martes, 10 de noviembre de 2020

POR LO BAJINI (I)

 

POR LO BAJINI

 

Ando corrigiendo pruebas para intentar dar forma de libros a mis escritos de los últimos casi veinte años. Estoy en el año 2010. Varios cientos de páginas. Me doy de bruces con una serie de entradas que dormían en el olvido. Todas juntas constituyen un ensayo que sigue, según me parece, de plena actualidad. No voy a quitar ni añadir ni una coma. Serán varias entregas. Quien quiera que me siga. Buen viaje.

2010-11-29                     DE LA CULTURA-MUNDO

Hoy, veintinueve de noviembre, víspera de san Andrés, cedo la palabra a Gilles Lipovetsky y a Jean Serroy, me siento a mirar, a escuchar, a asentir y a decir cómo está el mundo, dios mío, cómo está el mundo:

“El hipercapitalismo se impone haciendo retroceder la fuerza estructuradora de las ideologías, las fuerzas sociales, las instituciones que durante mucho tiempo han funcionado como amortiguadores que ponían límites al empuje del mercado. La Iglesia, el socialismo, el Estado republicano, la nación, la escuela, las culturas de clase, nada de esto constituye ya un contrapeso real al reinado absoluto del mercado. Estos sistemas siguen en pie, pero cada vez más redefinidos, reorganizados, inmersos en las lógicas de la rivalidad, la competencia y la eficacia que se alzan como matriz y clave de la bóveda de la organización de nuestro universo social. El hipercapitalismo señala la omnipresencia y omnipotencia del homo oeconomicus, la ampliación del modelo del mercado a esferas hasta entonces alejadas del dominio comercial. Por esta universalización, el hipercapitalismo aparece, en sentido paralelo a su planetarización, como una cultura-mundo.

El triunfo del hipercapitalismo no es solo económico, también lo es cultural: se ha convertido en el esquema organizador de todas las actividades, el modelo general de actuar y de la vida en sociedad. Se ha apoderado del imaginario, de los modelos de pensar, de los fines de la existencia, de la relación con la cultura, con la política y con la educación. ¿Adónde envía hoy la burguesía a sus hijos? Más a las escuelas de comercio que a la École Normale Supérieure, más hacia el comercio y las finanzas que hacia las letras, la historia e incluso las ciencias duras. La cultura de los negocios ha conquistado su título de nobleza: ya no es desdeñada por los “herederos”. Triunfar es ganar en el mundo de la competencia y ganar dinero: el modelo del mercado se ha interiorizado completamente, infringiendo el antiguo tabú del dinero. En adelante todo se piensa en términos de rentabilidad y performance, de maximización de los intereses, de cálculo individualista de los costes y de los beneficios. Ni siquiera los artistas que, para una concepción romántica, encarnan el antagonismo entre el talento y todo sistema establecido, vacilan ya, después de Warhol, en incluir sus competencias en las estructuras económicas vigentes, en trabajar para las empresas, en crear para la publicidad, En nuestros días, la fortuna y sus signos exteriores se exhiben sin reparos; el lujo está de moda; los medios clasifican a los más ricos, hacen publicidad de las cotizaciones multimillonarias de las estrellas, dicen cómo pagar menos impuestos.

Ningún pensador ha reemplazado a Marx y no existe ya ningún sistema de pensamiento cuyo programa contemple la destrucción del mercado. ¿Qué ideología predica hoy la salida del mundo de la iniciativa privada y la competencia? Las críticas que se oyen y que de hecho se multiplican no hacen sino situarse en el marco de una economía de mercado, que hay que regular. El hipercapitalismo es el sistema que, por primera vez en la modernidad, se desarrolla sin auténtica competencia, sin alternativa creíble. El economicismo, la competencia y el espíritu de eficacia jamás se habían impuesto tan ampliamente. El hecho está ahí: el espíritu de la época se ha convertido al espíritu del capitalismo y funciona como una cultura sin fronteras, como una cultura-mundo.” De La cultura-mundo; pp. 41-42.

“Si lo dijera yo, se me podría tachar; más lo dice el filósofo…”

Así andamos. Ya lo decía al principio: me siento, leo, rumio, medito, asiento, me pongo de mala leche, me confirmo en lo que pienso, me descubro impotente y poca cosa, me vuelvo al silencio y, de vez en cuando, suelto la voz por lo bajini, como para consolarme un poquito. Luego todo vuelve a ser lo mismo. O parecido.

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