viernes, 27 de noviembre de 2020

CIAO, PIBE

 

 CIAO, PIBE

No tengo remedio ni solución; cada día me demuestran los acontecimientos que mi forma de ver el mundo poco tiene que ver con la de la mayoría, o al menos con esa mayoría que se publica y se publicita a diario, que anda en la pasarela y en los medios a todas horas.

Hace diez años, publicaba, por pequeñas entregas, un ensayo en el que analizaba la función de la cultura en esta sociedad del siglo veintiuno. En él, y de manera un poco provocativa, afirmaba que, si yo no servía para la sociedad más que Ronaldo, es que esa escala de valores social no estaba bien construida. Lo he vuelto a publicar de nuevo hasta ayer mismo. ¿Qué puedo decir tan solo un par de días después con la muerte del futbolista Maradona?

Ayer vi con estupor cómo un telediario le dedicaba sus primeros DIECISIETE minutos. Después, en el apartado de deportes, ya perdí la cuenta. En ese telediario se daba cuenta de la manera en la que todos los medios del mundo anunciaban y comentaban dicho suceso. El mundo paralizado y atónito. Una bomba atómica. Otra pandemia incontrolada. El fin del mundo. Después, conexiones en directo, lloros incontenidos, emociones a gogó, lamentaciones por todas partes, descontroles sociales, amontonamientos de ciudadanos sin ningún cuidado sanitario, predisposiciones para contactos de pandemia futuros casi seguros… Un botellón emocional colectivo.

Y el modelo, el referente al que imitar, las secuelas emocionales y de conducta en los ciudadanos.

Las comunidades necesitan sus referentes, sus imágenes a las que agarrarse, sus héroes que conciten unión y urdimbre entre ellas. La Historia nos va dejando distintos tipos de ídolos, que no duran más que el tiempo necesario para ser sustituidos por otros mejor adaptados a los cambios y avances de esa Historia. En estos tiempos del siglo veintiuno, los ídolos deportivos se llevan la palma. A su altura, o casi, los que visitan con más frecuencia la pasarela de los cines o de los escenarios musicales… Y todos al amparo del canto de sirena del dinero, que todo lo cocina y todo lo embaúla.

De esta manera, todo se supedita a lo que manden estos parámetros, y casi todo se explica desde estos presupuestos. Pero, en una escala de valores no cabe todo, pues, si situamos en lo más alto de la jerarquía un valor, tenemos la necesidad de bajar la consideración de otro. Y todo se nos descabala.

Este buen señor, que descanse en paz, ha sido un deportista especial y ha divertido y hecho pasar buenos ratos a muchas personas. Gracias le sean dadas por ello. Tantas como a un tejedor, por ejemplo, por fabricar un buen paño con el que hacerme unos pantalones. Por lo demás, su vida ha estado salpicada, o más bien rellena hasta el desborde, de prácticas que no parecen precisamente ni las más saludables ni las más recomendables: drogas, alcohol, “desajustes” familiares, disparates verbales…, exageraciones por todas partes. Todo un modelito para la sociedad y para las generaciones que le sigan.

Pues ahí está, el D1OS, el héroe de los héroes, el infinito personificado, la perfección hecha carne, la magia y el esfuerzo elevado a la máxima potencia. Ohhhhhhhhhhhh.

¿No tenemos ni la simple capacidad para separar la práctica de un deporte -para el que unos están genéticamente más dotados que otros, por más que esas cualidades se entrenen y se perfeccionen- del resto de la vida? ¿De verdad que el deporte engloba todo y se sitúa por encima de todo lo demás? ¿Qué escala de valores estamos promocionando? ¿Qué enseñanzas transmitimos a los más jóvenes?

¡Es que las alabanzas disparatadas proceden de todos los niveles, también de aquellos que teóricamente están mejor formados!

Uno puede coincidir con alabar las excelencias deportivas, incluso algunas de las ideas sociales que parecía proclamar. Pero, aparte de ello, ¿qué es lo que ha aportado de reflexión para el avance en justicia de la humanidad?, ¿algo más que cualquier otro ciudadano que haya cumplido con sus obligaciones sociales y haya seguido un comportamiento digno? Más bien las cuentas dan como resultado todo lo contrario.

Hasta aquí estos apuntes de descripción y hasta de desahogo. Falta lo más importante: la explicación de las causas que producen estos hechos y estos comportamientos. Porque se producen por algo; y ese algo es la razón que hay que desentrañar: Malvinas, conciencia nacional, emociones que ocultan otras dificultades, aparentes ascensos sociales desde abajo… y algo de magia en el deporte, claro. ¡Ay, aquello del circo romano y aquel panem et circenses!

A todo ello nos debería invitar este espectáculo tan extraño de alabanza de héroes, que tal vez tengan los pies de barro y que se caerían a poco que indagáramos en sus bases y en sus cimientos.

Así que, descansa en paz, pibe; y entiende que ser excelente en un apartado no da derecho a cualquier cosa en el resto de las variables de la vida. Al menos para mí.

2 comentarios:

mojadopapel dijo...

Son una auténtica locura las imágenes que hemos visto...la excusa perfecta para desbordarse y salir de madre. Incomprensible.

Antonio dijo...

Eso lo doy por hecho, pero mi reflexión quiere ir bastante más allá de esas imágenes