Me he mojado estos últimos días con la lluvia,
siguiendo los paseos de don Quijote y de Sancho por esos mundos de la fantasía.
Y he llegado a tiempo de volverlos a recoger bajo techado para que no se mojen
el fin de semana, pues me reclaman en otro sitio y no puedo atenderlos. Ya sé
que la vuelta no ha sido ni la más gallarda ni la más espectacular, metido el
caballero en una jaula de animales y atado e indefenso, como si de un reo
peligroso se tratara. Si comparo con toreros, cantantes, futbolistas o
famosetes de turno, no me cuadra nada, pues a todos estos últimos los pasean y
los paseamos como si fueran los salvadores del mundo. Alguien tiene que
explicarme esto porque no logro entenderlo.
Pero, al fin al fin, el caballero de la Triste Figura,
cansado de batallar, viene vencido y triste y dispuesto a reponerse. No demasiado,
claro, pues, ya sé que, en cuanto pasan unos días, el cura (otra vez el cura) y
el barbero (supongo que con su bote de melocotón a cuestas: es un decir) van a
visitarle y pegan la hebra. Y, como sucede ahora mismo, no se les ocurre otra
cosa que “arreglar el mundo” con sus ideas; algo así como si, tomando unos
vinos, nos soltamos y ofrecemos al Gobierno la solución a nuestra crisis.
Entonces la crisis se le achacaba al turco, pero es igual.
A don Quijote le dieron donde más le dolía. ¡Un
caballero andante al que se le piden soluciones! Nada más a mano y sencillo: la
resurrección de la caballería, la confabulación de unos cuantos, y adiós al
turco y a cualquier dificultad. Lo que digo, como ahorita mismo en nuestras
charlas de café. De hecho, solo falta que Sancho suelte la boca para echarse
ambos de nuevo al camino.
El libro, el caballero y el escudero nos enseñan la
necesidad de la ilusión, pero también la obligación de la mesura y de la razón
para poner algo de calma a la vida, a la convivencia y a todo. No es fácil en
un país de exageraciones y de extremos como este. Tampoco es bueno
desinteresarse de lo que pasa. Conjugar ambas verdades no es lo peor.
Pero, de momento, durante este fin de semana,
caballero y escudero, a descansar, a reponerse y a dejarse de aventuras. La
próxima semana será otra cosa, pues volveréis a ser caballeros que a las
aventuras van, y amanecerá Dios y medraremos.
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