No está muy lejos Micenas
de Epidauro y alguna vez había que nombrar a un conductor que te lleva y te
trae durante más de una semana. Su nombre era Georgios y su destreza al volante,
de muchos quilates: ni un mal frenazo ni un pequeño despiste; su
desconocimiento del español le sometía a la discreción y casi al silencio.
Pero vayamos a MICENAS.
Lo hacemos por carretera estrecha y no tardamos en llegar. Comemos con rapidez
y nos acercamos a contemplar la zona de dominio de esta ciudad estado y los restos arqueológicos que atesora.
Llegar a Micenas es lo mismo que retroceder en el tiempo y
olvidar los elementos que nos ayudan a dividirlo y a tratar de dominarlo. A mí,
como siempre, solo me interesan los elementos históricos en tanto que sean
capaces de remover mi conciencia si veo su repercusión en el presente o me
animan a dejar correr la imaginación a mi antojo.
Existen muy sesudos estudios acerca de la época de esplendor
de Micenas. Todos la sitúan entre 1600 y 1100 antes de Cristo. Es este el
tiempo en el que su dominio sobre la región y sus luchas contra otras ciudades
estado del contorno y de la Hélade se muestra más activo. Aquí cabe toda una
lista de hechos que se hace interminable y que a mí me ocupan menos ahora,
porque no caben en apuntes tan breves y porque andan aguardando en los libros
de historia de la Grecia Antigua.
Lo más importante ahora es que Micenas representa ese espacio
nebuloso en el que la Historia se pierde para hacerse gas en la memoria y en la
imaginación; es el espacio y el tiempo del mito y del aporte de las
connotaciones que cada uno quiera añadir. Yo llegaba con las ideas dormidas en
mi imaginación de Agamenón, aquel rey jefe de los aqueos que fueron hasta Troya
en busca de la venganza por el rapto de Elena. Habría mucho que comentar acerca
de si este fue realmente el motivo, pero demos todo por bueno para no perturbar
nuestra imaginación. Y en mi mente se abrían las páginas de la Iliada y los
ojos ciegos de Homero, su cantor. Siempre me ha gustado más la Odisea
(Odos=camino; Odiseo=el caminante, el aventurero), la primera novela de
aventuras de la Historia, que la Iliada; pero, para este momento, había que
dejar paso a las luchas de guerreros, de héroes y de dioses protectores de uno
y otro bando a las puertas de Troya. Con Homero y sus relatos se juntaban todas
las genealogías de dioses contadas por Hesíodo en su Teogonía; y la mezcla daba
un conjunto de niebla y de misterio que empujaba a la contemplación y al
silencio. Porque de por aquí habían salido Agamenón, pero también Helena, y
Ulises, Aquiles y Patroclo… Y les aguardaban Príamo, Ayax, Paris, Eneas con
Ascanio o el anciano Anquises. Por encima y por debajo, los dioses y las diosas
protectores de unos y de otros, y jugando siempre a la guerra y a la venganza
como si de una fiesta se tratara. En fin, la Iliada y la Odisea al descubierto
en espacio y casi en tiempo.
Y, en la acotación de Micenas, la confusión de los aspectos
más heroicos con los más humanos y deficientes en la persona de Agamenón.
Porque su historia personal no es precisamente un caminito de rosas, ni su
final el más deseado. Acaso su mujer también tenía un límite en sus
comprensiones y terminó por decir hasta aquí hemos llegado. Pero con esto de
los héroes hay que tener cuidado para que no se nos caigan los palos del
sombrajo y volvamos a la realidad más mostrenca y grosera. El que quiera más
historia, que se acerque a estas figuras y verá que en todos los sitios cuecen
habas y que no todo el monte es orégano; ni mucho menos.
Yo preferí quedarme en el ensueño y en el engaño, pero
sabiendo que me estaba engañando. La guía, Angélica, con sus explicaciones, dio
la vuelta al tiempo y nos llevó hasta tres mil años atrás. Y allí soñamos (yo
al menos) ver algunos de los primeros vagidos de la Historia. Visitamos la
acrópolis (acros+polis) de Micenas, en sus diversas construcciones y restos,
imaginamos (imaginé) los pasos de Agamenón por las estancias y otro tanto hice
con los apartados destinados a soldados, vendedores, difuntos o consejeros. Los
detalles técnicos están en color y perspectivas hermosas en cualquier ventana
de internet.
