ÍO
”Oh, doncella, que habrías
de hacer feliz
al indecible Júpiter,
dirígete a las sombras de
esos profundos bosques”.
La ninfa Ío huye
dejando pastizales
y hollando labrantíos, pero
Júpiter
echó sobre la tierra gran
neblina
y arrebató de Io la blancura
de su virginidad.
La mirada de Juno se
sorprende
con nieblas tan aladas
en un día terreno tan de
fuego,
y busca la razón de sus
sospechas
como quien bien conoce
los ardides frecuentes de un
marido.
La figura ninfática de Ío
se torna en cuerpo hermoso
de novilla
(“incluso como bóvido es
hermosa”).
Juno inquiere el origen
de aquel animal noble
y exige su regalo
a Júpiter, que duda:
el honor le aconseja a darla
a Juno,
el amor le disuade y le
estimula
a conservar la presa a buen
recaudo.
Pero Juno domina la batalla
y embrida su trofeo
entregándola a Argos
para que la custodie.
Los cien ojos de Argos
vigilaban
día y noche el pacer de la
novilla,
que, aunque anhelaba
presentar sus brazos,
los brazos no existían;
sólo el lamento provocó un
mugido
que aterró con sus sones las
riberas,
y en las aguas del Ínaco
reconoce unos cuernos en su
testa
que la obligan a huir de su
camino.
El padre soberano de los
dioses
se apiada de las lágrimas de
Io
y suplica a Mercurio
por la muerte de Argos.
La dulce melodía de la
siringa
movida por Mercurio
intenta doblegar al dulce
sueño
de los cien ojos de Argos.
Cuando habían sucumbido y
las pupilas
se encontraban cubiertas por
el sueño,
con la espada separa la
cabeza
y la noche completa se
adueña de sus ojos.
Juno los lleva a sus
lucientes plumas
y a su cola de pavo
refulgente.
Hasta el Nilo vagaba la
novilla.
Allí elevó sus quejas
a Júpiter tonante
para pedirle el fin de sus
desgracias.
Hacia su esposa Juno
revierte las plegarias:
“Olvida el miedo ya:
nunca será ya causa
de pena para ti”.
Cuando la esposa estuvo
serena y aplacada,
Ío vuelve al aspecto de
ninfa de los ríos:
desaparecen cuernos,
encógense los ojos y la
boca,
las pezuñas dan paso a cinco
uñas
en los alados pies;
la ninfa, satisfecha,
se yergue y teme hablar,
y evoca los sonidos de eco
en eco
hasta lograr un himno
que da contento al agua y a
la tierra
y al viento la cadencia
del baile de las ninfas al
girar.
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