La próxima anotación que haga de
los libros leídos durante el presente año de 2016 será la del número 100.
Alguna vez he reconocido aquí que, desde hace algunos años, anoto títulos,
autores y fechas de los libros que leo, y hasta una indicación del grado de
satisfacción que en mí ha producido esa lectura. A veces hasta he hecho pública
la lista. Esto me sirve para varias cosas, entre ellas para revisar mis
tendencias lectoras, mi velocidad y los referentes de los posos que me puedan
ir quedando de lo que pasa por mis ojos y por mi mente.
Elijo obras al azar y sin ninguna
imposición. En realidad es solo casi al azar pues la formación, los gustos y las disponibilidades me empujan
inconscientemente hacia unas obras o hacia otras. De hecho son los campos de la
poesía, del ensayo o directamente de la filosofía los que más me atraen desde
hace tiempo, pero mis lecturas siguen siendo misceláneas, tal vez por seguir
creyendo que todo libro encierra alguna buena enseñanza, y también con el
convencimiento de que muchos de los libros de “éxito” repiten el mismo esquema
narrativo y mental, de tal manera que, con demasiada frecuencia, siento,
leyendo ese tipo de libros, que estoy perdiendo el tiempo.
A la hora de anotar el libro
número cien, me permito la paradiña y el “capricho” de elegir de los anaqueles
de mi biblioteca. Voy a bajar a mi mesa un libro de Unamuno, y será San Manuel Bueno, mártir. Podían ser muchos más pero será este. Hay
muchas razones para ello: de autor, de tema, de simpatía, de proximidad… Este
breve libro encierra enseñanzas y reflexiones de todo tipo. El autor, siempre
apasionado y contradictorio, nunca me deja indiferente, es un libro que he
leído muchas veces, lo he repensado y trabajado con otra gente y lo he
exprimido hasta sacarle un jugo sabrosísimo. Aún le queda jugo para otra
lectura. Se cumplen 150 años del nacimiento del autor y se merece un recuerdo y
un diálogo con él a través de uno de sus libros.
Pero es que, cuando abro las
páginas del texto, me encuentro con asuntos que me asaltan por todas partes y
que tengo anotadas en un largo índice de lectura y de comentario. Aún recuerdo
uno que me duró casi medio curso con gente de edad avanzada.
Actualizar las ideas del libro y
hacerlas presentes -ese asunto que casi me obsesiona a mí siempre- no resulta
precisamente difícil en este mundo agitado en el que vivimos. Y no solo en el
terreno religioso sino en el de cualquier actividad. Pienso, por ejemplo en el
pensamiento y en la actuación de algún grupo político en estos mismos días y no
sé si están actuando con la bondad de aquel cura de pueblo o con la navaja
tripera de quien se traiciona y se abre en canal a sí mismo. O en cualquier
otro momento de la vida en el que transigimos ante algo con el fin de hacer
momentáneamente “feliz” a alguien aun sabiendo que no actuamos de acuerdo con
lo que nos dicta la razón. Tal vez, de nuevo, porque el corazón tiene razones
que la razón no entiende. Quién lo puede saber realmente.
Así que me voy a enfrentar a
Unamuno a través de su San Manuel, de su Angelita, de su Blasillo, de su Lázaro,
de su posible panteísmo, de la gente sencilla del pueblo, del símbolo del lago,
del valor del trabajo cotidiano, de la vocación fallida, de la vida activa y de
la contemplativa, del valor o el desvalor de cualquier religión, de lo
intolerable de la verdad, del “delito” de la existencia (existencialismo), de
la creencia en que se cree, de si San Manuel es un estafador o un mártir, de… Voy a ello.
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