Con frecuencia, la cultura camina
disfrazada de mendigo. En los tiempos que corren, su visibilidad se muestra en
anuncios de nubosidad y tiempo inestable. Pero, a veces, aclara el tiempo, las
nubes se dan un respiro y el sol enciende el foco. El trocito de espacio hasta
el que llega se templa, se calienta y termina surgiendo de la tierra un manantial
sonoro y sabrosísimo.
Fin de semana madrileño, de esos
que completo con bastantes actividades programadas en solo dos o tres días. Sábado,
seis de febrero. Off la Latina. Espacio alternativo de teatro. Apenas sesenta o
setenta asientos en bancos corridos. No hay más espacio. Escenario mínimo. El
local parece algo así como una cochera adaptada. Fundido en negro. Hay que
esperar en cola. Cuando entramos, dos actores dialogan sobre el escenario. El
espectador no tiene tiempo de aclimatación. Obra in media res. Texto de Mario
Benedetti: “Pedro y el capitán”. Compañía El Hangar. Tan solo dos actores. Decorado
minimalista.
La casualidad ha querido que
durante la semana anterior yo haya dedicado horas a la lectura de libros de
poemas de Benedetti (sigo hasta completar las mil y muchas páginas del uruguayo
en estos días). No necesito contextualización de ningún tipo. Con un trabajo
desgarrador e intensísimo de los dos actores, el texto del uruguayo presenta el
enfrentamiento entre un preso político y un verdugo coronel, disfrazado de capitán
en las horas de tortura. Aparentemente, el asunto parece quedar lejos de
nuestra geografía y de nuestros años. Pero poca sensibilidad hay que tener para
no actualizar años de dictadura de aquí y años de dictadura, también actuales,
en otros sitios y lugares. La tortura, la falta de igualdad, la ausencia de
garantías, los desmanes incontrolados, las barbaridades y las faltas de mesura,
el descontrol de la razón y su insulto, el dolor y el sufrimiento, la angustia,
los malos tratos como arma de poder y hasta de posesión… Todo en el texto y
todo en la mente de cualquiera. Y, en otros formatos menos clásicos, muchas
veces a nuestro mismo lado.
Como el texto lo ha compuesto un
poeta, se ve reforzado en sus ritmos, en sus cambios de registro y en sus
planteamientos. Así, al lado de diálogos cortados y expresivos, aparecen otros
muchos más líricos y cargados de ternura y sensibilidad. Y lo mismo le sucede
al planteamiento de la idea central: el torturador termina pidiendo disculpas
al torturado en una catarsis personal y colectiva a la que el espectador asiste
emocionado. ¡Qué escaso es el poder del potentado cuando lo que posee es solo
el poder y no la razón ni el sentimiento; cuando todo se ha puesto al servicio
de una apariencia social en un sistema establecido en el que se está a gusto y
bien instalado, y no al servicio de un ideal adquirido en el desarrollo de la
razón y en la práctica del sentimiento!
La salida del local, por puerta
angosta y oscura, nos devolvió a la noche de Madrid, ese lugar indefinido en el
que confluyen también todos los amantes de la noche. Hacía fresco y el cielo
andaba gris y pálido.
Después vi que entregaban los
premios Goya. Demasiada pajarita y demasiado vestido de gasa y trasparencia. De
nuevo en la apariencia y el glamur. No vi que se concediera ningún premio a
ninguno de los actores de El Hangar, que, un rato antes, se habían dejado la
piel para poner en escena un extraordinario texto de Benedetti y una idea sobre
la que rumiar y rumiar tranquilamente.
Luego fue carnaval, y fueron
chirigotas, y fue también la compañía magnífica de Fide y Pedro, y fue el todo
Madrid, donde se funde todo y todo se recoge con manos amplias y corazón
abierto.
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