El presente… ¿Qué es eso del
presente? Tal vez un equilibrio difícil entre el pasado y el futuro, una
representación enmascarada de un tictac en el tiempo, una falsa parada que no
para, un viaje para quedarse en el mismo sitio, una carrera inútil porque, por
mucho que corramos y nos apresuremos, siempre terminamos dándonos alcance a
nosotros mismos, un olvido de otras metas para quedarse a mirar el mismo
paisaje y las mismas aceras, una convicción íntima de que, al final, todo
termina siendo agua pasada…
En fin, no nos pongamos
imaginativos. O no demasiado, porque el exceso nos mata y la carencia no nos
deja salir por ahí a vivir.
De modo que, en el Congreso, dos
parlamentarios se han dado un beso en la boca y, aunque solo sea por la falta
de costumbre, han dejado boquiabiertos a la mitad de los presentes. Antes y
después se habían dirigido, en el lugar y por parte de uno de ellos, imprecaciones
más propias de una taberna en madrugada, o de general fanfarrón, que de
personas dispuestas a parlamentar serenamente y con argumentos. Así es la vida.
Pero estos achuchones no deberían
escandalizar a nadie. Al fin y al cabo, estas efusiones son externas, simples,
de afecto y de amistad. Más cuidado habría que prestar a las otras
declaraciones, que enfangan todo y no arreglan nada, si no es el enardecimiento
de los seguidores fanáticos, poco necesitados de ninguna arenga apocalíptica.
Porque mira tú si habrá habido en
la Historia manifestaciones mucho más escandalosas, ocultas o semiocultas en
las que la moral y la decencia “oficiales” se han desparramado sin que el río
se haya desbordado. Ayer repasaba una retahíla de infidelidades, de lujurias y
lascivias, de cuernos y de recuernos en los dos últimos siglos en España, y
parece que historia y cuernos se confunden, que el sexto mandamiento no deja
lugar al menos a las excepciones, y que aquí el que no corre vuela.
Algunos casos personales son casi
paradigmáticos. Tal el caso de Isabel II, que guarda una lista de personajes
amantes casi como la guía de teléfonos antigua; o el contrario, hasta el
desfogue incontrolado, para recuperar el tiempo perdido, de Corín Tellado. Nuestra
historia se escribe con el acortamiento de las faldas, con los catecismos de
los reprimidos, con los preservativos de ultimísima hora, con las suecas y el
turismo, y siempre, con la moral amenazante de las sacristías y los
confesionarios. “De todas las historias de la Historia…”
No volvamos a taparnos ahora,
después de tanto destape escondido y de alcoba. Tampoco en la manifestación de
nuestras ideas. Pero hagámoslo con un poco más de cautela, con algo menos de
chulería y con una pizca de humildad. Tal vez entonces, los besos de amistad
sean más serenos y serán acogidos con normalidad, sin la extrañeza del que besa
pero a la vez reparte zurriagazos a diestra y siniestra, sin pensar que el
presente se expande en el futuro, y que “arrieritos somos y…”
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