2010-12-08 SÍ,
BOANA / BIODIVERSIDAD HUMANA
Y
el mundo del dinero, a pesar de circular por autopistas sin semáforos, tiene
centros de decisión muy determinados y tiene también a un grupo de
lugartenientes bien reducido que ordena el tráfico a su antojo y capricho.
Cualquier
ramo de actividad que consideremos apunta, en último término, al otro lado del
charco, y en concreto a Wall Street. Desde USA se supervisa todo y todo se ordena.
En el mundo no hay más que una bolsa de valores y, si allí estornudan, aquí nos
acatarramos. Para que el imperio no se manche demasiado ni sus componentes se
sientan mal en ningún momento, la producción la encargan a las sucursales
repartidas por el mundo, que trabajan en unas condiciones de explotación bien
conocidas para que, más tarde, el producto se reparta por todo el planeta y se
ordene según las decisiones de los accionistas en el cuartel central.
Naturalmente, la acción puede ser directa o indirecta, con lavado de cara o a
lo bruto. El caso es que, de la manera que sea, ellos gestionan comercialmente
nuestras actividades y, lo más importante, nuestra moral, nuestra ética y
nuestra forma de ser.
De
nuevo, lo más importante, con serlo y mucho, no es esto. Lo fundamental es que
la producción, la distribución, el reparto, el nuevo orden de vida que esto
comporta, la nueva ética que de ello se deriva, están condicionadas y hasta
acordadas por un número muy reducido de personas. Se produce, entonces, un
déficit de participación social absolutamente insoportable para la dignidad
humana que, otra vez, apenas si tiene posibilidades de irse acomodando
mansamente en ese nuevo orden que le viene impuesto desde fuera. La moral y la
ética la imponen los mercados, los mercados están controlados por los dueños de
las acciones, estos grandes dueños son muy pocos, la sociedad está condicionada
por sus decisiones, las sociedades son muy poco participativas y la democracia
real se resiente y hasta se volatiliza.
¿Hasta
qué punto podríamos decir que el mundo se ha americanizado? Músicas, cines,
literatura, elementos técnicos, pinturas, modelos culturales, modelos
económicos, costumbres, lengua… Cada cual sabrá qué cuentas le salen. La
Historia da cuenta de varios imperios. Este es el último. Tal vez el más
tentacular y el más intenso.
Los
súbditos del imperio no parecen tomárselo muy a mal a tenor de los signos de
respeto, de admiración y de adoración que muestran. Considerar las atenciones
que los medios de comunicación dan a cualquier anécdota de los EEUU es tan
descorazonador como revelador del grado de papanatismo en el que nos movemos.
Descubrir hasta qué punto los representantes del imperio (embajadas, gerentes,
encargados de negocios…) nos vigilan (véase papeles Wikileaks, por ejemplo) es
cuando menos sonrojante.
Como
se propone en todos los casos, ¿cómo encontrar escape a esta imposición, a este
dirigismo y a esta supervisión tan llena de aristas deficitarias?
Tal
vea lo primero será volver al viejo esquema de los principios, a la necesidad
de considerar principal al ser humano por el hecho de serlo, y solo después, y
en orden secundario, al mercado y a todas sus exigencias. Hay que encontrar
alma en el ser humano ya que el alma en el mercado se escabulle y se escurre
como si en realidad no existiera. Si existe ética en el mundo comercial es una
ética que en poco considera al ser humano como tal, pues lo supedita a la
cuenta de resultados y lo convierte en súbdito de quien toma las decisiones, no
en su nombre precisamente. Hay que volver al ser humano, al ser que siente y
razona, al ser con dignidad, al ser de la igualdad y al ser de la
participación.
Pero
como esto parece música celestial, apuntaremos alguna posibilidad de esas que
sirvan para matar el gusanillo y para acallar un poquito la conciencia.
La
participación social, en estructuras pequeñas (ONGs, clubs, asociaciones…) o en
estructuras grandes (partidos políticos, corrientes de pensamiento…), se
presenta tal vez más necesaria que nunca.
La
colaboración, en la pequeña proporción que nos permiten nuestras necesidades
individuales, en todo el fenómeno del comercio justo es otro pequeño escape.
Las
consideraciones teóricas en pequeñas dosis, en foros públicos mayores o menores
(blogs, conferencias…) de la situación en la que nos encontramos en algo puede
ayudar.
El
apoyo a las medidas que ayuden a la supervivencia de los productos y de los
elementos culturales de otros lugares distintos del imperio y que no sean
gestionados directa o indirectamente por él.
Apoyar
los productos nacionales como defensa de una mínima libertad real del comercio
y como parapeto frente a la invasión de los modelos imperiales. Cuánto se
podría aquí analizar y proponer para el mundo del cine, por ejemplo…
Desaprobación,
al menos parcial y temporal, de los principales símbolos más representativos
del imperio (coca cola, hamburguesas, mundo de las marcas…).
Hace
no muchos días, un ex jugador de fútbol francés, Eric Cantona, proponía una
suma de acciones pequeñitas que, sumadas, podrían hacer pensar a los gurús del
imperio. Proponía exactamente retirar muchos pequeños ahorros de los bancos
para que la gran banca reaccionara e hiciera circular el capital, que tiene
ahogado al consumidor y al pequeño empresario. Parece un acto simbólico y poco
productivo. De momento. Habrá que esperar para ver qué nuevas ocurrencias se
proponen en los próximos tiempos. Porque algo habrá que hacer para romper esta
dinámica de concentración de decisiones.
Ya
se ve que son proposiciones de andar por casa, de poca monta, de escasa
trascendencia general. Pero acaso de mayor calado en el plano individual.
Porque
lo que realmente hay que hacer es repensar el sistema, reordenar la escala de
valores y producir un mundo nuevo. Pero ya hemos mentado a la bicha. Y se puede
enfadar. Dejémosla que duerma. Y nosotros a dormir con ella. Pero, por lo que
más quiera cada uno, que no sea por engaño externo, que los que nos engañemos
seamos nosotros, sabiendo que nos estamos engañando.
Aún
propondré otra fórmula, más enjundiosa y más duradera y consistente. No es nada
nuevo, ya veréis.
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