viernes, 28 de octubre de 2016

EL BANQUETE Y EL AMOR


Palabras de Sócrates en la parte final de su encomio a Eros, en el diálogo “El Banquete”, de Platón: “Pues esa es justamente la manera correcta de acercarse  a las cosas del amor o de ser conducido por otro: empezando por las cosas bellas de aquí y sirviéndose de ellas como de peldaños ir ascendiendo continuamente, en base a aquella belleza, de uno solo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y partiendo de estos terminar en aquel conocimiento que es conocimiento no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca  al fin lo que es la belleza en sí. (…) Le merece la pena al hombre vivir cuando contempla la belleza en sí”. (Banquete, 211, b). El valor de alguna palabra habría que actualizarlo a nuestros días para ser bien entendido, pero ya cuento con ello, y aquello de los cuerpos bellos lo interpreto en sentido muy general (toda la materia es cuerpo)y, para mi caso, heterosexual.
Como en una hermosa escalera de color. Primero lo más próximo: el cuerpo. De un cuerpo bello a otros cuerpos bellos; de ellos a las demás manifestaciones naturales y hasta físicas de la belleza; de la muestra natural a la esencia del concepto de belleza; del concepto de belleza la conducta que producen y que inducen esos cuerpos bellos y ese ya concepto de belleza; de la conducta a los conocimientos; y, por fin, el conocimiento definitivo, y, en él, la contemplación feliz y definitiva por la que merece la pena vivir y trabajar.
Por el camino (párrafos anteriores) nos habremos topado con toda la teoría del amor, de algo y hacia algo; con la belleza; con el bien y con la verdad, verdaderos atributos del amor. También con el deseo de posesión de las cosas bellas y con la felicidad como final del camino, con el amor físico y con el amor mental, con la procreación como mejor forma de conseguir la duración y el futuro, pero también con el amor intelectual y social, como otras formas de “ese mar de lo bello”.
Y todo ello en un banquete, en un certamen de palabras, en un agon logon, en un simposio, es decir, después de bien llena la andorga y al amparo de unas buenas crátera cargadas de vino que habían de llevar a los comensales a decir la verdad en el postre, como la dicen los niños o como enseña en viejo adagio latino ”in vino veritas”.

La naturaleza ofrece lugares más propicios que el triclinium para escanciar licores y para pegar la hebra en torno de asuntos tan sabrosos como este de Eros y el amor. La lujuria del paisaje en el que habito no hace más que agrandar esa invitación. Mañana veremos qué pasa.

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