El título en esta ocasión está
elegido con cuidado. Ya sé que suena a aquella producción magna del cine del
imperio en la que, una vez más, nos contaban la historia y la leyenda a su
antojo y según sus esquemas más beneficiosos para el negocio y para su escala
de valores. No entraré en detalles ni en explicaciones.
Anoche llegué, como casi todos
los domingos, contento y satisfecho de mi viaje a Ávila. Allí me solazo con mi
familia y paso unas horas en las que alcanzo cierto grado de bienestar y de
ganas de decir no quiero más y me contento con esto. Si, además, estamos todos
juntos -y ayer acudió también Juan Pablo-, entonces aún me siento más
complacido y hasta casi feliz. Cuando el mundo se estrecha y se dificulta, una
huida muy reconfortante es la que me lleva al círculo estrecho pero denso de la
familia. Cada día tengo esto más claro desde cualquier nivel que lo considere; incluso
hasta desde el de la supervivencia.
El caso es que es mi costumbre
llegar y sentarme a descansar viendo la tele. Suelo mirar un programa de La
Sexta: SALVADOS. Me inspira confianza su presentador y me parece que se encaran
aspectos de la vida con más proximidad y con menos tapujos.
Había oído algún anuncio del programa
que ayer se iba a presentar pero no había prestado mayor atención; como
figuraba el nombre del 23-F, pensé que se daría a la luz algún detalle
desconocido de aquel dramático y a la vez irrisorio golpe de estado televisado
en directo de hace ya tantos años.
Cuando conecté, ya estaba
comenzado. Enseguida me quedé clavado en el sillón. ¡Nada menos que un golpe de
estado simulado, un engaño masivo a todo el mundo! ¡No era posible! ¡Pero es
que aquello estaba muy bien tejido narrativamente! ¡Era verosímil! ¡Los
protagonistas y narradores viven y siguen en activo! ¿Qué estaban viendo mis
ojos?
Juro por lo que haya que jurar
que me lo creí y que no salía de mi asombro. ¡Qué barbaridad! ¡Qué disparate!
¡Qué engaño! Y me lo creí hasta casi el final. Y eso que algunas exageraciones
eran evidentes y resultaban casi imposibles de encajar en la realidad. ¡Pero es
que el fondo y el decorado histórico sí que se prestaban a ser creídos! ¡Al
menos por un crédulo como yo!
Todavía en un descanso
publicitario, ya casi al final, llamé a un amigo para que compartiera mi perplejidad.
Menos mal que todo aquello terminó con la aclaración inmediata por parte del
presentador. Entonces respiré, me llamé a mí mismo de todo y volví a aterrizar
y a situarme en el sentido común, llamé cinco o seis cosas poco positivas al
periodista Jordi Évole y muy pronto las convertí en admiraciones hacia él y el
equipo de personas que habían participado en la grabación del programa.
Me marché a descansar con el mal
sabor de boca que me deja la consideración de la facilidad que hay para poder
manipular la información y, con ella, a las personas que la consumen y la
consumimos. El asunto del 23-F pasó enseguida a ser un pretexto y un ejemplo
muy didáctico. En este caso no había intención de engaño pues enseguida se
aclaró la intención. ¿Qué sucederá en tantos otros casos en los que los
intereses bastardos primen sobre la información? Da miedo pensarlo. Como para
no consentir en que los medios de comunicación son el cuarto poder. Más que el
cuarto, se han convertido claramente en el primero. Y tienen sus accionistas, y
sus intereses, y sus escalas de valores, y sus grupos de poder, y sus garras
poderosísimas, y sus peligros evidentes. ¡!!OJO!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario