OCÍRROE
Ocírroe, la ninfa,
de estirpe de Quirón y de
Cariclo,
cantaba los secretos de los
hados
al niño que crecía allí en
la cueva:
“A ti se confiarán las
peticiones
de los cuerpos mortales y tu
cuerpo
alcanzará la vida de los
dioses”.
A la otra parte mira y con
sus lágrimas
vierte sobre su padre estas
palabras:
“Tú, padre de mis carnes,
nacido para estirpe de los
dioses,
desearás morir y hacerte
humano
cuando el cruel veneno de la
sierpe
se instale entre tus
miembros;
así el número exacto de los
dioses
no sufrirá rebaja”.
Vuelve a llorar la ninfa
cuando advierte
que se retira su apariencia
humana;
La apariencia de yegua se
hace clara
en toda su figura:
sus sonidos se tornan en
relinchos,
los dedos se transforman en
pezuñas,
son crines sus guedejas y su
manto
se vuelve larga cola
que ennoblece a la yegua.
El aspecto y la voz se
sorprendieron
paciendo entre las hierbas,
mientras los animales,
sorprendidos,
piafaban en su honor
solemnes danzas.
Sola, la ninfa llora,
antes fatal cartera de los
hados,
ahora yegua infeliz,
capricho del destino por los
campos.
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