viernes, 18 de agosto de 2017

METAMORFOSIS (IX): IO

ÍO

”Oh, doncella, que habrías de hacer feliz
al indecible Júpiter,
dirígete a las sombras de esos profundos bosques”.
La ninfa Ío huye
dejando pastizales
y hollando labrantíos, pero Júpiter
echó sobre la tierra gran neblina
y arrebató de Io la blancura
de su virginidad.

La mirada de Juno se sorprende
con nieblas tan aladas
en un día terreno tan de fuego,
y busca la razón de sus sospechas
como quien bien conoce
los ardides frecuentes de un marido.
La figura ninfática de Ío
se torna en cuerpo hermoso de novilla
(“incluso como bóvido es hermosa”).
Juno inquiere el origen
de aquel animal noble
y exige su regalo
a Júpiter, que duda:
el honor le aconseja a darla a Juno,
el amor le disuade y le estimula
a conservar la presa a buen recaudo.

Pero Juno domina la batalla
y embrida su trofeo
entregándola a Argos
para que la custodie.

Los cien ojos de Argos vigilaban
día y noche el pacer de la novilla,
que, aunque anhelaba presentar sus brazos,
los brazos no existían;
sólo el lamento provocó un mugido
que aterró con sus sones las riberas,
y en las aguas del Ínaco
reconoce unos cuernos en su testa
que la obligan a huir de su camino.

El padre soberano de los dioses
se apiada de las lágrimas de Io
y suplica a Mercurio
por la muerte de Argos.

La dulce melodía de la siringa
movida por Mercurio
intenta doblegar al dulce sueño
de los cien ojos de Argos.
Cuando habían sucumbido y las pupilas
se encontraban cubiertas por el sueño,
con la espada separa la cabeza
y la noche completa se adueña de sus ojos.
Juno los lleva a sus lucientes plumas
y a su cola de pavo refulgente.

Hasta el Nilo vagaba la novilla.
Allí elevó sus quejas
a Júpiter tonante
para pedirle el fin de sus desgracias.
Hacia su esposa Juno
revierte las plegarias:
“Olvida el miedo ya:
nunca será ya causa
de pena para ti”.

Cuando la esposa estuvo serena y aplacada,
Ío vuelve al aspecto de ninfa de los ríos:
desaparecen cuernos,
encógense los ojos y la boca,
las pezuñas dan paso a cinco uñas
en los alados pies;
la ninfa, satisfecha,
se yergue y teme hablar,
y evoca los sonidos de eco en eco
hasta lograr un himno
que da contento al agua y a la tierra
y al viento la cadencia

del baile de las ninfas al girar.

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