Febrero 1939, día 22, Colliure.
Medio olvidado, solo y desolado, murió don Antonio Machado. Hoy hace 75 años de
aquel día desdichado.
Don Antonio Machado es uno de los
pocos creadores de los que me gusta no apear nunca el don que se merece. Es don
Antonio Machado. Siempre ha sido uno de mis referentes y de mis autores de
cabecera y de corazón. Y nunca ha decaído la estima que siento por él y por su
obra.
Creo que digo bien: por él y por
su obra. Sé que de un creador me tiene que interesar sobre todo su creación
literaria. Pero este hombre está hecho de otra pasta para mí. Don Antonio
Machado es el antihéroe, el sencillo, el rumiador de palabras, el de las
palabras verdaderas. Sus palabras son verdaderas porque no solo describen sino
que sienten; sus paisajes nunca están muertos, aunque mueran; y los objetos no están
apartados, sino que se apartan. Y, en los paisajes vivientes, el ser humano
ocupa su lugar para con-sentir, para sentir con ellos en plano de igualdad. El
ser humano, así, adquiere sencillez y duración, palpita y se conmueve al ritmo
de las cosas, como si estuviera recubierto con una capa de tiempo y de
naturaleza de la que le vinieran todos los sentimientos. Por eso siempre he
dicho, con simplificación simplona, que muchos de los poemas de don Antonio
Machado son naturaleza con bicho. El bicho lo poseen los elementos naturales en
tanto que viven y sienten; y en los poemas vive también el espíritu humano como
bicho humanizado y naturalizado. A don Antonio le dolían los paisajes y él se
sentía dolorido como los propios paisajes. Un dolor que era sencillo, el de la
sencillez del hombre bueno y sosegado, el de la humildad del hombre profundo y
duradero en esa sencillez. En las voces de Juan de Mairena y de Abel Martín nos
dejó un esquema de filosofía vital que sigue ahí vigente y amistoso.
Son muchos los pensamientos -o índices
de pensamientos- los que me vienen a la memoria. Quizás ninguno tan amplio y
rotundo como aquel en el que afirma esto: “Por mucho que un hombre valga, nunca
tendrá valor más alto que el de ser hombre”. A ver qué Platón o qué Kant lo
mejora. ¡Si supiéramos leer esta oración!
¿Alguien -me pregunto- ha extraído
más significado de la palabra “tarde” que don Antonio Machado? Tal vez, con la
metáfora de los ríos, de Manrique, la más utilizada y la más clásica de la
literatura en lengua española.
Y después, todos sus proverbios,
tan hondos y radicales, tan vivos y tan universales; y su dolorido sentir; y su
mirada limpia; y el mundo popular en su cabeza; y…
Luego están las escuelas, y las
evoluciones, y los elementos técnicos, y todo eso que estudian los
profesionales. Pero eso ocupa ya un escalón de orden menor.
Me siento muy deudor de don
Antonio. En la lectura de sus obras, en mi creación, en los elementos radicales
de su filosofía, en el ejemplo de su persona y de su vida.
Hoy el cielo está gris y la tarde
bosteza. “Es una tarde cenicienta y mustia, / destartalada como el alma mía”. Acaso
no recuerdan sus palabras misteriosas: “Estos días azules y este sol de la
infancia”.
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