Cuando la imaginación había tenido tiempo de navegar por las
olas de lo confuso y de lo alejado, volví a mi consideración más frecuente cada
vez que visito una muestra monumental en un arte cualquiera, sobre todo en
escultura y en pintura. Trato de visualizar la sociedad que hacía real estos
espacios y estos tiempos. Y el resultado, entonces, no me parece el más
saludable: reyes, poderosos, mandones, esclavos, servidores, dioses que sirven
para justificar las desigualdades e injusticias…, desigualdades por todas
partes. Y el ánimo se me viene al suelo si considero lo que sigue sucediendo en
los días que me toca vivir. Todo ha de ser explicado desde su contexto para
poder ser entendido realmente. Las ciudades estado tenían sus propias
características; pero el panorama no deja de ser para mí desolador.
Desde la acrópolis de Micenas, se dominaban los campos de la
región, todas aquellas tierras dominadas por el centro de poder y desde la
altura, defensa y muestra de ese poder para todas las tierras.
Aparte de la acrópolis, en Micenas se conserva la tumba del
Agamenón, el rey Atreo jefe de los aqueos en la guerra de Troya. Poco importa
que haya discusiones acerca de si realmente corresponde a tal rey o no. La
imaginación lo quiere (muchos estudios también) y es bastante. También los
detalles técnicos se pueden ver en las ventanas de internet o en cualquier
libro de Historia. Tal vez lo más destacado para mí sea su carácter ciclópeo (imaginemos
y hasta veamos a los cíclopes echando una mano con las piedras) y lo bien que
consigue rematar lo que se asemeja a una cúpula gigantesca. Mi mente se marchó
inmediatamente al Panteón de Roma, por su parecido y, en alguna medida, por su
finalidad semejante.
El tercer elemento de
impacto no se conserva a la vista en Micenas, sino en los museos de Atenas,
pero supone algo especial para cualquier visitante curioso. Se trata de los
restos de cerámica que las excavaciones nos han descubierto y, sobre todo, las
inscripciones de primeras escrituras que en ellos se grabaron. Es lo que se ha
venido a denominar Escritura Lineal B, una especie de ensayo de lo que después
sería el alfabeto y la sistematización del legado escrito, ese en el que se
conserva la memoria de todo lo pasado que ha logrado sobrevivir y ha llegado
hasta nosotros. Imaginar ese ensayo, todavía torpe, de fijar en líneas
sencillas las expresiones orales y los pensamientos supone algo así como ir a
Fátima y contemplar un milagro de los de verdad. He defendido muchas veces que
el ser humano lo es realmente en el momento en el que consigue un sistema, aunque
sea elemental, de articular la palabra. Primero, mucho antes, en forma oral;
después, mucho después, en forma escrita. Pues en estas tierras tenemos algunos
de esos primeros vagidos; sus vasijas conservan algunos de esos trazos que
trataban de explicar cualquier cosa de la vida cotidiana en forma de esquema
visual organizado. Después vendría aquello de la alfa, la beta…, el alfabeto,
también el nuestro.
Pues dejen que todos estos elementos hagan mezcla,
conviértanse en alquimistas de la imaginación y déjense llevar por sus aromas.
Pueden salir ebrios y hasta adictos a la ebriedad. Pero esta tal vez merezca
más la pena.
Demasiadas sensaciones en tan poco tiempo. No importa. Se
trataba de despertar todo lo que andaba dormido y ahora miraba asustado y como
en duermevela. No había que dejar cerrada ninguna ventana; al revés, mejor
añadir más imágenes y escenas a las ya existentes y dejarlas reposar de nuevo:
ya habría tiempo de recuperarlas con serenidad y sorpresa.
Micenas fue una buena dosis en vena de mitología, de héroes
intermedios, de sociología, de pulsos de poder, de miserias humanas, de
literatura…, de sueños. Que despierten cuando quieran.
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