En ese mundo inconcreto y lejano andábamos inmersos cuando
seguimos viaje hacia un lugar de referencia más próxima y universal, pero no más
misteriosa que la que habíamos dejado atrás y que la que conoceríamos en otro
lugar. Los viajes se ordenan de acuerdo con diversas necesidades y no siempre
prevalecen los criterios menos económicos.
Habíamos dejado atrás el mundo mítico de Micenas, de su eco
apenas histórico, y nos aproximábamos a un lugar y a un símbolo más reconocido,
algo más próximo. Aunque todo depende de la perspectiva que le apliquemos.
Olimpia es, ante todo, un sitio arqueológico al oeste de la
península del Peloponeso, por la que andábamos felizmente perdidos y lejos del
tiempo. Recoge, en una extensión muy grande, los restos (siempre restos) de
todo un conjunto de hechos, edificios religiosos y civiles que resumen en buena
medida el índice de la historia de muchos siglos de Grecia. Hay datos de restos
prehistóricos, de asentamientos varios…, pero, por encima de todo, es un lugar
de culto, un centro que servía para la aproximación de las ciudades griegas,
para la demostración de sus poderíos ante los demás y para amalgamarlo todo con
elementos religiosos y mitológicos, esa mezcla que tan bien ha servido siempre
a los que andan en el ápice de las estructuras de poder para tener calmada a la
comunidad.
Por eso, al lado de los majestuosos templos de Hera o de
Zeus, se pueden observar restos de construcciones en las que trabajaban tanto
los arquitectos como sobre todo los escultores o los adiestradores de atletas.
Allí el monte Cronio (Cronos) presidiéndolo todo y como bendiciéndolo, el
Pritaneo, el Gimnasio y la Palestra (algo así como los campos de entrenamiento
de nuestros atletas actuales), el taller del famoso escultor Fidias y sus
herramientas, los Baños, el Hostal para los sacerdotes de los templos, el
Templo de Hera y el de Zeus, el Estadio…, y muchos otros lugares que componían
todo un conjunto monumental único. Todo ello bordeado por el río Alfeo. ¡Todo
en directo y en el sitio original!
Mejor dicho, todo no, porque los elementos reales tienen que
ser ordenados y compuestos desde los datos historiados y conocidos por los
expertos, pasando por los elementos que la imaginación añada. Y, así como cada
resto o edificio tiene una historia concreta, esta no se completa y no adquiere
todo su sentido y significado hasta que no entendemos su valor y lo que desde
cada uno se jugaba. Si se recoge la historia conocida y se conjuga en sus
diversos elementos, creo que enseguida nos damos cuenta de que todo termina
respondiendo a un esquema de poder. Desde los primeros asentamientos, pasando
por los elementos de culto a los dioses (después suplantados y destruidos por
los cultos a los dioses cristianos) o por las demostraciones deportivas como
muestra de poderío y de ostentación ante los demás.
Olimpia tal vez recoge casi todos los aspectos: la aparente
sumisión a un dios en su culto por parte de todas las comunidades como último
elemento al que recurrir, pasando por las ofrendas de las ciudades, a cada cual
más potente y ostentosa, hasta todas las demostraciones más aparentemente
humanas en el campo deportivo. Eso explica la majestuosidad de los templos, las
estatuas colosales de los dioses, como la de Zeus esculpida por Fidias y
considerada maravilla del mundo antiguo, o las edificaciones deportivas de los
estadios y los hipódromos. Son esas superestructuras que, con otros colores, se
mantienen en nuestros días.
Si tuviera que destacar aquellos lugares que más me empujaron
a la admiración y a la consideración de lo que pudo ser todo aquello, me
quedaría con el Tholon (tempo redondo) de Filipo, o Filipeo, los templos de
Hera y Zeus y el Estadio Olímpico. Me conmocionan, no solo por sus aspectos
arquitectónicos o esculturales, sino por lo que aúnan, explican y conservan. La
superestructura religiosa amparaba las disputas de las comunidades (ciudades
estado) y estas se dirimían en tiempos de paz con demostraciones de poderío en
ofrendas (fundamentalmente estatuas para los exteriores de los templos), y en
tiempos de guerra con invocaciones a los dioses como elemento de poder o de
reconciliación.
