La opinión se va conformando con
la experiencia, con la reflexión y con la repetición inconsciente de hechos y
usos. Tal vez por ello, la opinión que alguien tiene acerca de algo cambia
constantemente. Cambia constantemente la realidad exterior, cambiamos nosotros
y cambia nuestra relación con el mundo.
¿Es esto bueno o malo?
Seguramente no es ni bueno ni malo y todo dependerá de las circunstancias en
las que ese cambio se produzca y los fundamentos que se le apliquen. El cambio
de opinión de un día para otro no suele obedecer sino a la falta de reflexión y
al poder que el instinto y el contexto ejercen sobre el individuo. En niveles
populares esto está muy mal visto y a quien realiza ese cambio repentino se le
tilda de “chaquetero”. Creo, además, que se hace con razón. Y en la vida social
y política tenemos muchos ejemplos, por desgracia.
Parecería que esto entra en
contradicción con la afirmación del principio. La clave puede estar en la
velocidad con la que se producen los cambios y en la justificación de los
mismos. No parece sencillo entender que, desde la experiencia lenta y desde la
reflexión, se puedan producir cambios repentinos de opinión. La fe del nuevo
converso, sobre todo si es consecuencia de una caída del caballo, como aquella
paulina, trae lo que trae y se sitúa en el extremo de la actuación.
Existe, por otra parte, la
variable de la experiencia acumulada, que tanto te puede llevar a un cambio
lento y seguro en la opinión como a mantenerte en la que posees, por esa
reticencia y esa predisposición a defender como bueno lo que tenemos y lo que
hemos defendido con anterioridad.
Se advierte, pues, que, también
aquí, son muchas las variables que intervienen en el proceso. Porque tan
natural es cambiar de opinión como intenta justificar la que ya se tiene. El
mundo, por definición, es cambiante. Cambiante debería ser, tal vez, nuestra
opinión acerca de él, si ello supone nuestra aproximación al mismo y nuestra
interpretación personal y razonada.
Ayer mismo, en un acto académico,
se aplicaba la idea a la vida de Unamuno y a su opinión, tan aparentemente
cambiante, acerca de los acontecimientos que se le iban presentando en la vida.
¿Fue Unamuno un “chaquetero” social y político?, ¿fue tal vez un “veleta”?,
¿fue un impulsivo y un irracional? Creo que casi todos los que conocemos un
poco su vida, su pensamiento y su creación opinaríamos que no, a pesar de todos
los bandazos y vaivenes del siempre irredento pensador.
Unamuno es un ilustre ejemplo,
pero, con perdón, la idea interesa más si la pensamos en cada uno de nosotros, en
cada persona que se enfrenta día a día con una realidad que se cuartea y que
cambia de color en todos los niveles. Por eso, tal vez los principios se
mantengan con más fuerza, pero las aplicaciones haya que considerarlas y matizarlas
siempre, atendiendo a los contextos en los que se aplican. Y todo ello desde la
reflexión y desde el razonamiento intenso pero embridado y amplio, desde la
atalaya que nos permita otear el horizonte sin perder pie y respirar hondamente
y contar hasta tres antes de decir la última palabra.
No se trata de trocear el mundo
ni de dejarlo arrebatar por un vendaval que todo lo deshace, ni tampoco de
contemplarlo y defenderlo inmóvil, petrificado y quieto. Ninguna de las dos
posturas resulta aconsejable. Qué difícil, de nuevo, encontrar el justo medio y
la medida menos mala.
N.B. El esbozo de idea sirve solo
para el que cambia desde la reflexión. Para el otro no hay remedio hasta que no
entre precisamente en el campo de esa reflexión.
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