Saltar en una sola jornada desde el extremo occidental del
Mediterráneo hasta la parte más oriental es solo asunto de tiempos muy
recientes. Cuando los fenicios surcaban sus aguas para negociar con los productos, se despedían de
sus tierras por una larga temporada; los romanos tardaron su tiempo en hincar
el diente a las tierras occidentales y norteñas de esta nuestra península, por
pensar solo en algunos casos históricos. Hoy todo esto queda solucionado con
esos pájaros gigantes que surcan el espacio como si las leyes físicas de la
gravedad se hubieran tomado un respiro y no quisieran actuar contra nosotros.
La mañana se despertó en Barajas conociendo y saludando a los
que nos iban a acompañar en el viaje y al guía que se hacía cargo de nosotros.
Las primeras impresiones son siempre un poco traicioneras, pero yo me dejo llevar
bastante por esas primeras miradas, por esas primeras preguntas, por esos
aspectos, por los primeros comentarios. Y no quiero engañarme: no fueron los
mejores. La culpa, en la mayor parte, tiene que ser mía pues ya parto con
prejuicios en esta clase de viajes. Cada uno tiene sus inquietudes y sus
expectativas. Yo solo puedo pedir respeto a los elementos comunes y poco más:
horarios, puntualidad, no demasiadas vulgaridades… Qué sé yo, esas pequeñas
cosas que afectan al desarrollo elemental de la convivencia y que la hacen
posible en sus mínimos necesarios. Nada más. Procuraré olvidarme del contexto
humano y pensaré en mis asuntos. Me salva, por otra parte, la ventaja de viajar
con mi esposa, con mi hermana Fide y con Pedro, su marido. Tiene sus ventajas y
sus inconvenientes eso de poderte aislar un poco de todo.
Así que nos vimos en el cielo a eso del mediodía. Con todo
por delante y a vuelo de pájaro de las llanuras del centro de la península. Un
cálculo equivocado en los billetes me situó solo y aislado de mis acompañantes
en el avión. Todo tiene sus ventajas si se saben aprovechar.
Pronto, el mar allí abajo y yo en todo lo alto, en medio del
abismo, con tiempo para pensar y para dejar suelta la imaginación. Mare
Nostrum, Mar Mediterráneo, nuestro mar, el mar en el centro de la tierra
conocida, el mar que nos pertenece, el mar de nuestras dichas y de nuestras
desdichas. Retazos de la Historia de uno y de otro lado. Sobre todo del mundo
romano, de su extensión, de sus leyes, de su lengua, de sus vaivenes, de sus
desaguisados, de su esplendor y de su decadencia. He visitado varias veces Roma
y otros lugares de Italia; en todos me he sentido como heredero orgulloso de
muchas de sus cosas y de su legado, aunque no de todas. Y a la memoria, también
mis latines, mis lecturas, mis descubrimientos del mundo clásico…, todo un
rosario de imágenes en tropel y algo desordenadas.
Pero esta vez el destino era Grecia. Y Grecia aún despertaba
en mí algo más lejano y confuso, algo más entretejido de leyenda y de mito, de territorio
y tiempo en los que la memoria se pierde y se diluye. Ya he dejado dicho que
había visitado Athos, esa especie extraña de reserva espiritual ortodoxa, en
dos ocasiones. Ahora era el encuentro con algo que andaba entre las lecturas y
el sueño, entre los principios y las dimensiones reales.
Las circunstancias (diré los hados para esta ocasión) se me
pusieron favorables y las aproveché. El viaje tiene que estar siempre lleno de
circunstancias especiales: La vida es una
aventura atrevida o no es nada, como enseña Cavafis. Yo había preparado
una, por si acaso se podía llevar a cabo. En mi equipaje había incluido un
libro con algunos de los diálogos de Platón. ¡Iba a Grecia! Pues, como la
ocasión la pintan calva, no dejé que le creciera el pelo y me puse manos a la
obra. En los cielos que cubren Italia y Grecia leí El Banquete, ese diálogo que indaga y trata de definir, en boca de
Sócrates, una de las palancas que mueven la actividad humana: el amor, junto
con su oponente: el interés particular. Sonará raro, pero era mi manera de
agradecer a estas tierras todo lo que me han prestado gratuitamente para la
formación de mi pensamiento y mi manera de comportarme en la vida. Anoto aquí
al azar alguna de sus frases:
“¿Las cosas buenas son también bellas?”.
“Eros es amor de lo bello. Eros es necesariamente amante de
la sabiduría”.
“- ¿Y qué será de aquel que haga suyas las cosas buenas?
Esto ya puedo contestarlo más fácilmente: que será feliz”.
“Lo que los hombres aman no es otra cosa que el bien”.
“El amor es, en resumen, el deseo de poseer siempre el bien”.
“Pues esta es justamente la manera correcta de acercarse a
las cosas del amor o de ser conducido por otro: empezando por las cosas bellas
de aquí y sirviéndose de ellas como de peldaños ir ascendiendo continuamente,
en base a aquella belleza, de uno solo a dos y de dos a todos los cuerpos
bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas
de conducta a los bellos conocimientos, y, partiendo de estos, terminar en
aquel conocimiento que es conocimiento
no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca al fin lo
que es la belleza en sí”.
En fin, que se me fue el vuelo en estos devaneos raros hasta
que apareció allí abajo, a vista de pájaro, Atenas, la ciudad que nos
aguardaba, acostada al lado de las tranquilas olas del Mediterráneo,
conteniendo a sus mitos, a sus lejanas historias y a sus héroes, a sus
filósofos y a todos los que habían forjado los pilares de la civilización
occidental. El cielo no andaba muy contento pues descargó una tormenta poderosa
que inundó las carreteras de aproximación al centro de la ciudad. Un
recibimiento propio de algún capricho de Zeus, del Júpiter posterior o del Dios
más familiar, trillizos con idéntico nombre.
Yo miré desde arriba y sentí el descenso como una
aproximación respetuosa hacia lo desconocido. A pesar de todas mis lecturas y
de mi admiración por el mundo clásico griego. Saludémonos con calma y sin
reticencias. A ver de qué humor están los dioses allá en el Olimpo.
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