jueves, 9 de junio de 2016

AQUEL QUE...



Aquel que, después de haber tentado a la alergia primaveral con un paseo por el campo, se tuvo que guardar en casa para no provocar más a los pólenes, y que tuvo algo más de tiempo para descansar aquel día y para recordar algunas ideas que tenía perdidas por algún salón oscuro de su mente, y que no se pudo retirar a sí mismo demasiado porque en los medios de comunicación no paraban de darle noticia de que empezaba la campaña electoral de nuevo, y que pensó que casi todo lo que le contaban le sonaba a viejo y repetido, y que veía a los líderes y se ponía de mal humor porque no observaba que ninguno de ellos admitiera ningún error ni ningún fallo en sus planteamientos, y que deseó que al menos uno de ellos dijera que él y los que representaba proponían unas medidas que no aspiraban a arreglar todas las cosas sino humildemente a mejorar algo la situación, y que siguió imaginando que ese mismo representante, cuando un presentador le preguntó por la sanidad, se le quedó mirando y con sorna le contestó que si creía que él era algún dios o que tenía algún conejo en la chistera para obrar milagros y que, sin bajar la mirada, acojonó al periodista cuando le respondió con calma que su formación iba a intentar la mejora con algunas medidas pero que las cosas no se arreglan de la noche a la mañana si no se plantea la bondad o la maldad del sistema, y ni siquiera así, y que el presentador, ya un poco más encogido de ojos y de manos, bajó el tono cuando le preguntó por otros apartados, y que el político le sonreía como recriminándole suavemente y haciéndole saber que aquellas preguntas absolutas solo respondían a criterios de engaño y de superficialidad, y que estaban hechas solo para medio tontos, y que él no estaba allí para complacer al interlocutor sino para ofrecerse como ayuda a la sociedad para intentar mejoras para todos, y que todavía el presentador le encaró con las encuestas en las que le recordaba que su formación estaba bajando y que no le iba muy bien en los pronósticos, y que el político lo miró aún más fijamente y que elevó el tono y con fuerza le espetó que esas eran sus propuestas y que si la gente no las votaba no estaba dispuesto a regalar los oídos a nadie y que si los resultados eran malos para ellos que seguirían analizando la realidad pero que no estaban dispuestos a cambiar ideas por votos, y que el presentador se quedó sin saber qué más preguntarle, y que cuando estaba en estas imaginaciones sonó el timbre del cartero, aquel cartero que siempre ponía el dedo en el timbre de su casa, y que le sacó de sus sueños, y que por un momento pensó que había vivido una realidad interesante, y que en esos momentos le mandaron un guasap en el que le convocaban para la pegada de carteles nada menos que a la media noche, y que le dio por pensar que para qué servía eso de los carteles si no era para ensuciar las paredes, y que no había mejor cartel que el de las televisiones en las que todos estaban colgados permanentemente, y que se lo pensó varias veces y que quedó indeciso ante la invitación, a medio camino entre la inutilidad y el símbolo de un hecho que se viene produciendo durante muchos años, y que se planteó si era conveniente realizar alguna actividad visible durante los días de campaña, y que todavía sigue dándole vueltas a estos asuntos sabiendo que al final todo se cumplirá como marquen los vientos de los grandes altavoces y que se cansará de oír una y otra vez pocas ideas y demasiadas descalificaciones, y que miró el calendario y que le parecía que el camino hasta el día 26 era demasiado largo y lento, y que anda dando vueltas por la casa sin saber cómo matar este tiempo de indecisión y de alboroto.

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