CORONIS
En tierras de Focea fui
engendrada
y princesa era hermosa ante
los ojos
de ricos pretendientes.
Mas, cuando caminaba por la
playa,
con mis trenzas al aire
y mi cuerpo desnudo junto al
agua,
el dios del mar enciende
sus ansias de tenerme.
En vano me persigue
y en vano me fatigo
sobre la blanda arena que me
acoge.
Tan sólo una doncella me
proporciona ayuda,
Minerva, que portaba
virginidad perpetua.
De poco sirven súplicas
a dioses y mortales:
mis brazos comenzaron a
tintarse
de ennegrecidas plumas,
por mi cuerpo crecían las
raíces
de volanderas alas,
y ya ni manos ni desnudo
pecho
sentía en mi desnudez.
La arena me lanzaba hacia
las brisas
y en ave que volaba hasta
Minerva
se tornaban mis muslos
doloridos.
Una flecha mortal ha
derribado
el vuelo de la dócil
avecilla,
que baña con la sangre color
púrpura
sus renegridos miembros.
Siente gran malestar su
amante, Febo,
que pierde con la muerte de
la caza
también a su hijo amado;
emite los gemidos muy cerca
de la pira,
unge el pecho de aromas y de abrazos
y rapta su semilla de las
mismas cenizas,
del vientre de su madre.
Hasta la enorme cueva del
centauro
llevó su descendencia.
Quirón, de doble cuerpo,
asume los cuidados
del divino linaje
que Febo le prestaba.
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