Acaso la edad, esa medida que se asoma a los polos del
comienzo y del final para medirse cada día; tal vez este tiempo cansino del
invierno, con lluvias, viento y nieve; puede que algún desánimo que altera con
frecuencia la situación de difícil equilibrio en el que uno se mueve; quizás la
reflexión y una acción más escasa…
El caso es que hay ratos en los que uno se sienta a
considerar y a ver la forma en la que las cosas (los eventos que acontecen en
la rúa) todas, las externas y las internas, las grandes y las más pequeñas,
vienen a hacer mella en los sentimientos personales y lo avocan a una alegría
mayor o menor, o a una tristeza más o menos acusada, según ayer afirmaba el
maestro Spinoza.
Y es que hoy también se expresa. Y lo hace así: “En la
medida en que el alma (la mente) entiende todas las cosas como necesarias, tiene
un poder mayor sobre los afectos, o sea, padece menos por causa de ellos.” (Parte
quinta; Proposición V). Y un poco más adelante: “Vemos que la tristeza
ocasionada por la desaparición de un bien se mitiga tan pronto como el hombre
que lo ha perdido considera que ese bien no podía ser conservado de ningún
modo.”
Y ahora es el momento en el que empieza el cosquilleo
y la consideración personal, que incluye casos y momentos personales o ajenos
en los que esta reflexión se puede aplicar. Y no hace falta detallarlos porque
son todos y cada uno, son los más insignificantes y los más esenciales, son los
más efímeros y los más duraderos.
Y concluye uno en la necesidad de aceptar lo
inevitable con serenidad y desde la razón, por más que los sentimientos quieran
aflorar y luchar a fuego con las razones. Y tal vez entonces termine por
imponerse cierta calma y cierto ajuste de los acontecimientos individuales en
un esquema algo más amplio y que, en todo caso, nos supera.
Porque nuestras posibilidades son las que son. Y doy
de nuevo la palabra a Spinoza en su último capítulo de la Parte cuarta: “De
todas maneras, la potencia humana es sumamente limitada, y la potencia de las
causas exteriores la supera infinitamente. Por ello, no tenemos la potestad
absoluta de amoldar según nuestra conveniencia las cosas exteriores a nosotros.
Sin embargo, sobrellevaremos con serenidad los acontecimientos contrarios a las
exigencias de la regla de nuestra utilidad, si somos conscientes de haber cumplido
con nuestro deber, y de que nuestra potencia no ha sido lo bastante fuerte como
para evitarlos, y de que somos una parte de la naturaleza total, cuyo orden
seguimos. Si entendemos eso con claridad y distinción, aquella parte nuestra
que se define por el conocimiento, es decir, nuestra mejor parte, se contentará
por completo con ello, esforzándose por perseverar en ese contento. Pues en la
medida en que entendemos eso rectamente,
el esfuerzo de lo que es en nosotros lo mejor parte concuerda con el orden de
la naturaleza entera.”
No sé si después de estas consideraciones no tengo que
ponerme un capuchón y salir a la calle a consolar a los viandantes. Mejor me
quedaré en casa, al amparo del calorcito y tratando de sentirme poco afectado
por lo que me vaya sucediendo.
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