensó que casi todo lo que le contaban le
sonaba a viejo y repetido, y que veía a los líderes y se ponía de mal humor
porque no observaba que ninguno de ellos admitiera ningún error ni ningún fallo
en sus planteamientos, y que deseó que al menos uno de ellos dijera que él y
los que representaba proponían unas medidas que no aspiraban a arreglar todas
las cosas sino humildemente a mejorar algo la situación, y que siguió
imaginando que ese mismo representante, cuando un presentador le preguntó por
la sanidad, se le quedó mirando y con sorna le contestó que si creía que él era
algún dios o que tenía algún conejo en la chistera para obrar milagros y que,
sin bajar la mirada, acojonó al periodista cuando le respondió con calma que su
formación iba a intentar la mejora con algunas medidas pero que las cosas no se
arreglan de la noche a la mañana si no se plantea la bondad o la maldad del
sistema, y ni siquiera así, y que el presentador, ya un poco más encogido de
ojos y de manos, bajó el tono cuando le preguntó por otros apartados, y que el
político le sonreía como recriminándole suavemente y haciéndole saber que
aquellas preguntas absolutas solo respondían a criterios de engaño y de
superficialidad, y que estaban hechas solo para medio tontos, y que él no
estaba allí para complacer al interlocutor sino para ofrecerse como ayuda a la
sociedad para intentar mejoras para todos, y que todavía el presentador le
encaró con las encuestas en las que le recordaba que su formación estaba
bajando y que no le iba muy bien en los pronósticos, y que el político lo miró
aún más fijamente y que elevó el tono y con fuerza le espetó que esas eran sus
propuestas y que si la gente no las votaba no estaba dispuesto a regalar los oídos
a nadie y que si los resultados eran malos para ellos que seguirían analizando
la realidad pero que no estaban dispuestos a cambiar ideas por votos, y que el
presentador se quedó sin saber qué más preguntarle, y que cuando estaba en
estas imaginaciones sonó el timbre del cartero, aquel cartero que siempre ponía
el dedo en el timbre de su casa, y que le sacó de sus sueños, y que por un
momento pensó que había vivido una realidad interesante, y que en esos momentos
le mandaron un guasap en el que le convocaban para la pegada de carteles nada
menos que a la media noche, y que le dio por pensar que para qué servía eso de
los carteles si no era para ensuciar las paredes, y que no había mejor cartel
que el de las televisiones en las que todos estaban colgados permanentemente, y
que se lo pensó varias veces y que quedó indeciso ante la invitación, a medio
camino entre la inutilidad y el símbolo de un hecho que se viene produciendo
durante muchos años, y que se planteó si era conveniente realizar alguna
actividad visible durante los días de campaña, y que todavía sigue dándole
vueltas a estos asuntos sabiendo que al final todo se cumplirá como marquen los
vientos de los grandes altavoces y que se cansará de oír una y otra vez pocas
ideas y demasiadas descalificaciones, y que miró el calendario y que le parecía
que el camino hasta el día 26 era demasiado largo y lento, y que anda dando
vueltas por la casa sin saber cómo matar este tiempo de indecisión y de
alboroto.
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