POR LO BAJINI (XII)
2010-12-07 UNA LUCHA DESIGUAL
Aceptado
el valor creciente de la cultura, la mayor influencia que ejerce en el mundo
actual y reconociendo que su posición y su adaptación a las leyes del mercado
es casi absoluta, habrá que admitir que también se incorpora al mundo del
hiperconsumo. De tal manera se consume cultura, que cualquiera que volviera a
nosotros con solo unos decenios de intermedio se quedaría estupefacto. Sin duda
a ello ha contribuido la liberación de tiempo para el ocio, a causa de la
revolución absoluta de la técnica. Todo lo que quiera ser realmente se tiene
que poner a la vista y al olfato de cualquiera; no tiene más que someterse sin
reparos a las leyes del hipercapitalismo que lo controla todo y lo ordena a su
manera, lo distribuye, lo jerarquiza, decide desde sus leyes la bondad o la
maldad de las cosas y sube a la cúspide o tira por tierra sencillamente a quien
le dé la gana.
Buena
parte del tiempo libre -controladores mediante- se organiza en torno de la
oferta cultural, que cada día es más extensa y hace depender de ella a mayor
número de personas. Ahí se encuadra todo el mundo del turismo, de viajes
diversos, de comidas, cines, libros, parques temáticos, marcas…. El
mejoramiento de todo tipo de medios de comunicación ha contribuido en gran
medida a que esa oferta de cultura esté más al alcance de la mano.
Nadie
podría oponerse a que esto sea así. Las consideraciones negativas vendrán una
vez más por el grado y por la manera en que todo esto se desnaturaliza y se
pone al servicio de las estructuras del gran capital, que son las que realmente
cuadriculan y promueven los grandes paquetes de oferta. El dinero se ha
concentrado, las voluntades de han reducido en número a la hora de decidir, la
participación social real parece solo una figuración y mucho menos una realidad
concreta. Pero si hasta el inicio de los períodos estacionales o de vacaciones
los marca El Corte Inglés: (Ya es primavera en El Corte Inglés).
Buena
parte del esfuerzo del ciudadano de a pie se va en complacer esas necesidades
creadas artificialmente por los grandes distribuidores de los productos, sean
estos más generales o más específicamente culturales. ¿Cuántas son realmente
las compañías de discos potentes en el mundo? No controlo esa realidad, pero
puedo jugar -y ganar- a que son solo unas pocas. ¿Qué ocurre en nuestro país
con las editoriales? Más de lo mismo. ¿Y con el mundo audiovisual? ¿Y con la
distribución de los elementos técnicos necesarios que sirvan de soporte a esa
cultura? ¿Y con…? Pues eso.
En
tales circunstancias en las que el individuo se ve impotente para hacer frente
a los grandes monstruos, ¿qué camino le queda? Ni siquiera si los grandes
detentadores del poder asumieran alguna función de mecenas dejaría de
acecharnos un grave peligro. ¿Cuál? El de hacer del mundo y sus habitantes un
moldeado que responda a sus caprichos y a sus gustos. Es el peligro de la
homogeneización. Y el de la rebaja del nivel. No hay que olvidar que el mercado
necesita que los consumidores no se desanimen del todo ni pierdan alguna
capacidad para comprar los productos; si así no fuera, la máquina dejaría de
rodar, y esto sí que no se lo puede permitir ni el mundo del capitalismo
salvaje. Parece que es un triste consuelo este de pensar que el edificio no se
puede dejar caer del todo. Pero es que por el medio se siguen cayendo, y a
pedazos, muchas habitaciones.
Esta
necesidad de llegar con los productos a muchos exige inevitablemente que el
nivel de lo que se ofrece sea comprensible y fácil de asumir para que, si es
posible, entusiasme y se expanda. En ese sentido, el producto cultural, y el
modelo del mundo por extensión, andan en el filo de la navaja, simplificando
procedimientos y echando al mercado prototipos nada complejos. Ya sé que una
élite del arte se funda precisamente en la novedad, a veces en la tontería del
esnobismo por el esnobismo, pero esa es una ínfima parte que afecta a un tanto
por ciento reducido de la población. Dicho con palabras más directas: ¿estos
condicionamientos del mercado sobre el producto cultural empujan a trivializar
la creación y terminan haciendo una sociedad más pastueña, más uniforme, más
bruta y hasta más infantil? Por lo menos hay ejemplos que inducen a pensar en
algo de eso.
Pero
-otra vez algún pero-, a pesar de las grandes marcas y de sus falsificaciones,
a pesar del mundo como aldea global omnipresente, a pesar de todos estos
peligros, aún hay vida después del dinero y del capital, después de la
uniformización y después de la trivialización. ¿Dónde y cómo?
Echémosle
algo de buena voluntad. Existen también muchas muestras de que el ser humano, a
pesar de esa lucha desigual en la que está embarcado, se resiste a la
uniformidad y da muestras de oponer toda la escasa resistencia que puede para
encontrar algo de su identidad. No hay, de momento, peligro excesivo en la
disgregación de los conceptos de nación y de los territorios establecidos, a
pesar de ejemplos como el de nuestro mismo país. Cada día proliferan más las
exquisiteces que se basan en la particularidad en vez de en la universalidad.
No hay más que analizar el mundo de la gastronomía, por ejemplo, o el de la
moda misma, que se afana en mostrar particularidades propias de cada
territorio, o la música que, aunque mezcla cada día más, intenta dar a conocer
las peculiaridades propias de cada lugar (ahí está el caso del flamenco), o
incluso de la literatura o de la pintura… Cada lugar tiene sus características,
que se hunden en los paisajes particulares, en las costumbres, en las
relaciones específicas. Ah, y esas identidades particularizantes se buscan, a
veces desesperadamente, en las relaciones humanas. Pero esto aquí y ahora no
toca.
Tal
vez la prueba que puede resultar más consistente es la de que la propia
naturaleza del arte está en la investigación y en la necesidad de encontrar
cada día elementos diferentes a los usados en la ocasión anterior, es decir,
que la expresión cultural, para ser tal, necesita las variables y la
pluralidad, la innovación y no la repetición.
¿Quién
ganará esta guerra tan desigual entre la universalidad y la particularidad? Sea
cual sea el enfoque que queramos darle, lo que parece seguro es que será el
mundo del dinero, con sus leyes y con sus exigencias, el que realmente ganará.
La creación cultural será en los próximos años como sea y tendrá uniformidad o
variedad, pero estará más que nunca sometida a la voluntad del escaso número de
los que deciden en los ámbitos financieros. Ahí andamos.
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