OTRAS MEDIDAS
La
cultura, entendida en sentido amplio, se mueve en los medios de comunicación y
se hace universal; pero a la vez potencia las reacciones individuales y las
respuestas particulares.
Hasta
el último corte de la globalización, la cultura eran las culturas y, en
diversos grados y extensiones, cada comunidad ejercía sus propias leyes y sus
particulares formas de organización. Hoy esto está sobrepasado. La cultura solo
tiene los límites del mundo pues traspasa fronteras a la velocidad de la luz y
la inmensa oferta cultural se concreta, en el mismo momento, en Pekín, en Los
Ángeles o en Madrid. Cualquier elemento de moda, de cinematografía o de evento
deportivo lo confirman sin dejar resquicio para la duda. Existe, pues, otra
superestructura cultural que, si no anula, al menos empequeñece a las otras
culturas más locales.
Esta
superoferta, además, se renueva cada vez con más velocidad. Es una ley sin
excepciones en el hipercapitalismo. Cada día se producen más elementos de
mercado, se ofrecen más productos y se necesita imperiosamente que estos
mercados se renueven. Cualquier ejemplo sirve, pero véase el de la moda, en
concreto, el sistema comercial de Zara. Pero lo mismo sucede con el cine o con
los libros. ¿Quién se acuerda de algún libro de éxito de hace solo algunos
años? ¿Qué significa eso de la canción del verano? ¿Cuánto duran las “mejores”
películas en pantalla? ¿Todavía no nos damos cuenta de que, en realidad,
estamos siempre en rebajas y en renovación constante de ofertas? ¿Cuántas veces
cada día se nos insta a que renovemos utensilios para que la producción no se
detenga?
El
tiempo y el espacio también han sido superados y redefinidos por el imperio del
hipercapitalismo. El mundo es, más que nunca, una aldea global, y una oferta
musical se está produciendo en estos mismos momentos tanto en Tokio como en
Buenos Aires. Y lo mismo un libro, o un concierto, o una representación
teatral. El pasado apenas cuenta, pues poco tiene que ver con la cuenta de
resultados, y todo está orientado al presente y a las perspectivas del mercado,
es decir, hacia el futuro.
En
este espacio y en este tiempo, modificados y empequeñecidos, nunca se ha
ofertado tanto como ahora y el consumidor jamás ha tenido tantas posibilidades
como en este momento de elegir entre todas las ofertas existentes. Nada que se
idee en Japón escapará a los grandes almacenes de Madrid ni nada de lo que se
cree en Suecia se escapa de la posibilidad de pasar a formar parte de
cualquiera de las habitaciones de nosotros mismos. Los medios de comunicación,
en toda su diversidad, han posibilitado que esto sea así. Y los adelantos
técnicos, por supuesto. Todo circula en forma real o en forma de transferencia,
en visión real o en imaginación mediática; todo el mundo puede ver, y acaso vea,
los mundiales de fútbol, y al mismo tiempo, todo el mundo puede conocer -y en
España se conoce por el papanatismo de los medios de comunicación con el
imperio- si ha nevado en Nuevo México o se ha quedado encerrado un buen señor
en un pueblo de Arkansas. Yo mismo puedo asomarme casi a diario a esta ventana
y decir hola, aquí estoy, a todo el mundo; literalmente a todo el mundo. Es el
mundo tecnificado. Sin él no se podrían sustentar ni la oferta ni la aldea
global.
Pero
hay que considerar al mismo tiempo que, de toda esa oferta inmensa y en tiempo
real, se extrae la posibilidad de que cada uno ordene su mundo de manera
particular. No existe contradicción; al menos en la teoría. En la época del
trueque, la uniformidad era mayor que la de ahora mismo, fundamentalmente
porque la oferta era extremadamente limitada y, además, las costumbres imponían
también esa uniformidad. Solo desde la multiplicidad de oferta se puede
diversificar el consumo y concretar posibilidades diversas y diferentes. Sobre
todo, si las posibilidades de compra de productos estuvieran bien repartidas.
Pero ese es otro cantar y pocos están dispuestos a cantarlo.
¿Supone
esa diversidad la ruptura de cierta seguridad y de elementos fiables a los que
ajustarse como eran los de la ciencia apartada del dominio del dinero? Veremos.
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