jueves, 6 de febrero de 2014

CALMA Y SOSIEGO


Acaso la edad, esa medida que se asoma a los polos del comienzo y del final para medirse cada día; tal vez este tiempo cansino del invierno, con lluvias, viento y nieve; puede que algún desánimo que altera con frecuencia la situación de difícil equilibrio en el que uno se mueve; quizás la reflexión y una acción más escasa…
El caso es que hay ratos en los que uno se sienta a considerar y a ver la forma en la que las cosas (los eventos que acontecen en la rúa) todas, las externas y las internas, las grandes y las más pequeñas, vienen a hacer mella en los sentimientos personales y lo avocan a una alegría mayor o menor, o a una tristeza más o menos acusada, según ayer afirmaba el maestro Spinoza.
Y es que hoy también se expresa. Y lo hace así: “En la medida en que el alma (la mente) entiende todas las cosas como necesarias, tiene un poder mayor sobre los afectos, o sea, padece menos por causa de ellos.” (Parte quinta; Proposición V). Y un poco más adelante: “Vemos que la tristeza ocasionada por la desaparición de un bien se mitiga tan pronto como el hombre que lo ha perdido considera que ese bien no podía ser conservado de ningún modo.”
Y ahora es el momento en el que empieza el cosquilleo y la consideración personal, que incluye casos y momentos personales o ajenos en los que esta reflexión se puede aplicar. Y no hace falta detallarlos porque son todos y cada uno, son los más insignificantes y los más esenciales, son los más efímeros y los más duraderos.
Y concluye uno en la necesidad de aceptar lo inevitable con serenidad y desde la razón, por más que los sentimientos quieran aflorar y luchar a fuego con las razones. Y tal vez entonces termine por imponerse cierta calma y cierto ajuste de los acontecimientos individuales en un esquema algo más amplio y que, en todo caso, nos supera.
Porque nuestras posibilidades son las que son. Y doy de nuevo la palabra a Spinoza en su último capítulo de la Parte cuarta: “De todas maneras, la potencia humana es sumamente limitada, y la potencia de las causas exteriores la supera infinitamente. Por ello, no tenemos la potestad absoluta de amoldar según nuestra conveniencia las cosas exteriores a nosotros. Sin embargo, sobrellevaremos con serenidad los acontecimientos contrarios a las exigencias de la regla de nuestra utilidad, si somos conscientes de haber cumplido con nuestro deber, y de que nuestra potencia no ha sido lo bastante fuerte como para evitarlos, y de que somos una parte de la naturaleza total, cuyo orden seguimos. Si entendemos eso con claridad y distinción, aquella parte nuestra que se define por el conocimiento, es decir, nuestra mejor parte, se contentará por completo con ello, esforzándose por perseverar en ese contento. Pues en la medida  en que entendemos eso rectamente, el esfuerzo de lo que es en nosotros lo mejor parte concuerda con el orden de la naturaleza entera.”

No sé si después de estas consideraciones no tengo que ponerme un capuchón y salir a la calle a consolar a los viandantes. Mejor me quedaré en casa, al amparo del calorcito y tratando de sentirme poco afectado por lo que me vaya sucediendo.

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