El
día estaba claro, el sol se dibujaba en todo lo alto como un globo amarillo, de
no se sabía dónde procedían unos sonidos suaves de pájaros, olía a restos de
rocío y de romero.
Los
caminantes ascendían lentamente hacia los Picos. Cada cinco minutos descansaban
y volvían la vista hacia el valle y hacia la montaña que se agigantaba al
frente. Conocían muy bien cuál era la altura de la montaña y cómo se coloreaba
en sus faldas, sabían cuál era la distancia que los separaba de ella desde
aquel lugar, hasta el desnivel del camino tenían en sus apuntes.
De
pronto, todo se les vino abajo. A medida que ascendían se daban cuenta de que
los ángulos de visión cambiaban, de que la distancia era percibida de manera
diferente por cada uno de los cuatro caminantes y de que la gama de amarillos
del sol era descrita de manera distinta por cada uno de ellos.
Las
preguntas terminaron por hacerse inevitables: ¿El color está en la montaña o
está en nuestra mente? ¿Y el color del sol? ¿Y la distancia existe fuera de
nuestra percepción? ¿Es real fuera de nuestras mentes el sonido de los pájaros?
¿Por qué los percibimos de manera distinta si son reales fuera de nosotros? Algo
falla en lo que llamamos percepción y acaso llegar hasta el conocimiento de la
realidad no es tan sencillo.
La
parada se hizo un poco más larga y la conversación se desató perdiendo el
primer tributo que los caminantes tienen que pagar a la ascensión: el silencio.
Las preguntas se multiplicaron aplicadas a toda la realidad inmediata y lejana.
Ahora no sabían si lo que sentían tenía realidad externa o era una creación
mental simplemente; si existían los seres sustentando las posibles cualidades y
sensaciones que percibían o todo se resumía en ideas y elaboraciones personales
de esas sensaciones.
La
ascensión se hizo más lenta y sorprendente: ya nadie podía asegurar que llevaba
mochilas ni que el camino estaba defendido por serbales ni por otras plantas,
aunque seguían hundidos en las sensaciones de olores y de visiones. Los
caminantes comenzaron a mirarse detenidamente unos a otros y a desconfiar de sí
mismos y de su propia realidad. ¿Allí había caminantes reales o sencillamente
lo que se percibía eran cualidades inmediatas que despertaban en cada una de
las mentes de los caminantes?
Los
comentarios se producían cuando aún no se habían detenido para saciar su hambre
de comida y de bebida. Porque había buen hornazo, buen té, buen aguardiente y
buen vino; vaya que si había. O al menos las sensaciones eran suficientes como
para asegurar que aquello era lo más parecido a lo que creían real.
Después
se pusieron deberes para poder seguir hablando del asunto en la próxima salida.
En la bajada no era lo más conveniente pues las sensaciones de los aromas de
las bebidas ponían todo más complicado y difuso.
1 comentario:
Qué pena me pierdo siempre lo bueno!!!
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