¿Por
qué seguimos siendo conciencia de pecado y de delito? Nacemos y vivimos con esa
losa encima, con las espaldas rotas por ese peso intenso que no nos deja en paz
ni a sol ni a sombra. Y, durante la vida, hay tantas fuerzas en eco, o en
resonancia viva, en estridencia incluso, que siguen recordándonos lo imposible
de escapar a ese ambiente podrido y maloliente, que no logramos casi ni un rato
al claro y a la luz del día, sin sombras y sin miedos.
El
sistema se alegra y se complace teniendo suspendida la guadaña, dispuesta para
el corte y el tasajo; así todo está anclado y se sujeta al orden y al
concierto, al equilibrio falso y aparente y al dios dirá, que todo lo controla.
Es
duro abrir los ojos y sentir como cierto que no hay nivel que escape al
tremendismo, al no te muevas nada, al mejor no tocarlo, al será que es así y yo
no me entero, al imposible hacerlo ni soñando, al tú eres un iluso y retrasado,
al…
Nos
tienen atrapados por todas partes y no cesan de darle al altavoz con muchísimos
vatios de potencia. Nosotros, sin poder de reacción, asustadizos, con todo el
vozarrón sonando en contra, nos encogemos y nos hacemos presa del miedo y de la
angustia, de un ambiente de culpa en medio del misterio.
Así
la religión y sus preceptos, sus historias de guerras y de muertes, sus no te
olvides del castigo eterno, sus niégate y no goces que es pecado, sus sométete
a todo y no preguntes, sus acéptalo todo, sus será voluntad del dios del cielo,
sus gánate en dolor la vida eterna, y tantas otras pautas de conducta, de
sumisión y guarda en el cajón cualquier razonamiento.
Y
así la vida pública y el día a día continuo. Cualquier proposición de cambio en
el sistema se asocia a la locura y a la ilusión de imbéciles que no saben mirar
a ras de tierra, que llevan al fracaso sin remedio, o a lo que invocan como ideas
del pasado, trasnochadas y torpes. Nunca bajan al dato y al contraste, al
intercambio lúcido de posibilidades, no quieren enfrentarse a intercambiar
ideas y opiniones, su nivel es el necio del todo y lo absoluto, de la
descalificación desde el prejuicio, de la imbecilidad más evidente y el traje
transparente del rey más al desnudo.
Seguimos
dando vueltas al detalle, al hecho producido en un espacio y tiempo diminutos;
seguimos en la huerta con las manos que recogen los rábanos tirando de las
hojas, quedándonos si acaso con un detalle ínfimo que en nada quita o pone
certeza o falsedad a lo restante.
¿Por
qué no levantar nuestra mirada y ver de frente al ser como hecho último y
adaptar el sistema a una suma de acciones positivas, de favorecimiento y no de
dentelladas contra el otro? ¿Por qué no darnos ánimos y pensar que podemos con
nosotros, que seremos capaces, si queremos, de cambiar el sistema en el que
estamos para vivir y amar en positivo, sin odios ni ojerizas, sin pensar que el
vecino me está despellejando, buscándome las vueltas y asentando sus éxitos en
la complicidad de mis fracasos? ¿Qué dioses mayores y menores son aquellos que
viven del poder de la amenaza y no son los garantes de una esfera total de
sentimientos que exhiban el poder y el beneplácito en un mundo de todos en el
que la batalla esté perdida para el que busque ser más que los otros a toda
costa?
Hay
que hundir en la miseria a todo el que no entienda que es mejor un gramo de
amor que mil toneladas de odio; hay que lograr que pueda más el quiero que el
puedo y que la bondad de las acciones está antes que nada en la satisfacción y
en la riqueza mental y social que producen; hay que poner contra la pared a los
que hacen de su sistema de vida el miedo y el susto; hay, sobre todo, que tener
miedo a tener miedo.
El
miedo tiene sus beneficiados muy concretos; a ellos les viene bien que nada se
atreva pues andan encajados y contentos en que nada cambie. En su pecado llevan
la penitencia, pobrecillos.
La
vida es regalada y no debe costar ni un solo euro si no es para vivirla con
gozo y con contento. Para eso sirve y no para otra cosa. A la basura los miedos
y todos los que los explotan y viven de ellos.
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