Perderse por aquellos lugares es encontrarse de nuevo con el
sueño del tiempo y tal vez la constancia, cuando la conciencia se recupera, de
que en el sueño y en la realidad de las distintas épocas acaso las diferencias
no son tan notables. Después, todo hay que adobarlo con los recuerdos de las
lecturas y con todo el poso que el tiempo haya ido dejando en cada uno de los
visitantes.
Tal vez lo más próximo a nuestros días sea el reclamo de las
olimpiadas, esa especie de reunión simbólica de pueblos en competición con sus
mejores atletas (Menos mal que después nos hemos inventado olimpiadas
matemáticas, de filosofía…). Si examinamos con calma, tampoco hay tanta
diferencia entre lo que se sustanciaba entonces en una olimpiada y lo que se
dirime hoy. En el fondo es una demostración externa del poderío de una
comunidad ante todas las demás en el aspecto más físico. Es verdad que hay que
cambiar todo lo que nos pide el paso del tiempo en casi tres mil años, pero la
raíz y la esencia siguen ahí, mutatis mutandis.
Curiosidad estética y cultural: los atletas se representan
desnudos (hay anecdotario para explicar por qué corrían desnudos), lo mismo que
los dioses; solo a ellos les corresponde tal privilegio. A los vencedores les
correspondían muchos otros. Nada demasiado alejado de lo que sucedía en Roma
con los gladiadores y en nuestros días con los campeones deportivos. Pero de
este hilo no debemos tirar más porque la madeja es muy larga.
Allí, en la antesala del templo de Hera, se halla el lugar en
el que cada cuatro años se enciende la llama olímpica para ser llevada, después
de un recorrido por medio mundo, hasta el lugar de celebración de las
correspondientes olimpiadas. Se procura encender con los rayos solares, pero a
veces Zeus o Hera juegan malas pasadas.
¿Cómo no va a perderse uno por aquellos parajes, en medio de
los templos de los dioses del Olimpo (a pesar de que el monte Olimpo se halla
más al norte) y evocando los restos de un mundo que andaba ya poniendo las
bases para todo lo que después hemos sido nosotros?
Los griegos de nuestros días han acordado, con muy acertado
criterio, resguardar las principales muestras de su historia antigua en museos
arqueológicos; allí pueden resguardarlas del paso del tiempo y de su inevitable
deterioro. Las excavaciones siguen y las reconstrucciones también. Por ello se
puede observar en el museo de Olimpia lo que pudo ser la estatua de Zeus, hoy
perdida y rapiñada por todos, o los frisos y frontones de los diversos templos,
entre otra serie de restos de diverso tipo.
De nuevo, los detalles de carácter técnico y artístico me
interesan menos, o, mejor dicho, no me importa demasiado exponerlos aquí porque
andan expuestos muy bien en otros lugares. Me interesa, y mucho, lo que en
conjunto simboliza todo este conjunto, el mundo que hay detrás de él y las
repercusiones que haya podido tener, también y sobre todo en nuestros días, en
mis días y en mi vida. Son muchas y muy importantes.
Por ello salí saciado de imágenes y de sensaciones, cansado
pero contento, con el almacén lleno y hecho un caos. Tiempo habría de
ordenarlo. Unas decenas de imágenes y de fotografías personales ayudarían a
ordenarlas y a degustarlas.
Dioses, sacerdotes, creadores, atletas, ofrendas,
demostraciones, sacapechos, superestructuras, esclavos agradecidos y hasta
entusiastas, escalas de valores… Qué sé yo, todo un mundo en revoltijo dando
vueltas por mi cabeza. Allí, en la cuna de mi civilización, en la escala de
valores de la que yo sigo bebiendo. Acaso cualquier ser humano. Y yo allí, como
niño de escuela, dejándome empapar como esponja que absorbe todo lo que le
llega.
Bueno, vale por hoy.
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