lunes, 20 de octubre de 2014

UN DÍA PARA CONOCER


El día estaba claro, el sol se dibujaba en todo lo alto como un globo amarillo, de no se sabía dónde procedían unos sonidos suaves de pájaros, olía a restos de rocío y de romero.
Los caminantes ascendían lentamente hacia los Picos. Cada cinco minutos descansaban y volvían la vista hacia el valle y hacia la montaña que se agigantaba al frente. Conocían muy bien cuál era la altura de la montaña y cómo se coloreaba en sus faldas, sabían cuál era la distancia que los separaba de ella desde aquel lugar, hasta el desnivel del camino tenían en sus apuntes.
De pronto, todo se les vino abajo. A medida que ascendían se daban cuenta de que los ángulos de visión cambiaban, de que la distancia era percibida de manera diferente por cada uno de los cuatro caminantes y de que la gama de amarillos del sol era descrita de manera distinta por cada uno de ellos.
Las preguntas terminaron por hacerse inevitables: ¿El color está en la montaña o está en nuestra mente? ¿Y el color del sol? ¿Y la distancia existe fuera de nuestra percepción? ¿Es real fuera de nuestras mentes el sonido de los pájaros? ¿Por qué los percibimos de manera distinta si son reales fuera de nosotros? Algo falla en lo que llamamos percepción y acaso llegar hasta el conocimiento de la realidad no es tan sencillo.
La parada se hizo un poco más larga y la conversación se desató perdiendo el primer tributo que los caminantes tienen que pagar a la ascensión: el silencio. Las preguntas se multiplicaron aplicadas a toda la realidad inmediata y lejana. Ahora no sabían si lo que sentían tenía realidad externa o era una creación mental simplemente; si existían los seres sustentando las posibles cualidades y sensaciones que percibían o todo se resumía en ideas y elaboraciones personales de esas sensaciones.
La ascensión se hizo más lenta y sorprendente: ya nadie podía asegurar que llevaba mochilas ni que el camino estaba defendido por serbales ni por otras plantas, aunque seguían hundidos en las sensaciones de olores y de visiones. Los caminantes comenzaron a mirarse detenidamente unos a otros y a desconfiar de sí mismos y de su propia realidad. ¿Allí había caminantes reales o sencillamente lo que se percibía eran cualidades inmediatas que despertaban en cada una de las mentes de los caminantes?
Los comentarios se producían cuando aún no se habían detenido para saciar su hambre de comida y de bebida. Porque había buen hornazo, buen té, buen aguardiente y buen vino; vaya que si había. O al menos las sensaciones eran suficientes como para asegurar que aquello era lo más parecido a lo que creían real.

Después se pusieron deberes para poder seguir hablando del asunto en la próxima salida. En la bajada no era lo más conveniente pues las sensaciones de los aromas de las bebidas ponían todo más complicado y difuso.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Qué pena me pierdo siempre lo bueno!!!